Camino por la calle Princesa hacia arriba
para hacer unas gestiones. Son casi las nueve de la mañana. Hace ya calor, los
primeros días de verdadero calor de un verano al que le ha costado entrar.
Pegado a la entrada del metro de Arguelles, sentado en un banco y leyendo un
periódico gratuito, veo a un viejo que me llama la atención, nos cruzamos la
mirada un segundo. Va vestido de blanco. Pudiera ser un maestro panadero o un
nostálgico de los Sanfermines o de la sanidad. Sigo caminando. ¡Juraría que era
Álvaro Pombo! Camino cien metros, cada vez más despacio. Voy pensando que me
gustaría saludarlo, pero, quizá no sea él; si es Pombo, desde luego está más
delgado, más viejo de lo que recordaba, de la multitud de veces que le he visto
en la tele. Me digo que si no retrocedo me sentiré peor, así que miro el reloj
-llevo quince minutos de margen hasta que abran la sucursal- y doy media
vuelta. Espero que continúe allí sentado. Efectivamente se encuentra allí. Me
acerco con algo de reparo. “¿Es usted Álvaro Pombo?”. Me mira e intenta
ubicarme sin éxito. No puede conocerme porque es la primera vez que nos vemos.
Le doy la mano y le digo que he leído algunos libros suyos y que me alegra
conocerle. Tiene la piel translúcida como la hoja roja de fumar en la novela de
Delibes. En el bolsillo un paquete de Camel. Le digo también que echo de menos
aquellos coloquios en la televisión en los que él junto a otros salía hablando
de libros, de cultura. Me dice un poco triste que esa tele ya no existe. “Ahora
salen chavales montando en patinete pero yo no monto en patinete, claro”. Le
pregunto si sigue escribiendo y me hace un gesto como diciendo que a quién se
le ocurre dudarlo. Antes de despedirme quiero agradecerle lo que hizo por un
primo mío que estaba en el Proyecto Hombre. Esa institución que intenta salvar
a los jóvenes de la cárcel de las drogas. “Sí, estuve siete años yendo un par
de veces por semana. Yo les decía que me contaran lo que veían cada día cuando
abrían la ventana, simplemente. Eso ya les hacía bien”. Le cuento que mi primo
superó aquello y que ahora lleva una vida más o menos convencional y libre de cadenas.
“Todos caímos en errores de jóvenes y no pasa nada”. Me despido de él y le
deseo suerte. No me imaginaba que pudiera ver a un grande de las letras,
anciano y premiado escritor sentado tranquilamente en un banco de la calle Princesa.
martes, 19 de junio de 2018
domingo, 10 de junio de 2018
10 de junio de 2018.
Este mediodía, cuando salía a correr un rato, he descubierto
al pie de los cubos de basura, cuatro o cinco bolsas de esas de tela que venden
en los supermercados llenas de libros. Enseguida los he ido sacando para hacer
una selección y llevármelos a casa, amenazaba lluvia: Historia de los Reyes de
Britania, de la editorial Siruela, y prologado por Luis Alberto de Cuenca; un
tomo nuevecito de Patria; El Imperio eres tú, de Javier Moro; dos tomos, con el
plástico aún puesto, de cuentos de Manuel Rivas del Círculo de Lectores; Los
Girasoles Ciegos, de Alberto Méndez, también con el plástico puesto; El
Misterio de Olga Chejova, de Anthony Beevor; la Autobiografía de Katherine
Hepburn; El Puente de Alcántara; La personalidad, factores hereditarios, de una
colección de psicología; La Dalia negra, de James Elroy; seis tomitos de
clásicos en ediciones bilingües con cd incluidos; Campos de Castilla, de
Machado; Escenarios fantásticos, de Juan Manuel Gisbert; una novela, El Juego
de Berlín, de Deighton, y un tomo de la Primera Guerra Mundial del historiador
Álvaro Lozano. Me he dejado otro montón aún mayor llenos de cómics y cuentos
para niños. A la gente, o le falta el espacio o le sobran los libros, y yo
espero no tener que vivir el día en que tuviera que deshacerme de los míos.Sí, son demasiados ya pero, quizá, algún día -aquí vendría un "y Dios no lo quiera"- pudieran servirme para encender un fuego para calentarnos.
EL GATO ENCERRADO. ANDRÉS TRAPIELLO.
Después de leer los dos últimos tomos de los
diarios de Andrés –lo llamo así porque, como él mismo ha puesto en las
dedicatorias, somos ya amigos- decidí comprar y leer “El Gato encerrado”, que
es de donde arranca todo. Corresponde al año 1987, siendo publicado en 1990. Es
de los más finos, literalmente hablando. En estilo son, de momento, todos buenos.
