Esta novela es la segunda de la tercera
serie, escrita en su casa de Santander en el año 1898. Está ambientada en el
periodo de la historia en la cual Mendizábal, presidente del consejo de
ministros en el año 1835, acometió la requisa de bienes que ostentaban
diferentes organismos, principalmente la iglesia y que él consideraba inmuebles
“muertos”. Fernando Calpena es el protagonista y es un muchacho del que no se
sabe bien su origen pero que alguien ha mantenido sus estudios en Francia y de
manera anónima le otorga un puesto de escribiente al servicio del presidente.
Es un joven aún influenciado por el romanticismo y que tiene un amigo clérigo, Pedro
Hillo, con el cual mantiene largas conversaciones filosóficas y literarias,
además de políticas.
A veces me ha llamado la atención en lo poco que han cambiado los tiempos. Se podría hacer una copia entre las cosas que se decían entonces y las que se dicen ahora.
A veces me ha llamado la atención en lo poco que han cambiado los tiempos. Se podría hacer una copia entre las cosas que se decían entonces y las que se dicen ahora.
En un momento dado Calpena conoce a una joven
de aspecto frío pero hermosísimo pero que no gusta a algunos personajes de su
entorno. Y es que, en algún momento de la trama se aclara el origen de sus
padres, bastante poderosos.
Hay una frase que he subrayado porque me ha
recordado a otra de Fortunata y Jacinta: “Estos pobres huesos están pidiendo la
mortaja. Le diré a usted, en confianza, que es de tanto sufrir y de tanto gozar…
Mi vida, si yo le contara, sería la más interesante de las novelas”. Así es, se
parece a esa otra que tantas veces sale en los diarios de Trapiello.
Pues así he dado comienzo a la actividad
lectora de este año 2020, año que ocupa el centenario de la muerte de tan
importante escritor español.
Se me olvidaba: este volumen me costó un euro
en la tienda ya desaparecida que tenían antes los VIPs. Ni que decir tiene que
no he vuelto a entrar en ninguno.
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