02 de noviembre.
Ayer por la mañana salimos mi mujer y yo a dar un paseo. Una mañana de sol parecida a las mejores de la primavera. A la vuelta pasamos por los barrios nuevos del oeste, los que dan a las pendientes que bajan hacia Brunete. Al pasar por un contenedor de basuras vimos a una joven que tiraba montones de libros. Los iba introduciendo en el de papel. Nos acercamos y le pregunté de la forma más amable posible: ¿Estás tirando libros? Me miró, no me dijo nada, se dio la vuelta y siguió tirando libros desde el maletero del coche. Volví a preguntarle si podía ir dejándolos en el suelo, que yo los revisaría y los seguiría metiendo en el contenedor y que otros me podrían interesar. Entonces me dijo, muy triste, que no me lo recomendaba por el covid. Mi mujer me tiró del brazo para alejarnos. “Además, los puedes leer en internet; casi todos son del año capatún”. Como si en los libros la edad fuera un defecto. Me fui conmovido. Mi mujer y yo comentamos que aquellos libros seguramente eran de un familiar muerto de la maldita enfermedad. Estamos asistiendo a un profundo cambio en el mundo. Y no me gusta nada. Antes éramos felices y no éramos conscientes.
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