Casi no llega a las doscientas páginas y se hace muy ameno. Fui a la caseta de
Pre-textos con su “Miseria y Compañía”, donde aquel año giró en torno a su
rotura de tobillo, a que me lo dedicara. También compré allí mismo, en su
“jaula”, el siguiente: “Apenas sensitivo”. Es el sexto ejemplar que compro en
lo que llevamos de año. Y me alegra contribuir a que su economía esté más
saneada si cabe. Unos ciento cincuenta euros redondeando. Me ha vuelto a
preguntar el nombre que no recordaba de hace solo un par de días. Herminio. Y
le recuerdo que en este mismo ejemplar mentaba a Herminia Muguruza. Sí, claro,
me aclara, “una estupenda editora”.
Me pregunta si he encontrado diferencias en
el paso de los años. Le he dicho que no en el estilo pero sí en el contexto
histórico: en el 87 no había ni siquiera internet, y eso ha cambiado el mundo.
Pero el modo de contar las cosas es el mismo, es decir, certero, como las
cantatas de Bach. Son muchas, son distintas, pero a todas las une ese aroma que
lleva la firma de un genio.
Este ejemplar, cuando era un manuscrito, lo
llevó de paseo por muy diversas editoriales y en todas encontró evasivas. En
España los diarios no venden. Pero los dueños de Pre-textos eran amigos suyos y
quiso dejarlos como última oportunidad. Desde entonces han publicado con ellos
veintiún tomos y en septiembre saldrá el veintidós, que compraré, y lo pondré
en la rampa de salida más cercana para seguir luego con los demás; el orden, en
este caso, tampoco altera el orden del producto. Ni siquiera haría falta leer
cada ejemplar por ningún orden aunque sí es aconsejable: uno percibe del
natural el paso de las estaciones, la aparición del frío o de las flores, el estado
de ánimo. En el 87 Andrés tenía 34 años y ahora tiene casi sesenta y cinco:
escribe igual de bien. Si acaso ahora tiene más vida, más experiencias, más
lecturas, más decepciones.
Le confesé que yo también era un aprensivo,
un hipocondriaco de libro, nunca mejor dicho, y así lo ha dejado escrito en una
de las dedicatorias, uniéndonos ya para siempre en el club de los miedosos por
la salud.
El contexto es algo primordial. Si algo se
saca de ahí pierde brillo e incluso se puede convertir en algo inservible y
dañino. A veces, incluso dentro del contexto hace que uno se enternezca y se
sienta unido al autor en sus desvelos: “El argumento no es gran cosa –habla de
que está planeando una novela y le cuesta- pero en la literatura sobran
argumentos. Bajo a darme una vuelta. Es temprano y mi calle está vacía. Me
cruzo con una beata que se dirige a Santa Bárbara y con dos chaperos que no se
sabe si van o vienen. Pienso de nuevo en la novela interrumpida y me asalta un
deseo inquietante: en ese momento cambiaría mi vida por la de esa vieja o por
la de los chaperos. Todo antes que seguir escribiendo”. Imagino el titular de
una noticia: Andrés Trapero preferiría ser chapero a ser artista.
Trapiello es, como todos los escritores,
bastante vanidosillo. Le gusta que le doren la píldora. Aunque su cola de
lectores no superaba la media docena, nunca, en el buen rato que estuve, se
quedó vacía, que para mí es lo peor. Se convierten entonces en una especie de
mono abandonado en su jaula. Javier Marías, unas casetas más arriba, tenía una
cola densa y larga como las que se ven para entrar en los museos vaticanos. En
otra entrada cuenta un encuentro con un conocido: “Estuvo muy amable, me dijo
cosas agradables e insistió mucho en que creyera que le había gustado un
artículo mío. Yo le creí, pero no por ello le enseñé el ramo de clavellinas
rosas que llevaba en la mano. Volví a casa más contento. Es absurdo que la
opinión de alguien al que no vemos en seis meses nos influya. Yo esta mañana,
antes de bajar, me notaba algo arrugado. Ahora menos. Está comprobado que los
bálsamos son un espejismo. No quitan la sed, pero te ayudan a seguir en el
desierto”.
Mi idea es leer un tomo de estos diarios
alternándolo con los otros, con los libros habituales, como el que toma un
sorbete entre plato y plato para hacer descansar el paladar.
viernes, 8 de junio de 2018
07DEJUNIO2018. CONFERENCIA DE ANDRES TRAPIELLO. LITERATURA Y ENFERMEDAD.
