miércoles, 28 de octubre de 2020

DIARIO. ANDRÉ GIDE.

 

  El otro día visité la librería Solidaria de la que hablé hace unas semanas y me llevé cuatro libros por doce euros, todos en perfecto estado. El corazón es un cazador solitario, uno de recopilación de ensayos de Savater, un ensayo de J.A. Marina,  Las Culturas fracasadas y los Diarios de André Gide. Es un peligro visitar esa librería y así se lo dije a las dos encantadoras ancianas que la llevan. No dan nada por recibir y cobran poco en la venta, etc.

  Los diarios están bien. Y eso que no es un autor del que me apasione su obra. Ni me gustó mucho Los Monederos falsos ni  Corydon. Sí su libro del viaje al Congo donde denunció los abusos de las colonias. El libro que he terminado es el de los diarios. Era un tipo que podría ser el equivalente aquí a Gil de Biedma, salvando las distancias, para donde se quiera. Homosexuales y pederastas pero genios en eso del escribir. Como en casi todos los diarios se habla de muchas cosas. De política (famoso su viaje a la URSS, de entusiasmo inicial, y luego las críticas hacia su persona por su decepción), de relaciones amorosas y de amistades, de intelectuales, de viajes, de sexo, de escritores; del que mejor habla: de Montaigne, y de Jünger, de Boswell. El diario, perteneciente a la colección que sacó el periódico ABC de literatura de viajes y que ahora se encuentra en multitud de mercadillos por poco más de un euro el ejemplar, comienza en 1888 y termina en 1948, o sea, todo lo más convulso del siglo XX.  Tiene un prólogo de Laura Freixas y una cronología abarcando la totalidad de la vida del autor.

   Gide fue otro autor en el que la cuestión de la religión costó grandes reflexiones. Incluso llegó a comprar, otro, el comunismo con el cristianismo, dos formas de religión, con o sin fe. Fue el autor que quiso romper con las convenciones sociales de su época. Y tuvo problemas como es natural. Hizo campaña por la homosexualidad e incluso alardeó de sus tendencias pederastas. En uno de los pasajes de un viaje a Egipto se podría sustituir por la experiencia, tan parecida, a la que tuvo Gil de Biedma en Filipinas con jovencitos. ¿Hay que juzgarle por esos comportamientos o por su obra? Eterna cuestión. Yo desde luego no soy de los que juzgan a Woody Allen o a Roman Polanski o a Biedma o a Gide.

  Me han resultado amenos estos diarios y eso que me daba un poco de miedo porque tiene letra menuda. Se deja leer y he subrayado bastantes párrafos y frases de las que dejo aquí una selección:

  “Un carro de hortalizas acarrea más verdades que los bellos períodos de Cicerón. A Francia le pierde la retórica”. A lo que habría que añadir que también a Gide.

“La mayor parte de las querellas desarrollan un malentendido”, cuánta verdad. 

  De una conversación con Óscar Wilde, decía éste: “He puesto mi genio en mi vida, y no he puesto más que mi talento en mis obras; lo sé, y ése es el gran drama de mi vida”.

  “En el desierto la idea de la muerte nos persigue; y cosa admirable, no es triste”.

  Y un párrafo exquisito de las moscas en la página 78 del cual solo entresaco una frase: “Las moscas, en estos países, son tan numerosas como la posteridad de Abraham”.

  “He dejado casi de salir y me levanto cada mañana con la alegría de saber que se extiende ante mí una larga sucesión de horas”. Sentimiento que experimento tal cual desde hace unos meses. Felicidad.

Y una anécdota exquisita que le narró un amigo, Edouard Ducoté: “Cuando, tras una furiosa carga con bayoneta, los soldados entraron en la granja para descansar y comer algo, ninguno de ellos aceptó degollar el cerdo que debía servirles de almuerzo. Hubo que echarlo a suertes y el designado por la paja más corta se fue lejos de sus camaradas, escondiéndose para cumplir su cometido”.

