La clave principal
de este ensayo de uno de mis escritores favoritos es que nos acostumbramos a
vivir dentro de unas certidumbres que no eran tales. Que todo puede cambiar y
cambiar a peor. Que lo que nos parecía inamovible puede dejar de serlo. Nos
habla de nuestros defectos que son muchos, pero también de las virtudes.
También habla maravillas de su segundo país de residencia, Nueva York, sí, un
país en sí mismo, pero también de los defectos graves que tiene.
El libro está
dividido en secciones de apenas unas páginas numeradas; 104 viñetas de verdad y
de espanto por lo que hemos sido capaces de perpetrar. Dentro de muchos años
los historiadores estudiarán esta época como una época de delirios. Quimeras
individuales pero también colectivas. Como un acceso de locura en el que hemos
caído casi todas las capas de la sociedad. Y si tuviera que entresacar un
párrafo destacaría éste por señalar que los errores fragantes de los
gobernantes, al final, los pagamos todos. Y esos "lujos ya no podemos
permitírselos".
“Durante demasiados años tendremos que seguir pagando las deudas
que ellos contrajeron para costear esos delirios que siempre eran delirios de
grandeza. Lo que se tiró en lo superfluo ahora nos falta en lo imprescindible,
y no hay proporción entre la gravedad de las responsabilidades y el reparto de
las cargas, entre la impunidad de unos y el sufrimiento de los que han de pagar
las consecuencias”.
Si algunos no hemos
cometido excesos ¿por qué tenemos que pagar también los platos rotos? Sí, ya
sé, las deudas de unos padres irresponsables son heredadas también por sus
hijos. Qué pena.
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