Este mediodía, cuando salía a correr un rato, he descubierto
al pie de los cubos de basura, cuatro o cinco bolsas de esas de tela que venden
en los supermercados llenas de libros. Enseguida los he ido sacando para hacer
una selección y llevármelos a casa, amenazaba lluvia: Historia de los Reyes de
Britania, de la editorial Siruela, y prologado por Luis Alberto de Cuenca; un
tomo nuevecito de Patria; El Imperio eres tú, de Javier Moro; dos tomos, con el
plástico aún puesto, de cuentos de Manuel Rivas del Círculo de Lectores; Los
Girasoles Ciegos, de Alberto Méndez, también con el plástico puesto; El
Misterio de Olga Chejova, de Anthony Beevor; la Autobiografía de Katherine
Hepburn; El Puente de Alcántara; La personalidad, factores hereditarios, de una
colección de psicología; La Dalia negra, de James Elroy; seis tomitos de
clásicos en ediciones bilingües con cd incluidos; Campos de Castilla, de
Machado; Escenarios fantásticos, de Juan Manuel Gisbert; una novela, El Juego
de Berlín, de Deighton, y un tomo de la Primera Guerra Mundial del historiador
Álvaro Lozano. Me he dejado otro montón aún mayor llenos de cómics y cuentos
para niños. A la gente, o le falta el espacio o le sobran los libros, y yo
espero no tener que vivir el día en que tuviera que deshacerme de los míos.Sí, son demasiados ya pero, quizá, algún día -aquí vendría un "y Dios no lo quiera"- pudieran servirme para encender un fuego para calentarnos.
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