  “Lo que más aprecio sobre todo en Nietzsche, es su odio hacia la ficción”. 

  “Uno se pregunta, al ver ciertos libros: ¿Quién puede leerlos? Al ver a ciertas personas: ¿Qué pueden leer? Y finalmente, encajan”.

  Y para terminar, justo lo que yo pienso: Si yo fuera rico… “Algunos días me parece que si tuviera a mano una buena pluma, buena tinta y buen papel, escribiría sin dificultad una obra maestra”.

  Gide muere en París el 19 de febrero de 1951.

domingo, 25 de octubre de 2020

XAVIER DE MAISTRE. VIAJE ALREDEDOR DE MI HABITACIÓN.

 

  No entiendo que este libro lo leyera hace diez años y no pusiera aquí nada sobre su lectura. Sí, en una entrada de ese año dice que lo leería, y lo leí, pero no puse nada, algo raro. Y sé que fue hace diez años porque en la anotación que hago a todos los libros que comienzo a leer puse que lo empecé el día que mi hermano Dani se iba a vivir a Buenos Aires. 9 de febrero de 2010. El otro día leí algo sobre esta obra tan original y sutil y lo busqué. Me costó encontrarla. Está editado en El Funambulista en la colección de grandes clásicos. Ha sido comentado por infinidad de escritores y ha servido para resaltar el poder de la imaginación, junto a El Peregrino de la estrella de London, a Stern, etc. El caso es que, en estos tiempos de confinamiento y hastío, qué mejor que leer esta clase de libros. Es por tanto una relectura como lo fue en los meses más duros la relectura de la Peste, de Camus.

  El argumento es el siguiente, Maistre, noble de Alsacia, militar destacado en Turín es arrestado en su domicilio por un lío de un duelo. Y el hombre en vez de tomárselo a mal, a la tremenda, se dedica a viajar por su habitación echándole, es verdad, una imaginación prodigiosa. Habla de unos cuantos temas; tampoco muchos porque es cortito y tampoco es que estuviera una eternidad recluido: mes y medio, menos de lo que nos hemos tirado nosotros en esta caca de año que tan poco le va quedando, y lo que nos queda.

  En efecto, recorre la casa, mira cuadros colgados y los comenta, se mira en un espejo y filosofa en consecuencia; de alguna manera también me recuerda a Oblomov y su relación con el criado, se acuerda de amantes, de su querido amigo, habla encantadoramente de su perra (hasta me emocioné recitando el párrafo a E. contando ese amor incondicional) “…no ha habido el menor enfriamiento entre nosotros, y si ha surgido entre nosotros algún pequeño altercado, confieso de buena fe que la equivocación ha sido siempre por mi parte, y que Rosine ha dado siempre los primeros pasos hacia la reconciliación”, y llega a tener un diálogo con Platón, Aspasia, Pericles, Hipócrates, y otros filósofos. Impagable lo que le dice este último en sueños: “Si los descubrimientos de los que me habláis fuesen ciertos, y si hubiesen sido tan útiles a la medicina como pretendéis, habría visto disminuir el número de hombres que descienden cada día al reino oscuro, y cuya lista común, según los registros de Minos, que yo mismo he verificado, es constantemente la misma que antaño”.

  “Del mismo modo, la naturaleza, indiferente a la suerte de los individuos, vuelve a vestir el traje brillante de la primavera, y se adorna con toda su belleza alrededor del cementerio donde él reposa. Los árboles se cubren de hojas y entrelazan sus ramas; los pájaros cantan bajo el follaje; las moscas zumban entre las flores, todo respira la alegría y la vida en la estancia de la muerte; y por la noche, mientras la luna brilla en el cielo y mientras medito cerca de ese triste lugar, oigo al grillo que prosigue alegremente su canto infatigable, escondido bajo la hierba que cubre la tumba silenciosa de mi amigo”. Hermoso párrafo.

