martes, 30 de junio de 2020

MUCHOS MATRIMONIOS. SHERWOOD ANDERSON.



  Un libro, como se dice tantas veces, lleva a otro. En el libro de María Belmonte sobre los viajeros escritores por Grecia e Italia se mencionaba El Coloso de Marusi como uno de los grandes libros de viajes. Lo compré y lo leí como queda demostrado unas páginas arriba. En el libro de Henry Miller se hablaba de éste como el de un amigo suyo que pasaba por problemas de pareja, como Miller. Y quise leerlo. Estaba en la editorial Gallo Negro, y como tampoco quería perder mucho tiempo buscando algo que no sea Pérez Reverte, Cristina Morales o Murakami, decidí pedirlo por internet. Apenas veinticuatro horas después llegó a casa sano y salvo.
  La síntesis del libro se refiere al fracaso del hombre como animal monógamo. Y como le doy la razón quería autoafirmarme en el sentido de que un hombre, una mujer, espera toda su vida encontrar al hombre, la mujer de su vida, en el orden que se quiera. Para documentarlo emplea Anderson a un marido desnudo que le explica poéticamente a su adolescente hija el porqué de su fracaso con su madre, que atribulada escucha en la habitación de al lado. Muy de teatro clásico, trágico. El tipo no soporta la convención social. No soporta que la mujer, si no es para concebir, no se suelte la melena de la lascivia. El hombre, y supongo que la mujer, necesita de su animalidad para sentirse hombre o mujer. La gran tragedia de su condición. La novela a veces me ha incomodado porque desde mi punto de vista no ha profundizado como lo hubiera hecho un buen ensayo. Apenas he señalado algún párrafo: “Tengo razones para recordar el cuerpo de tu madre. Ella y yo nos conocimos al principio a través de nuestros cuerpos. Al principio no hubo nada más que nuestros cuerpos desnudos”. Y así pasa luego lo que pasa en infinidad de parejas. El engaño de lo físico, sin que a nadie le amargue un dulce cuando sea menester. Me ha recordado esa película en la que una pareja joven vive en un piso coqueto y viene a vivir un nuevo vecino por el que ella se siente atraída. Después de una corta amistad se separan porque ella cree que ese el hombre de su vida. Poco después descubre que tiene los mismos problemas, las mismas inseguridades, los mismos desvíos que tenía en su primer matrimonio y que, visto lo visto, casi hubiera sido mejor dejarlo crecer, marchitar y morir de viejo. En fin, mierda de vida.

jueves, 18 de junio de 2020

JAVIER MELERO. EN ENCARGO.



