Haciendo inventario, trasiego, mudanzas de libros y trastos, vi que tenía, no sé de dónde vino ni cuándo, una revista en forma de libro, o al revés, cuyo tema es el del título: la Guerra de la Independencia. Buen tema, me dije, y complejo. Está muy bien y se entera uno de cosas que no sabía, que es de lo que se trata para pasar el día. Leer cosas interesantes, ya da igual el qué, más bien el cómo, es uno de mis pasatiempos preferidos. Por eso nunca hago crucigramas o juego a juegos de ordenador ni hago, por supuesto, trampas al solitario. Leo sobre todo, y sin trampa ni cartón.
Tiene varios capítulos: La España josefina: los afrancesados, Cataluña en la Guerra de la Independencia, en Galicia, en Andalucía, la España interior, Cantabria y Navarra y la visión de España que había en Francia, uno de los capítulos más breves y más interesantes.
La guerra tuvo lugar desde el año 1808 al 1814, una escuela del desorden, como la definió Galdós, varias de cuyas novelas de los Episodios están ambientadas en esos dolorosos años. “Dos mundos antagónicos estaban condenados a combatirse”; y efectivamente así era. Francia, el resultado de la decantación de una revolución y España anclada en su atraso, en su superchería, en su clericalismo y en la superstición. Y… ganó el cerrilismo que tan caro tuvimos que pagar luego. Pero en esto nunca, ni yo mismo, nos pondremos de acuerdo. No sé porqué siempre, cuando lo estudiaba, me caían simpáticos los “afrancesados”. Los veía más cultivados, más europeos, más modernos, más… ilustrados. Una de las primeras medidas de las nuevas autoridades fue abolir la Inquisición. “Sus bienes se utilizaron para afianzar la Hacienda y la deuda pública”. Y también entró la propaganda. Las nuevas autoridades pusieron una maquinaria inmensa y bien financiada para que se hablara bien de ellos. “En un decreto de junio de 1809 obligaba a los sacerdotes a leer desde el púlpito algunos de sus artículos”. Y hasta alguno estuvo, sin ayuda, plenamente convencido: “El abad de la Granja de San Ildefonso de Segovia, de mentalidad ilustrada no dudó en justificar y apoyar el régimen josefino. Permitido por el mismo Dios”.
Todas las tensiones estratégicas, territoriales, y de poder se vieron acentuadas por una crisis financiera (problema casi endémico en España) y por una crisis en la productividad en la agricultura y la ganadería que hizo que aquí, el que más o el que menos, pasara hambre. Y como en todas las guerras, por unos u otros motivos, también se metieron en ella ingleses, portugueses y de otros países. Y el poderío de los ejércitos de Napoleón dio lugar al nacimiento de lo que hoy consideramos las “guerrillas” modernas.
Muy interesante también el capítulo dedicado a Cataluña. “Los napoleónicos trataron de desentrañar el carácter catalán”. Tarea ardua. Pero obró el milagro: “Por primera vez, ciertamente, los catalanes se han llamado españoles; para no ser franceses”. “En Cataluña no hubo un patriotismo diferenciado del resto de España, se luchó por los mismos objetivos”.
En fin, un choque de ejércitos. El francés que intentaba poner un panal y encontró revuelto el avispero. Y tantos hombres y mujeres quemados en la hoguera de la historia.
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