Hay otro libro de este autor que me apetecería mucho leer, El leproso de la ciudad de Aosta: “Al final de todo infortunio hay un goce que el común de los hombres no puede conocer y que os parecerá bien singular: el de existir y respirar”.  Curiosa frase en estos tiempos en el que pasear, viajar es ahora un lujo casi imposible.

viernes, 23 de octubre de 2020

MADRID. ANDRÉS TRAPIELLO.

  Era tanta la urgencia que tenía de leer lo nuevo de mi querido Trapiello que apenas he esperado un día desde que ha llegado a las librerías. He aparcado todo lo demás, Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre, tan adecuado en estos tiempos que sufrimos. Me fui al Gran Plaza II por eso de los confinamientos. Espero que no llegue un día en que los expertos, los historiadores del mañana, digan y afirmen que hicimos el primo. Precisamente así es como se dirigía el General Murat a los mandamases de sus demarcaciones para hacer entrar en vereda a sus paisanos. Cada vez me gustan menos las grandes superficies para comprar libros. Muchos y a la vez tan pocos. El caso es que allí fui y entré primero en la librería que hay pegada al FNAC. Había ya un montón de ejemplares, todos enrollados con celofán y con un obsequio de la editorial: Todo Madrid, en realidad un resumen del libro, unos “retales madrileños” como los llama el autor. En el FNAC los tenían desnudos y puestos en el escaparate de las novedades, y justo al lado de los anaqueles donde, del 1 al 10, se ponían por montones los diez más vendidos, cosa que me da mucho repelús. Así es que deshice el camino y me dirigí a la primera librería. Por el mismo precio. Eso fue el día 16 y hoy es 23 de octubre. Y lo dejo dicho para, como hace Trapiello en su libro para los siglos venideros, dejar constancia.

  Como todo lo que leo de Trapiello (un poco menos sus novelas; las que he leído) me subyuga. Es decir, me gustan sus diarios, de los que tengo todos los que se pueden tener sin vaciarse uno los bolsillos, sus artículos y sus libros digamos, enciclopédicos, como Las Armas y las Letras, El Rastro, y éste. Y éste con más razón porque es una mezcla de todo lo anterior. Es un libro sobre Madrid, a partir de ahora el Madrid de Trapiello, pero también es un libro autobiográfico aunque a él le cueste reconocerlo. Dice en una entrevista que si tuviera que hacerlo le daría otro tono. No sé, yo creo que en sus diarios está todo lo que puede estar. Lo conozco mejor que a mucha  gente cercana, si es que se puede llegar a conocer verdaderamente a alguien.

  El libro es un monumento a la edición, una obra de arte. La tipografía (aunque a veces se note que se vacía algún tarro de tinta o se vierte demasiado) las fotografías son pequeñas pero de gran calidad, el tamaño, el olor…, huele como una biblioteca recién cortada. En la portada hay una vista de Madrid, posiblemente desde la pradera de San Isidro, vistas que tanto gustaron a los más grandes pintores de la corte.

  Me gusta mucho leer cosas de Madrid en Trapiello como de Trapiello en Madrid porque aunque me saque casi diez años me reconozco en muchas de las peripecias que le han pasado. Yo también cogía aquella línea de metro, Empalme, yo también me enamoraba de una chica cada día, a veces de una misma varios días, también me he sentido solo en la gran ciudad, también he tenido que recorrerla buscándome la vida. También he quedado maravillado del cielo de Madrid. Una vez, esperando un autobús en la Plaza de España hacía un frío intenso y estaba anocheciendo. El azul era un prodigio. Nunca he visto un azul tan peculiar, como el color de las bolas cariocas de la infancia.

  De las cosas que habla Trapiello se puede decir que abarcan todas. Historia, literatura, protagonistas grandes y pequeños, su querido Rastro, el barrio donde vive, los amigos, los sitios donde ha comido, los restaurantes y bares, las librerías que frecuenta o han desaparecido, su familia. Y un apéndice donde se ponen los apuntes biográficos de sus grandes: J.R.J, Gómez de la Serna, Baroja, Mesonero Romanos, Solana, Goya, etc.