  Acabado el libro de Melero sobre el Procés. ¡No quería que se acabara! Me ha pasado como con pocos libros: ¿Qué leo a continuación que me interese tanto como esto? Y creo que me voy a decantar por uno de relatos de Manuel Rivas, que me lo leeré en un par de días como mucho. El de Rivas, Maldita Alma, me ha durado un asalto: sin fuste. Porque si no me gustaba uno, me gustaría otro. Ninguno para recordar.
  Seguí las sesiones del juicio con verdadero y obsesionante interés. Lo veía en directo cuando podía y, si no, en diferido en cuanto llegaba a casa. Todo me interesaba. Me fijaba en las declaraciones, en los gestos de los jueces, de los abogados, las dificultades de unos y otros. Los nervios de los primeros días, el aburrimiento de las últimas jornadas, ya con todos agotados. Y Melero, precisamente era el que más simpático me parecía. Todo un profesional. Esta crónica tiene varias referencias al mundo del boxeo, de la literatura, del cine, de las ciudades de Madrid y Barcelona principalmente, de la gastronomía. Cada capítulo lleva como entradilla la declaración de algún boxeador. Una de las que más gracia me ha hecho es una de Tyson: “Todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia”. Filosofía pura en una montaña de músculos.
  Una anécdota que me ha hecho gracia. A Paco, el funcionario del Supremo, el encargado de reproducir los videos y un montón más de labores logísticas, le da un mareo y lo tiene que atender el médico forense de la sala. La reflexión de Melero es acordarse de la película de José Luis Cuerda, Amanece que no es poco, donde dice que estaba convencido que “todos éramos contingentes; sólo Paco era necesario”. Se lo dijo a Marchena y no pudo estar más de acuerdo.
  Luego, en  mi opinión, resalta una de las declaraciones del secretario de estado de interior, Nieto, cuando dice por su boca: “Nieto dio la clave esencial para comprender cuál había sido la voluntad que guiaba la acción del gobierno del Estado aquel día: impedir que aquello que se estaba haciendo pareciera un referéndum homologable. Que nadie pudiera decir, ni en España ni en el extranjero, que aquella votación tenía la menor validez”. Eso mismo he repetido yo mil veces cuando escuchaba que el Estado hizo mal las cosas provocando aquellas lamentables escenas. Ellos fueron los culpables. Y ellos mismos ha dicho una cosa y la contraria: que utilizarían los resultados del referéndum para avanzar en la independencia y que era una herramienta para sentar al gobierno en una negociación. Más torpes imposible. El Estado era un perro grandullón medio adormilado en el que tiene que soportar los ladridos del nervioso perrillo faldero, una y otra vez, hasta que se cansa y suelta un ladrido poderoso acompañado del consiguiente mordisco. Ahora, claro, el perrillo se va con quejas a buscar consuelo a otra parte diciendo lo malo que es el perrazo.
  También se desvía de tanto en tanto del juicio para mantener la salud mental, tarea nada fácil. Y se va a cenar enfrente de la casa donde nació Jardiel Poncela, y recuerda un dicho de él: “Sólo hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra, serlo”. Y en esas estamos.
  Me ha encantado su lectura si bien tampoco he estado de acuerdo en todas sus reflexiones. Como se dice ahora mucho: a veces he visto demasiada equidistancia. No se puede saltar uno la Constitución y pensar que el Estado no va a reaccionar, por mucho que dijera Junqueras que no había nadie al otro lado de la mesa. Sí que había, lo que ocurre es que no había nadie –ni podría haberla- para hablar de una cosa que no les compete: la independencia de una parte de nuestro territorio español. Dos años después la procés está herido, la gente en la cárcel y su entorno sufriendo. Estupendo.

domingo, 14 de junio de 2020

RAFAEL GARCÍA MALDONADO. DIARIO DE CABOTAJE. UNA INMENSA SOLEDAD.



  Lo primero es saber que el autor apenas tiene cuarenta años, está casado y, mientras escribe el libro, tiene un hijo y, a pesar de todo, lo subtitula: Una inmensa soledad. Imagino que a su familia no le agrade mucho dicho subtítulo. Allá cada cual.
  Supe de este autor, de estos diarios, a través del blog de José Antonio Montano, periodista malagueño al que sigo desde el principio, desde que escribía tan brillantemente en el maravilloso, desaparecido y libre blog de Jabois. Y como me gustan tanto los diarios pues me he hecho con él, en una humilde editorial de Sevilla, anantes. Todo sea por animar el cotarro, y a Rafael.
  Rafael García Maldonado es un boticario, un farmacéutico afincado en Fuengirola y con establecimiento en Coin, cuarta o quinta generación de farmacéuticos. Y es un letraherido de manual. Le pasa lo que a muchos que les apasiona leer: todo el tiempo que no escribe y sobre todo, que no lee, le parece una pérdida de tiempo y eso es una enfermedad, de ahí lo de herido.  Por eso protesta del tiempo que le quita su trabajo, las reuniones insulsas, las obligaciones familiares y domésticas, etc. Tremenda la bronca por no hacer las labores de casa. Me ha sonado a algo cercano. Me ha gustado sustancialmente haber hecho el desembolso pues he disfrutado y me ha hecho anotar libros que, habiéndolos tenido en las manos, rehusé llevármelos un día: Los diarios de Miguel Torga, En el culo de mundo, de Lobo Antúnes. Otro más para la colección. Lo pondré al lado de los diarios de Iñaqui Uriarte, de lo que mejorcito.
  Una cosa que me ha chirriado un tanto es su insistencia en triunfar en esto de los libros. En ser el mejor, en poder dedicarse en cuerpo y alma sólo a escribir como profesión. Para eso se presenta a premios, a promocionar sus libros (tiene publicadas un par de novelas y un ensayo con la figura de Benet como tema central), se queja de que hay pocos y malos lectores, etc. Me hubiera gustado un poco más de humildad pero creo que se dejó llevar por ese autor que prescribía que solo hay que dedicarse a escribir quien se considera el mejor. Por eso yo jamás me dedicaré a tamaña tarea.
  Cuando estaba ojeándolo, nada más recibirlo, me topé con un párrafo donde criticaba la ingente labor de Trapiello (palabras mayores) por “traducir” al castellano actual el Quijote. Mal empezamos, pensé. Pero veo con alivio que al final de su lectura se congracia con él y con su labor. Digo yo que Trapiello no obliga a nadie a leerlo como siempre. Le da una oportunidad al lector que quiera leerlo de esa manera. Incluso a nadie obliga a leerlo de una manera u a otra. Yo que lo he leído con gusto y pasión, el de siempre, lo leeré de nuevo para ver qué tal.
  Cosas que he subrayado: “A lo largo de la historia todos los pensadores, todos, han sido unos señoritos”. Que ha hecho que me acordara de lo leído hace poco no sé dónde: que la historia la escriben no los vencedores sino los ociosos, los que pueden escribir y pensar.
  También me gustan muchas de las citas que pone: “Un escritor es alguien para quien la escritura es más difícil de lo que lo es para el resto de las personas”. Thomas Mann.
  Observaciones que me han llamado la atención: Que le gusta la poesía de Luis Alberto de Cuenca porque tiene poquísimo de poesía.  “Una vez –dice él- vio el farmacéutico un folio a mano de Flaubert, donde para un solo párrafo había ensayado veinticinco versiones diferentes”. Por cierto que no me gusta que escriba en tercera persona. Un diario es tan personal que es de uno mismo, nunca mejor dicho. A veces confunde.
  “Lo que para la gente es costumbre, para un escritor es asombro”.
  Ya sé quién lo dijo: “Sólo debería escribir si tienes la sensación de que eres el mejor. Para escribir hace falta paciencia, orgullo y soledad”.
  “Toda palabra es una palabra de más”. Ciorán.
  “A la gente que me dice que no lee le digo que podría ahorrarse la confidencia: se le nota”. Manuel Alcántara.
  Seguiré a este autor. Me ha convencido, y si voy alguna vez a Coín y me hace falta una medicina, iré con gusto a comprarla a su farmacia, y de paso, si surge, charlar un momento de su libro, de los libros.  

viernes, 12 de junio de 2020

John Williams. Stoner.


 
 Hace unos meses Muñoz Molina habló de esta novela y como casi siempre le hago caso y la compré. No siempre acierta. A veces no me han gustado algunas cosas suyas recomendadas, pero por lo general suele acertar. Stoner me ha gustado mucho. Ese ambiente universitario, las cosas tan claritas contadas, con ese estilo pulcro, sencillo, pero tremendamente efectivo. “Y puede ser divertido pasear por el mundo una vez más antes de regresar a los claustros y a la lenta extinción que nos aguarda a todos”.
  Decía Muñoz Molina que había visto este libro en el aeropuerto de Lisboa y que debería darle vergüenza a los aeropuertos españoles, tan canijos a la hora de ofrecer un fondo de títulos. Es verdad. Cada vez hay menos cosas, y no solo en los aeropuertos: también en librerías: Fenac, Casa del Libro. Les cuesta dinero el local, el espacio. Por eso se está comiendo la tarta tan rápido Amazon.
  En la portada existe una frase que pudiera servir de reclamo a millones más: “Calificada por la crítica como la novela perfecta”. Y otras del estilo: la mejor novela de la década. La mejor novela de misterio, o de terror, o de lo que sea. La mejor novela en muchas décadas. En fin, cualquier exageración. Para mí no llega a la categoría de perfecta pero sí me ha parecido una novela redonda, donde se cuenta la vida de un hombre, en principio para tener una vida gris y vulgar (descendiente de una familia de granjeros), y que llega a profesor de universidad para tener una vida más bien gris y vulgar. Está a punto de irse a la guerra, como sus amigos, y decide no hacerlo: “Debe recordar lo que es, lo que ha elegido ser y el significado de lo que hace. Hay guerras, derrotas y victorias de la raza humana que no son militares. Recuerde eso mientras decide qué hacer”. Le dice un superior del claustro.
  Lo que se cuenta carece de toda épica. Es la vida que podría tener cualquier hombre: estudia, se hace un hueco en un trabajo, se casa, tiene un hijo, tiene problemas, tiene una amante, en fin, lo normal, pero donde estalla el talento es en la forma de contarlo. Todo está en su sitio. Da la información exacta sin que sobre nada. Y un final triste, como todas las historias humanas, la narración de una descomposición.
  Lástima que apenas escribiera nada más. Sí una novela histórica ambientada en Roma. Si alguna vez la veo, cosa que dudo, la compraré.

jueves, 4 de junio de 2020

EL INFINITO EN UN JUNCO. IRENE VALLEJO.


Después de muchas recomendaciones, de coblogueros, de Vargas Llosa, de Montero, de Millás, etc, he terminado de leer este libro. Está muy bien escrito, es ameno, didáctico más que erudito, y lo dice todo con cierto encanto. Pero es verdad que debo darle la razón a un compañero que dice que le sobran páginas. Las últimas cien son un poco tirar de aquí para allá y dar vueltas al molino. Pero se lo perdono. Tampoco se me ha hecho pesado a pesar de esas cosas. Esta mujer, insultantemente joven, debería ser postulada ya para: miembra de la real academia de la lengua, miembra de la real academia de historia, premio, o premia cervantes, y lo que haga falta. Y no lo digo con ironía. Me ha proporcionado un buen rollo anímico durante una semana. Tiene 400 y pico de páginas.
  Abarca como grandes bloques el mundo griego y el mundo latino. Siempre hay que regresar a esos mundos, queramos o no. Pero también toca muchos temas que a los que nos gustan los libros siempre nos va a interesar. Por ejemplo las podas de los libros porque ahora sean políticamente incorrectos: Como en las aventuras de Huckelberry, de donde se querían quitar de sus páginas la palabra “nigger” por considerarla ofensiva para los negros de hoy. 

“Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro: hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio. Podemos hacer pasar por el quirófano a toda la literatura del pasado para someterla a una cirugía estética, pero entonces dejará de explicarnos el mundo”.
 La edición. Es una edición de Siruela cuya tipografía, color y olor de papel me fascina. Ya lo ha dicho muchas veces Trapiello: un mismo libro dice cosas muy distintas dependiendo de la edición. Por eso jamás leo en aparatos. Siempre en papel, aunque me vaya inundando la casa. No me importa. De momento tengo sitio más que suficiente.
  A veces se permite ciertas licencias que causan un poco de sonrojo como comparar a Plinio, Virgilio, y demás gigantes como estrellas de rock actuales, perseguidos por una masa de fans descocados.
  A veces surge una idea que me encanta y por eso lo anoto: la paradoja triste y alegre a la vez de que precisamente una erupción y posterior carbonización de una biblioteca de la antigüedad haya servido a la vez para su destrucción y para salvarla. Ninguna ha quedado para la posterioridad excepto la de Herculano sumida en cenizas en el año 79 de nuestra era.
 La idea tantas veces discutida: si es preferible una libertad llena de peligros o una jaula de oro de necesidades cubiertas a cambio de no vivir aventuras. Ulises nos responde a eso. Habla mucho de Alejandro Magno. Pocas veces he leído sobre el macedonio páginas tan bonitas. Pero, ¿fue un conquistador, un héroe, un asesino? Peliaguda cuestión.
  Mezcla muchas veces en diferentes partes del libro reflexiones propias de la vida de la autora como cuando compara, la tarea de aprender a leer, con la historia lectora de la humanidad: “Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar. Luego llegó el colegio: los palotes, los redondeles, las letras, las sílabas. En ti se ha cumplido a pequeña escala el mismo tránsito que hizo la humanidad desde la oralidad a la escritura”.
  Cita chula de Borges: "De los diversos instrumentos del hombre el más asombroso es, sin duda, el libro. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”.
  Arquíloco que desde joven tuvo que buscarse la vida como soldado de fortuna: “en las fronteras entre la cultura y la barbarie, conoció las realidades sórdidas detrás de los ideales bélicos”.
  “La tolerancia tiene conjugación irregular: yo me indigno, tú eres susceptible, él es dogmático”.
  Habla de Antifonte, el padre de los psicólogos seguramente: “Usaba el fármaco de la palabra persuasiva para curar la angustia y, según nos dicen los autores antiguos, llegó a hacerse famoso por sus razonamientos sedantes”.
  Séneca: “un hombre es rico cuando sus necesidades son sobrias”. 

  Sí, quizá hacia el final del libro sintamos los lectores un poco el desorden, la reiteración. Pero a mí, lector infatigable de diarios, que también lo practican, no me ha molestado en absoluto. Y por eso, porque me ha gustado tanto, y porque la edición es preciosa, va a ocupar el lugar de más honor de mi biblioteca, la que está en el salón, y ocupará un espacio pegado a las obras completas de Borges, los diarios de Trapiello y los diarios de Jünger, entre otros.