En la historia del
cine hubo películas que pueden considerarse como verdaderas campañas militares,
donde no faltaron horrendas condiciones climáticas, bandos encarnizadamente
enfrentados, y hasta muertos. Apocalispy Now, Ben-Hur y ésta podrían pertenecer a esta categoría,
aunque Douglas consiguiera terminar Espartaco sin un solo muerto entre sus
filas; aunque sí el abandono de un director inmenso como Anthony Man, quien fue
sustituido por Kubric debido a insalvables criterios artísticos y de
presupuesto. También las consecuencias de verdaderos huracanes de egos
enfrentados. ¿Alguien se imagina que ahora una película pudiera tardar tres
años de rodaje? Pues esta tardó todo eso, tanto como nuestra guerra civil.
Pero el impulso a comprar y leer este libro
no proviene de la película ni del actor, que me gustaron de siempre, sino de
Dalton Trumbo. Para mí, el verdadero protagonista del libro de memorias. Éstas
están escritas cincuenta años después de los hechos.
Después de fracasar como guionista el autor
de la novela, Douglas, encargó el trabajo a Dalton Trumbo, quien por esa época
ya llevaba un tiempo condenado al ostracismo. Trumbo era capaz de trabajar
bien, como el mejor, y encima hacerlo rápido, el más rápido. Para eso, entre
otras cosas utilizaba una tabla que acomodaba a ambos lados de la bañera para
aprovechar el tiempo del baño.
También, aparte de toda la triste historia
del Macarthismo, se cuenta la historia del fichaje de los actores. Sabrosísima
la de Laurence Olivier y su esposa Vivien Leigh. En una cena de éste en la que
se encontraba presente Douglas y otros comensales, éstos pudieron escuchar a la
mujer de Larry Olivier, quien se encontraba en una estancia próxima. Todos se
quedaron incómodamente callados: “Larry ¿Por qué ya no me follas?” Vivien
sufría un trastorno bipolar. Cuando llegaron a la mesa ella se acercó a Kirk
Douglas y le preguntó: “¿Por qué no me follas tú?”. Su marido se la llevó del
brazo e intentó disculparse con todos sus amigos. Poco después se separaron.
El libro se lee en dos tardes y se hace ameno
como pocos. Uno se sorprende cómo pueden existir personas, como este
nonagenario, que haya tenido la energía y la convicción suficientes como para
embarcarse en tan tremenda empresa, con
todos los factores en su contra. Hay que recordar que en esa época la censura
funcionaba en Estados Unidos como aquí en el franquismo. La película sufrió
cuarenta y dos cortes sin la autorización de su productor y actor principal. No
se podía decir ostras o caracoles, Nadie podía suicidarse en la película, tan
solo autorizaron a que se insinuara que lo hacía Laughton, desaparecían también
brazos mutilados y a duras penas entró la frase de Espartaco “Nunca tuve una
mujer”. Solo les dejaron decir dos veces “malditos”, y por supuesto no toleraron
el mensaje político que irradiaba la película: cómo un líder de esclavos iba a
poder derrotar jamás a toda una legión romana.
En la película debía mostrarse un Espartaco
mediano, vencido y ajusticiado. Así se las gastaban en esa época. Pero aquí en
España no le iban a la zaga. Stanley Kubric se vino aquí -estamos hablando de finales
de los cincuenta- a rodar las escenas de las grandes batallas con miles de
soldados de reemplazo; en este caso, soldados españoles. Franco le hizo
prometer al famoso director que ningún soldado español muriera en pantalla, no iba
a ser que el mito del gran soldado español se viniera abajo.
El subtitulo del libro es “rodar una película
para acabar con las listas negras”, y vaya si lo consiguió. A la salida, un
sonriente presidente JFK, declaró que era una muy buena película de romanos.
Ese gesto, ese simple gesto, hizo que todo el canalla castillo de naipes se
viniera abajo.
¿Llegaremos nosotros, la civilización actual,
a semejantes niveles de fanatismo e incultura? Pues parece que vamos camino de
ello por los últimos acontecimientos.
Para acabar-pensaba gastar tres o cuatro
pequeños párrafos, pero seguiría escribiendo toda la tarde- uno de Douglas
sobre su larga experiencia en la tierra:
“Creo que gran parte
de las divisiones que hay en el mundo han sido ocasionadas por la religión,
incluso en una época como la de Espartaco, en que se rendía culto a muchos
dioses. ¿Cuál es la finalidad de la religión? Después de haber pasado noventa y
cinco años en este planeta, he llegado a la conclusión de que la religión
debería basarse en una única cosa: ayudar a tus congéneres. Si todo el mundo
practicara esta religión, la de ayudar a sus congéneres, los ejércitos
desaparecerían de la noche a la mañana. Desaparecerían la injusticia, la
intolerancia y la inhumanidad. Y jamás se confeccionarían listas negras. Cuán
maravilloso sería el mundo”. Ni una palabra más.