  He apuntado en un papel (no quería guarrear mucho mi ejemplar aunque estará siempre conmigo) las cosas que más me han llamado la atención.

  “Si lo que quieres es echar un quiqui en un bar al lado del Campo del Gas, suele parar Goya, que pega con polla. Pregunta por ella, dila que vas de mi parte; es bastante puerca y no es guapa, pero está muy buena y si le gustas no te va a cobrar y si te cobra no será mucho y la goma la pone ella”. El compañero que le tocó para proteger carteles. Pag. 51.

 “¿Y quién no ha soñado alguna vez que los libros se le escriban solos, arados por una yunta de críticos?” Sobre los bueyes que araban solos de San Isidro. Pag. 69

  “Hay una foto de la momia del Santo en un libro de España donde se dice en el pie “incorrupta”. Puede que lo esté, pero no tiene buen aspecto. Pag. 71.

  “Cuando miento, me aburro”. Fabrizio del Dongo en la Cartuja de Parma.

  “He callado hasta ahora este asunto por pudor. Si entonces hubiera tenido que reconocerlo me habría muerto de vergüenza, y aun hoy me invade un extraño sentimiento: yo escribía poemas”. Pag. 73.

  “Malo es el mutis que se deja aplaudir”. A. Machado. Pag. 173.

  “Porque lo cierto es que a estas alturas de mi vida no hubiera podido escribir ni una sola línea de la mayor parte del arte contemporáneo sin que me hubiera dado la risa o sentido bochorno de mis propios embustes”. Pag. 225. Y el caso es que siempre he sospechado de los críticos del arte contemporáneo y abstracto.

  “Madrid es la ciudad ideal para los que viven de una nómina de la Administración (el pan del Estado es escaso pero muy blanco), y también para tres tipos de personas: las de las clases pasivas, las que no necesitan nómina, y los que no van a tenerla nunca: es mi caso”. Pag. 229. Pero no el mío.

  “Pero si ahí había buscado y no estaba”. Pag. 253. Hablando de las calles de Madrid. A mí me ha pasado lo mismo en el Rastro. Voy buscando una calle que ya había visto y no la he encontrado, o al revés. He llegado a calles en las que nunca había estado y eso que voy a menudo.

  “Porque en Madrid todos los madrileños saben que descienden del azadón como el hombre del mono”. Pag. 254.

  “La gente llegó a no abandonar su butaca en el cine o el teatro cuando sonaban las alarmas antiaéreas, ni la cola del pan: encontraban más intolerable morirse de aburrimiento o de hambre”. Pag. 303. Ahora está empezando a pasar lo mismo, pero en todo el país. Si cumplen con las normas es para guardar las apariencias. Nadie está convencido de nada.

  “La cocina española está llena de ajos y preocupaciones religiosas”. Pag. 396. Dumas.

  “Todo el que se suicida se suicida por falta de imaginación”. Stendhal. Pag. 443.

  “Sin libertad no hay noticias y llenar periódicos sin verdaderas noticias es como jugar al tenis sin red”. Pag. 456. Quizá demasiada libertad también lo joda todo.

  “Se la empieza a leer ahora. Según su editor, la edición de 2002, primera en España y en español no tuvo en los periódicos españoles ni una sola reseña”. Sobre Clara Campoamor. Pag. 479.

  En fin, y un sinfín de noticias, de anécdotas, de historias más.

  Leyendo estos días entrevistas u oyéndolas por la radio me he dado cuenta que me estoy licenciando en la carrera de “trapilleismo”. Me lo sé casi todo. 

  Ahora a esperar con cierta ansiedad su nuevo volumen de los diarios, que según Miriam, su mujer, saldrá a finales de año o a principios del próximo. Por favor, que sea en el que salga su libro y en el que se acabe esta pesadilla.

 


 

lunes, 19 de octubre de 2020

La complejidad de la Guerra de la Independencia. Varios autores.