Hemos sufrido un atasco y llegamos con la
hora pasada. El sitio está cerca del Retiro, en el barrio de Salamanca. El aula
se encuentra en el Instituto Internacional pero no damos con ella. Después de
las indicaciones de un joven, se encuentra en el sótano del edificio. Bajamos
las escaleras a la carrera. Tememos que, como hacen en otros sitios, cierren
las puertas y no nos dejen entrar. Cuando entramos el presentador ya está
haciendo la semblanza del escritor. Nos sentamos en la última fila pero se ve y
se oye perfectamente. Debe haber no más de veinticinco personas.
Dice Trapiello cuando empieza a hablar que
hay un lector suyo que ha clasificado sus diarios por temas y que le pidió,
para esta conferencia, que le entresacara los referidos a la enfermedad. “Sólo”
salieron ciento y pico páginas de las once mil más o menos que llevan los
diarios. Por supuesto no va leerlas todas pero sí una selección. Dice que él
intenta ser humorístico con su propia enfermedad y dice ser hipocondriaco asegurándose
y equivocándose del todo, que no hay entre el público nadie como él, es decir,
hipocondriaco. Yo lo soy y estoy seguro que la mayor parte de los presentes
también, sobre todo aclarando lo que dice el escritor: que cuando algo le duele
es que le duele de verdad. En el fondo, remarca, es el miedo a la muerte,
simplemente.
Nos cuenta varios episodios de sus achaques.
Habla de una hernia en la espalda que le tuvo en cama con un dolor
insoportable, inconsolable en mitad de la noche, deseando que llegara la aurora
y que al menos M., su mujer, no durmiera y viviera como si el mundo estuviera
tranquilo. Le digo al oído a J. que ese párrafo lo acababa de leer hacía un
rato. Contó experiencias varias en el urólogo que arrancaron varias carcajadas
al respetable. Inolvidable la descripción de la mano y los dedos enormes de un
médico joven que sustituía al suyo de siempre por defunción. La postura que le
hizo tomar para la exploración y que no coincide con mi experiencia: A él le
pidió que se apoyara en el respaldo de una silla y se bajara los pantalones. Mi
experiencia se parece más bien a la de las mujeres cuando van al ginecólogo o a
parir.
Contó también con la gracia que le
caracteriza –cuando uno de León es gracioso, lo es en grado sumo pero de un
modo castellano, fino, irónico, culto- la vez que estuvieron en Tenerife y se
vieron obligados a asistir a LoroPark, un sitio que les recomendó un tío suyo y
que no podían perderse. Él se sintió morir por un problema de tensión alta y ya
imaginó su necrológica: Manzaneda de Torio, León, 1953, Loro Park 1987.
Dice que con la enfermedad de los demás es
muy serio y que jamás osaría hacer gracietas. Cuenta que cuando era niño sus
padres le llevaron en varias ocasiones a ver a niños muertos, ahogados o por
enfermedad. “Mira niño, para que veas la suerte que tienes”. Eso imagino que
marcará para toda la vida.
Cuando terminó, en un poco más de una hora,
saqué mi ejemplar de la bolsa, “El Gato encerrado”, el primero de sus diarios
aparecido en 1990, y me fui con la intención de que me lo dedicara. Tenía
cierto reparo porque antes había advertido el autor que estaban allí un par de
primas, algunos conocidos e incluso un urólogo amigo (no le vi las manos).
Debía llegar antes de que lo rodearan. Le pedí, por favor Don Andrés, si me
podía firmar el ejemplar. Con que hubiera estampado su firma me hubiera bastado
pero me miró y preguntó mi nombre: Herminio. “¿Eso es con h?” Lo confirmé y por
dentro me extrañó porque en su libro acababa de leer el nombre de Herminia
Muguruza. El caso es que luego me preguntó la fecha. “¿Estamos a 8?” Sí, dije
sin pensar. Luego recordé que no, que era jueves siete. Empezó a emborronar y
le dije que no importaba, que eso dentro de unos años no tendría importancia.
Al final escribió “Para Herminio, este primer tramo de un camino que deseo
corto y largo al mismo tiempo. Su nuevo amigo, Andrés Trapiello. 7, ocho
tachado, de junio de 2018. Madrid”. Esto, claro, lo leí un rato después,
saboreando emocionado una cerveza. Si lo hubiera hecho allí le habría dicho que
no, que este es el tercer libro que leo de él y que pienso leerlos todos aunque
sea de manera desordenada. Es, como él dice, una novela en marcha, así que da
igual empezar por delante o por detrás.
Cuando ya nos despedíamos –estuvo simpático y
cercano- me preguntó con un punto de vanidad: “¡Qué, ha estado bien, ¿no?” Yo
le contesté: Genial. Ya le he escuchado varias y me parecieron todas interesantes
y bien dichas: las dos que dio sobre el Rastro sobre todo. Y me dijo, -yo lo sabía-,
que pronto, en octubre, saldrá un libro suyo sobre el Rastro y que esta mañana
mismo le había llegado la que será su portada. Salí muy contento. Eufórico,
porque no siempre tengo la oportunidad de hablar con alguien al que admiro
tanto.
