jueves, 14 de enero de 2010

El último hombre


Cruzamos valles, ríos y montañas. Caminamos durante meses. Bajo la lluvia o bajo un sol incandescente. Nos fuimos quedando sin alimentos y algunos murieron. Tuvimos que comer carnes y frutas extrañas. Aquellas tierras y pantanos nunca habían sido pisados por hombres blancos. Algunas noches el cansancio se mezclaba con ardientes pesadillas de muertes y criaturas infernales. No podían quedar muchas jornadas para llegar al lago. Lo peor; lo más insoportable, eran los insectos. Se metían por debajo de los párpados, por las narices, por la boca, en los oídos, por debajo de las ropas... ojalá hubiéramos tenido tabaco para mascar y extender la pasta por nuestro cuerpo.
Un día, cuando el aire empezó a tener un aroma a mar interior, llegamos a un poblado. Un poblado destruido. Lleno de rescoldos, de humo y de muertos. Habían exterminado a toda la población: hombres, mujeres y niños. Bueno, no a todos. Al momento salió de entre las sombras un hombre joven, herido. Tenía los ojos desorbitados. Agitaba las manos y hablaba; intentaba comunicarse. Trajimos a algunos indígenas para ver si lo entendían...
Nunca supimos qué pasó aquel día. Aquél fue el último hombre que hablaba aquella lengua extraña.

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