  Haciendo inventario, trasiego, mudanzas de libros y trastos, vi que tenía, no sé de dónde vino ni cuándo, una revista en forma de libro, o al revés, cuyo tema es el del título: la Guerra de la Independencia. Buen tema, me dije, y complejo. Está muy bien y se entera uno de cosas que no sabía, que es de lo que se trata para pasar el día. Leer cosas interesantes, ya da igual el qué, más bien el cómo, es uno de mis pasatiempos preferidos. Por eso nunca hago crucigramas o juego a juegos de ordenador ni hago, por supuesto, trampas al solitario. Leo sobre todo, y sin trampa ni cartón.

  Tiene varios capítulos: La España josefina: los afrancesados, Cataluña en la Guerra de la Independencia, en Galicia, en Andalucía, la España interior, Cantabria y Navarra y la visión de España que había en Francia, uno de los capítulos más breves y más interesantes.

  La guerra tuvo lugar desde el año 1808 al 1814, una escuela del desorden, como la definió Galdós, varias de cuyas novelas de los Episodios están ambientadas en esos dolorosos años. “Dos mundos antagónicos estaban condenados a combatirse”; y efectivamente así era. Francia, el resultado de la decantación de una revolución y España anclada en su atraso, en su superchería, en su clericalismo y en la superstición. Y… ganó el cerrilismo que tan caro tuvimos que pagar luego. Pero en esto nunca, ni yo mismo, nos pondremos de acuerdo. No sé porqué siempre, cuando lo estudiaba, me caían simpáticos los “afrancesados”. Los veía más cultivados, más europeos, más modernos, más… ilustrados. Una de las primeras medidas de las nuevas autoridades fue abolir la Inquisición. “Sus bienes se utilizaron para afianzar la Hacienda y la deuda pública”. Y también entró la propaganda. Las nuevas autoridades pusieron una maquinaria inmensa y bien financiada para que se hablara bien de ellos. “En un decreto de junio de 1809 obligaba a los sacerdotes a leer desde el púlpito algunos de sus artículos”. Y hasta alguno estuvo, sin ayuda, plenamente convencido: “El abad de la Granja de San Ildefonso de Segovia, de mentalidad ilustrada no dudó en justificar y apoyar el régimen josefino. Permitido por el mismo Dios”.

  Todas las tensiones estratégicas, territoriales, y de poder se vieron acentuadas por una crisis financiera (problema casi endémico en España) y por una crisis en la productividad en la agricultura y la ganadería que hizo que aquí, el que más o el que menos, pasara hambre. Y como en todas las guerras, por unos u otros motivos, también se metieron en ella ingleses, portugueses y de otros países. Y el poderío de los ejércitos de Napoleón dio lugar al nacimiento de lo que hoy consideramos las “guerrillas” modernas.

  Muy interesante también el capítulo dedicado a Cataluña. “Los napoleónicos trataron de desentrañar el carácter catalán”. Tarea ardua. Pero obró el milagro: “Por primera vez, ciertamente, los catalanes se han llamado españoles; para no ser franceses”. “En Cataluña no hubo un patriotismo diferenciado del resto de España, se luchó por los mismos objetivos”.

  En fin, un choque de ejércitos. El francés que intentaba poner un panal y encontró revuelto el avispero. Y tantos hombres y mujeres quemados en la hoguera de la historia.

miércoles, 14 de octubre de 2020

OBLOMOV. IVAN GONCHAROV.

  En un libro comentado recientemente, Encuentros con libros, de Zweig, decía que leyendo sus reseñas daban ganas de salir corriendo a comprar el libro en cuestión. Bien, pues este es uno de ellos. Tanto me gustó lo que habló de él que me puse a ello, a buscarlo. Quise que fuera una edición fiable porque ya sabemos que hay por ahí traducciones que son un verdadero espanto. Encontré en librerías de viejo ediciones muy pintonas, de cantos de filigranas doradas, tapas duras, etc, bastante bien de precio pero eran de los años setenta, ochenta, y me dio miedo. Entonces supe que Lydia Kúper Velasco había hecho una traducción excelente en el año 1999 para la editorial Alba. Y entonces fui a mi librería de referencia, la Antonio Machado y, efectivamente, allí estaba. El problema era el precio y el dineral que llevaba ya gastado. Normalmente adquiero unos cinco o seis libros al mes, así que cuando me paso de ese número me impongo cortar el grifo hasta que mi cuenta se recupera algo. El precio eran 26 euros muy golosos que no me podía, o no me quería permitir, así que busqué en internet y este hecho me ha servido para conocer una librería maravillosa, muy cerquita de la Machado: Dédalo, enfrente del hotel Suecia, en la calle Madrazo. Me pasé, y después de llamar al timbre me abrió un señor calvo, como yo, muy asustado por el virus, diciéndome que estaba cerrado. Se lo encargué no obstante y aún me dio tiempo a echar un vistazo asombrado a la cantidad y la calidad de los libros, libros en su mayoría de autores hispanos. El caso es que fui a los diez o doce días a recogerlo en persona. Ya no estaba el señor. Sí una señorita de lo más simpática y servicial, argentina ella. Estuvimos hablando un buen rato: de mi hermano que se fue allá y volvió, de periodismo, de la pandemia, claro, de la guerra de las Malvinas… y me tuve que ir porque me caducaba el aparcamiento vigilado. Me ahorré unos cuantos euros y supe que mi ejemplar había pertenecido a un señor que tenía embalados no sé cuántos miles de libros en un almacén y que su papá compró. Está en perfecto estado.

  La lectura de esta novela, como a Zweig, me ha encantado. Casi no pasa nada ni falta que hace. Un hombre, Oblomov, no hace nada durante el día. Se levanta, come algo, lee algo, se duerme, se pone su batín, se vuelve a dormir, mientras en unas tierras suyas, lejanas y mal administradas, alguien le envía dinero a su casa donde viven unos cuantos sirvientes. Todo es así. Indolencia, vagancia, parálisis. Pero un día un amigo suyo le presenta a una amiga y su vida de un, digamos, ligera sacudida. Pero ante los engorros del amor decide que no, que eso no es para él. Y así va pasando su vida sin más sobresaltos. “El problema es que se pierde en sus sueños y se olvida de vivir” dice Zweig. “Nunca se había ofrecido un estudio psicológico tan detallado de la pereza, la capacidad para vencer la inercia”. Así es. Cuántas veces habré dicho: Si paras, no arrancas de nuevo. Todos los días hay que vencer la inercia de no levantarse de la cama. Más en estos tiempos que nos está tocando vivir. Me ha conmovido leer a Zweig cuando dice apenarle profundamente separarse del personaje, incluso gritándole: “despierta, despierta, estás dejando la ocasión de ser feliz”. Y termina: “¿Quién de nosotros no ha sido un Oblómov alguna vez en su vida?”. Yo, lo confieso, más de una vez.

  Párrafos subrayados: Éste, representativo de la molicie: “…coge una jarra de kvas, sopla encima para apartar las moscas que nadan por ella y dejarlas así en el lado opuesto, y éstas, hasta entonces inmóviles, se agitan alocadamente con la esperanza de mejorar su situación; se humedece la garganta y cae de nuevo en la cama como si le hubieran pegado un tiro”.

  “ayer deseas, hoy consigues lo que deseas con delirio, con pasión y pasado mañana te avergüenzas de haberlo deseado. Luego maldices la vida por haber cumplido tu deseo y éste es el resultado del voluntarioso quiero, del empeño de caminar con independencia y audazmente por la vida”.

  “… la mayoría de los hombres contraía matrimonio como quien adquiere una propiedad, pensando en sus indudables ventajas: la mujer llevaba el orden a la casa, era madre y educadora. Consideraban el amor lo mismo que el hombre práctico considera el emplazamiento de la propiedad, y cuando se acostumbra a él, no le hace ni caso”.

  “No había nacido, ni fue educado, para ser gladiador, sino para simple espectador de la lucha. Su espíritu tímido e indolente no podría resistir las inquietudes de la dicha ni los zarpazos de la realidad”.