miércoles, 11 de noviembre de 2020

Amos oz. Una historia de amor y oscuridad

  Este libro lo recomendó con cierto entusiasmo otro lector de la obra de Muñoz Molina y coblguero del que fuera nuestro lugar de encuentro junto con el escritor de Plenilunio. De Amos Oz solo sabía que había recibido el Príncipe de Asturias, defensor de la paz en Israel y Oriente Medio, y de algún artículo leído en El País, y que había muerto no hace mucho.

  Al principio de la lectura da un poco de ansia por que pase más rápido el tiempo, el de la infancia, pero ya sabemos que el tiempo de la infancia es el de paso más lento. Los días son como los meses y los meses como años. El hombre se ha informado de verdad sobre sus descendientes. Vaya manera de indagar; un historiador de su propia vida y la de sus antepasados. Ojalá nosotros tuviéramos información tan detallada de bisabuelos y tatarabuelos. La verdad es que el mundo de los judíos es fascinante. Son, en gran medida, concienzudos, inteligentes, emprendedores y, más grado de lo normal, verdaderos genios. “El diploma es la religión de los judíos”.

  Su padre era bibliotecario, una profesión de la que pensaba que era poco porque su verdadero deseo era ser catedrático en la universidad. Poseían una vivienda llena a rebosar de libros. Y cuenta una cosa que me ha llamado la atención. Dice que cuando alcanzó cierta edad le reservaron una balda de las estanterías repletas. Y que una tarde se quedó solo y se dedicó a ordenarlos. Lo fue haciendo según el criterio del tamaño. Cuando su padre volvió le echó una bronca de miedo: “¿¡tú te crees que los libros son soldados!?” y le siguió gritando que los libros se pueden ordenar según tema, título, autor, editorial, etc, pero nunca por tamaños. Y al leerlo me he acordado que vi un video donde  Luis Alberto de Cuenca enseña su biblioteca y confiesa: “yo ordeno mis libros según tallaje”. Pobre niño, y qué más dará. Yo los ordeno por editorial, talla e incluso por colores.

Tiene observaciones muy acertadas, como las palabras que le dice su padre: “Lo malo de Totski, Lenin, Stalin y sus camaradas, eso pensaba tu abuelo, era que procuraron enseguida regular de nuevo la vida según lo que decían los libros, de Marx, de Engels… ¡Nunca, nunca se podrá regular la vida por lo que dice un libro!”.

  Según se va avanzando en la lectura va ganando en interés. Su huida al Kibutz,  para hacerse fuerte y la visita de su padre para comprobar los avances. Su primera experiencia en el amor. “Muy pronto aprendimos a tener cuidado: hablar a muchos pesó, y haber callado a ninguno”.

  Comienza la lectura voraz de todo lo que caía en sus manos. El recuerdo de sus mejores maestros: “a veces ponía una palabra común, cotidiana, junto a otra también normal y corriente, y de pronto al combinarse, al estar una junto a la otra, dos palabras normales que no están habituadas a estar juntas, experimentaban una especie de descarga eléctrica que enardecía mi espíritu deseoso de milagros léxicos”. “una vez me decía que, en su opinión, aquí o allá había escrito demasiado, y otra decía que aquí tal vez hubiera sido mejor escribir un poco más. ¿Pero cómo se sabe eso? Aún estoy esperando una respuesta”.

  Palabras que le dedica Ben Gurión a un pasmado Amos: “La esencia de las enseñanzas de Spinoza en dos palabras se pueden resumir en esto: ¡El hombre siempre tiene que conservar la calma! ¡Nunca hay que perder la serenidad! El resto solo son interpretaciones, argumentaciones y paráfrasis. ¡Ecuanimidad! ¡Tanquilidad en cualquier situación! Todo lo demás ¡baratijas!”.

  Y un recuerdo de él que me ha conmovido y hecho gracia al mismo tiempo. Muchísimos años después del encuentro con su primer amor en el Kibutz, Orna, una especie de profesora y consejera de poesía y literatura, que le doblaba en edad cuando él tenía unos diecisiete, la vio en una conferencia; Amos Oz era ya un sesentón y la vio solo un poco mayor de lo que la recordaba. Se acercó, la abrazó y le dio un largo beso. “Ella me apartó con delicadeza y, sin dejar de otorgarme el favor de su sonrisa, que me hizo enrojecer como un chaval, señaló la silla de ruedas y dijo en inglés: Esta es Orna. Yo solo soy su hija. Desgraciadamente mi madre ya no habla. Y casi tampoco conoce”.

 

 


 

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