miércoles, 17 de marzo de 2010

17/03/2010


Me gustan también los domingos fríos en los que salgo a pasear por el campo. Uno llega al hogar cansado, con la cara helada, con apetito y con el pan debajo del brazo. Se descorcha una botella de vino mientras se sirve en la mesa un trozo de queso y un plato suculento de cocido bien caliente. Luego, después del postre, uno se sienta en el sillón pegado a la lumbre y se adormila mientras intenta leer la prensa, un libro o ver un programa de televisión. Me gusta comer. ¿Qué más placentero que un viaje gastronómico? Hace años, muchos años -era muy joven-, fuimos a una sesión doble de cine: una erótica, muy en boga entonces, donde intentábamos atrapar todas aquellas imágenes que luego nos servirían para masturbarnos y otra: violenta, de vaqueros, de persecuciones, o cómica, o de guerra. De la erótica “Susana quiere perder ESO” apenas recuerdo el cuerpo perfecto de una mujer en braguitas poniendo cachondo al personal retozando de cama en cama; si se rodara ahora se llamaría “Susana quiere perder PESO”; y de la otra película sólo recuerdo que era italiana y que era muy mala, pero nunca olvidaré una escena en la que unos gángsteres torturan a un pobre diablo, gordo y congestionado, a comerse un descomunal plato de apetitosa pasta italiana. El hombre estaba sentado en una mesa redonda y estaba escoltado por dos malhechores con metralletas. Cuando el hombre interrumpía su ingesta, con la boca chorreando tomate aceitoso, los otros le amenazaban con dispararle. En aquel momento yo debía tener mucha hambre porque nada me hubiera gustado más que estar sentado en aquella mesa, “sufriendo” esa tortura. También, cómo no, me hubiera gustado, aunque la película fuera mala mala, estar metido en aquella cama.
Terminando de leer “Tumbas de poetas y pensadores” de Cees Nooteboom. Nunca en mi vida he visitado la tumba de un ser querido. Respeto pero no entiendo a la gente que va. Solo en nuestro recuerdo cariñoso –o rencoroso- viven ellos por unos pocos años, y luego, cuando vayamos desapareciendo nosotros, ni eso. Sin embargo sí fui a visitar la tumba de Robert Graves en Mallorca. Está enterrado en el cementerio de Deiá, cerca de la tapia de la iglesia desde donde se contempla un paisaje mediterráneo precioso y cerca de donde vivió él muchos años. Recorrí sus estancias y vi su biblioteca, leí algunas cosas que había allí. Vi la foto de su hijo, el que murió en la gran guerra y paseé por sus jardines y huertas. Qué feliz debió ser allí con su familia y con sus amigos a pesar de todo.
El libro de Nooteboom lo tendré siempre a mano. Ha recorrido el mundo entero y visita los cementerios. Luego escribe acerca de aquellos artistas que están enterrados y su mujer hace las fotos.
Esta es la “Marca de agua” de Joseph Brodski:
Me juré a mí mismo que, si alguna vez abandonaba mi imperio, si esta anguila conseguía escapar del Báltico, la primera cosa que haría sería venir a Venecia, alquilar una habitación en la planta baja de algún palazzo para que las olas levantadas por las embarcaciones, al pasar, salpicaran mi ventana, escribir un par de elegías al tiempo que apagaba mis cigarrillos en el húmedo suelo de piedra, toser y beber y, cuando me estuviese quedando sin dinero, en vez de subirme a un tren, comprarme una pequeña Browning y volarme la tapa de los sesos sin más miramientos, incapaz de morir en Venecia por causas naturales.

No hay comentarios: