Un libro, como se dice tantas veces, lleva a
otro. En el libro de María Belmonte sobre los viajeros escritores por Grecia e
Italia se mencionaba El Coloso de Marusi como uno de los grandes libros de
viajes. Lo compré y lo leí como queda demostrado unas páginas arriba. En el
libro de Henry Miller se hablaba de éste como el de un amigo suyo que pasaba
por problemas de pareja, como Miller. Y quise leerlo. Estaba en la editorial
Gallo Negro, y como tampoco quería perder mucho tiempo buscando algo que no sea
Pérez Reverte, Cristina Morales o Murakami, decidí pedirlo por internet. Apenas
veinticuatro horas después llegó a casa sano y salvo.
La síntesis del libro se refiere al fracaso
del hombre como animal monógamo. Y como le doy la razón quería autoafirmarme en
el sentido de que un hombre, una mujer, espera toda su vida encontrar al
hombre, la mujer de su vida, en el orden que se quiera. Para documentarlo
emplea Anderson a un marido desnudo que le explica poéticamente a su adolescente
hija el porqué de su fracaso con su madre, que atribulada escucha en la
habitación de al lado. Muy de teatro clásico, trágico. El tipo no soporta la
convención social. No soporta que la mujer, si no es para concebir, no se
suelte la melena de la lascivia. El hombre, y supongo que la mujer, necesita de
su animalidad para sentirse hombre o mujer. La gran tragedia de su condición.
La novela a veces me ha incomodado porque desde mi punto de vista no ha
profundizado como lo hubiera hecho un buen ensayo. Apenas he señalado algún
párrafo: “Tengo razones para recordar el cuerpo de tu madre. Ella y yo nos conocimos
al principio a través de nuestros cuerpos. Al principio no hubo nada más que
nuestros cuerpos desnudos”. Y así pasa luego lo que pasa en infinidad de
parejas. El engaño de lo físico, sin que a nadie le amargue un dulce cuando sea
menester. Me ha recordado esa película en la que una pareja joven vive en un
piso coqueto y viene a vivir un nuevo vecino por el que ella se siente atraída.
Después de una corta amistad se separan porque ella cree que ese el hombre de
su vida. Poco después descubre que tiene los mismos problemas, las mismas
inseguridades, los mismos desvíos que tenía en su primer matrimonio y que,
visto lo visto, casi hubiera sido mejor dejarlo crecer, marchitar y morir de
viejo. En fin, mierda de vida.