El sábado, si no pasa nada raro, iré otra vez
a verle, esta vez en la Feria del Libro.
lunes, 4 de junio de 2018
LA ESPAÑA VACIA. SERGIO DEL MOLINO.
Acabo de leer en el 22 del Jot Down, no el
Smart sino el de los gordos, que para la polaca Szymborska, premio Nobel del
1996, era suficiente escribir un folio mecanografiado para cualquier artículo
sobre libros escritos en una revista de su país durante años. Un solo párrafo
seguido, para dar la sensación de espontaneidad. Para hacerlo como recién
escrito sin un plan establecido. Así me gustaría a mí hacer con estas reseñas
que desde hace ya diez años –muchos más si contamos los que apunté el libretas
y agendas perdidas por ahí-. He comprado este ejemplar por correo porque tiene
un monográfico sobre el mundo de los libros; cómo resistirse. Y encima con el
regalo del escritor Juan Bonilla sobre un viaje en busca de la figura de Nietzsche.
Para saber de lo que va un libro es
suficiente con leerlo. Tan sólo el entusiasmo, o el poder expresar el
aburrimiento deben ser el motivo de una reseña.
El exitoso título de este repaso por la
España vacía lo dice todo en una frase. La España rural, la que conocieron
nuestros padres –para los de la generación de los sesenta y setenta- está
desapareciendo rápido. Para escribir este ensayo Del Molino deambula por una
serie de ámbitos: en el capítulo 1 se hace un repaso por la historia de lo
urbano, el marxismo, el éxodo a la ciudad en España o sobre, por ejemplo, la
Revolución francesa que “no se conformó con guillotinar a los propietarios
rurales sino que quiso abolir el campo por decreto”.
“Hay aldeas de Aragón o de Extremadura que
podrían ilustrar un anuncio de turismo de Marruecos, y pasando por muchos
lugares de la meseta se podría creer que se camina por México”. En el 2, El
gran trauma, se repasa el abandono de lo rural a través de la televisión, el
cine o la literatura. En el magnífico 3, La ciencia del aburrimiento, se hace
un repaso por las escenas de los crímenes que a lo largo de los años han
sembrado la España negra, la España profunda. El crimen de Fago, el de Puerto
Urraco, el de Casas Viejas (cómo no recordar el magnífico libro al efecto de
Ramón J. Sénder que leí no hace mucho) “en general, los españoles son un pueblo
muy poco violento, donde el asesinato es algo anecdótico que está lejos de
suponer un problema social. Sin embargo, persiste cierta sombra negra ligada a
un pasado de brutalidad”.
En el 4 se habla sobre todo de la famosa
película documental que hizo Buñuel sobre las Hurdes. “Ya en 1846, el
Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de
Ultramar, de Pascual muñoz, definía a los habitantes de las Hurdes como raza
degenerada e indolente, borrón de la civilización española, salvajes e
ignorantes”. Me suena muy actual si atendemos al actual presidente de la
Generalitat. En el 5, Marineros del entusiasmo, se repasa el paisaje y los autores
que lo interpretaron. Giner de los Ríos, Galdós, Unamuno, Azorín etc. El 6 se
detiene en el Moncayo y en sus ilustres visitantes: Bécquer entre otros. En el
7, al igual que en el 8 se repasa la historia más cercana en el tiempo y nos
habla de Joaquín Luque, el de los 40 principales, y el del Madrid de tierno
Galván y su “a colocarse, y el que no esté colocado, que se coloque y al loro”.
En el 9, la Patria imaginaria asistimos a un recorrido por los autores que
dieron sentido a su terruño: Sarmiento, el Martín Fierro, o nos habla de Cristóbal
Repetto, un joven de la Pampa que canta con voz tan profunda y sentida que hizo
llorar a media sala de conciertos, dice Sergio. Gracias al Youtube he podido
escucharlo y la verdad es que ha sido todo un descubrimiento. Y en el último:
Coda, Explicaciones no pedidas, nos habla de él y sus circunstancias. De su
origen, de dónde vive, de que podría haberse dado al nomadismo o al On the Road,
pero que prefirió vivir donde vive, en un humilde piso en el norte de Madrid.
Y, faltando a la idea del primer párrafo de
esta reseña, me he pasado en extensión, porque solo habría que decir que este
libro de Sergio del Molino es sencillamente de los que crean una idea y eso no
es moco de pavo y se hablará de él dentro de muchos años, como se sigue
hablando de un autor al que admira y cita: Julio Llamazares y su maravillosa La
Lluvia Amarilla.
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