En la Cuesta de Moyano lo veo enseguida. Está
forrado en plástico transparente. Cuando salió, allá por el 98, me dije que
alguna vez lo leería. Pero ya se sabe que poco es lo que duran las novedades en
los estantes de las librerías. Cinco euros, editorial Alfaguara. El libro, de
viajes, se lee muy bien. A uno enseguida le entran ganas de echarse a la
carretera y recorrer los mismos caminos, visitar a las mismas ciudades y
pueblos, recorrer los mismos parajes, comer en los mismos restaurantes.
Llamazares ha elegido emplear la tercera
persona. A mí no me gusta, porque prefiero el estilo directo de la experiencia
cercana que da la primera persona del singular. El se refiere constantemente al
“viajero”. Es lo único que me ha molestado. La región está en el norte de
Portugal y cercana casi siempre a la raya con España. “Es posible que esta
vieja región histórica sea la más atrasada de la Europa civilizada, junto con
las zonas más remotas e islas de Grecia y el interior de Cerdeña, Sicilia,
Yugoslavia”. Así lo recuerda de algún autor, del que se habla de vez en cuando:
Torga, Saramago… ¿Por qué en casi nunca vienen en los libros de autores
españoles un índice de nombres al final? Ahora me ahorraría buscar alguno más
del que no recuerdo el nombre.
BraganÇa, Tuela, Vinhais, rebordelo, Aquae
Flaviae, Chaves, Támega, Vidago (con la descripción de ese hotel tan
encantador), Mirandela, Cavaleiros, Sendim… Pueblos que a partir de ahora no me
sonarán a gallego sino a tierra pobre portuguesa pero humana, cercana.
El viaje se hace en coche en agosto del año 95. Hay, cómo no, muchos
incendios. ¿Hasta cuándo aguantarán los bosques estas temperaturas, estos
infiernos de todos los años.
En fin que me ha gustado mucho y que Julio
Llamazares es uno de los mejores prosistas de los vivos y que no se muera
nunca. Ha publicado no hace mucho uno sobre catedrales. A ver si lo sacan en
bolsillo y lo compro.
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