Hoy tenía el día libre y lo he pasado en El
Prado. Aparte de volver a visitar a los imprescindibles me interesaba ver una
exposición sobre cuadernos de viaje y dibujos de aprendizaje de alumnos
aventajados de la Academia de San Fernando de Madrid. Me interesaba porque hace
años que siempre que viajo lo hago con un cuadernito de esos de publicidad que
utilizan una goma para cerrarlos. Ahí anoto las cosas para que no se pierdan en
la memoria, igual que esto. En 1758 se envió a un grupo de ocho estudiantes a
Italia como parte de su formación. De entre todos el que más me ha gustado ha
sido José del Castillo, de un dibujo casi perfecto. En los cuadernos, aparte
del dibujo, también lo utilizaban para anotar observaciones, decorados de entre
la infinidad de motivos que pueden encontrarse en Roma, edificios, etc. Más
tarde se convirtió en un afamado artista de tapices y realizó los grabados para
el Quijote. La exposición empieza con un dibujo majestuoso al agua fuerte de
una panorámica de la ciudad de Roma de Giuseppe Vasi. Algo parecido ha hecho
Antonio López con una panorámica de Madrid.
Luego he estado en la temporal del pintor
cántabro Rogelio de Egusquiza, admirador rendido de Wagner. Le hizo diferentes
dibujos y desde que le conoció se entregó a la tarea de realizar motivos de las
óperas del genio alemán. Donó gran parte de su obra al museo.
Y luego perderme en el laberinto de la
colección permanente. Casi sin mirar el plano, sin mirar el reloj, embotado de
tanta belleza, cómodo (en Las Meninas había solo tres personas contemplándolo),
dejándome sorprender por cosas en las que nunca había reparado. En el claustro
de los Jerónimos, las esculturas magistrales de Leone Leoni y su hijo Pompeo.
Apenas hay nadie; mis pasos resuenan con eco en la amplia estancia. Toda la
vida trabajando juntos. Escultura en mármol y bronce. Y consulto la fecha de la
muerte del padre: 1590, y la del hijo: 1608 e imagino el duelo. Y me sorprendo
de ver en otra sala la espectacular escultura de Isabel II con velo, por
Camillo Torreggiani. Un alarde técnico que hace que el que observa gire en
torno a la figura esperando encontrar el truco. Y me paro un buen rato a ver a
la hija del general Serrano de Eduardo Rosales. Un rostro de una joven hermoso
y moderno.
Y también me entretengo en uno de mis
favoritos: Mariano Fortuny. Su jardín de la Casa de Fortuny. Su cuñado,
Raimundo de Madrazo, uno de los geniales hermanos, lo terminó añadiéndole el
perro y a su hermana Cecilia, la viuda.
Y un compañero suyo de sala: Martín Rico cuya
Torre de las Damas de la Alhambra me deja deslumbrado por un buen rato.
Se han pasado varias horas sin darme cuenta. Tengo
hambre. Me sellan el ticket de entrada y salgo a buscar algo de comer. Subo por
el barrio de las letras a buen paso. Sé dónde ir: Plaza de Santa Ana, enfrente
del Teatro Español. Tienen buenos menús y el cocinero es bueno. Mi mesa da
justo a la plaza. Pasa la gente, algunos están sentados en una terraza al
fondo, en un trozo de sol, cerca del teatro. Pido una ensalada campera más que correcta
y un wok de ternera muy conseguido. Con el postre, equivocación: un yogur de
maracuyá en forma de bomba calórica: riquísimo pero excesivo. Cuando salgo de
nuevo el sol ya está dejando de calentar. Enfilo rápido hacia el museo de
nuevo. Antes, en una fachada hay una salamandra gigante hecha con cds y le hago
una foto. Subo directo a las plantas de arriba. Ver una vez más a Caravaggio, a
Rembrandt, a Ribera, Poussin…
Salgo de nuevo para dar un vistazo a la
Cuesta de Moyano. Están todos los kioscos cerrados menos uno. Voy a ver. Lo de
siempre, libros a un euro trillados y previsibles. En un hueco veo un libro por
el que mostré interés cuando lo editaron en 2003, al poco de morir su autor:
José Ortega Spottorno. Los Ortega. Me dice el librero cuando voy a pagarlo que
hacía dos minutos que lo había puesto en la mesa.
De camino a casa sigo leyendo el librito al
que solo le hinco el diente estos días cuando voy por ahí en transporte
público. Un tiempo para callar, de Leigh Fermor. Y subrayo una imagen que
deslumbra por sí sola: “…mientras miraba colina abajo por entre las copas de
los árboles podía ver los edificios de la abadía apiñados como una ciudad en el
fondo de un tapiz”.
2 comentarios:
Nov XIII
Hola!!
- Me atosiga preguntarte u opinar pero creo que pasa como a mi... mucho que decir y nadie que responder y es triste, tragico... tener tanto "en comun y no comunicarlo... anyway my typing no funciona muy bien: -me duelen los dedos... buen dia!!
Muchas gracias querid@ anónim@.
Serás bien recibido/a siempre. Y puedes preguntar, comentar...
Y no creo que sea nada trágico. Esto lo considero como las fotografías que uno no quiere perder en el tiempo. Cuando pasen unos años sabré qué hice, qué leí, dónde estuve en cada ocasión.
Un saludo.
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