viernes, 13 de noviembre de 2009

DIALOGO CON LA MUERTE. ARTHUR KOESTLER

En una feria del libro de ocasión encontré hace poco “Diálogos con la Muerte - El Testamento Español” de Arthur Koestler. Una bella edición de la editorial Amaranto del 2004. En el libro cuenta su experiencia en las prisiones de Franco después de ser detenido en el 37, acusado de espía y de ayuda a la insurgencia militar. El libro no destaca precisamente por su estilo ni por su enjundia pero tiene algunas observaciones interesantes acerca del tiempo, de la condición humana cuando es privada de libertad, de la condena a muerte y del suicidio. También habla, lógicamente del hambre, de las palizas, de los fusilamientos, de los libros que le dejaron para leer, de la amistad y del odio y de la humillación que supone ser observado por los que tienen las llaves de tu celda y de tu vida.

Estos son los párrafos que más me han llamado la atención:

“ Nada puede conmover a quien ha decidido acabar con su vida”.

En su desesperación decidió colgarse con unos cordones desde los barrotes de su celda o cortarse las venas con un cristal incrustado en el cemento de su ventanuco.

Sobre Sócrates.

“No creo que desde que el mundo es mundo haya muerto nadie conscientemente. Cuando Sócrates, rodeado por sus pupilos, tendió el brazo para coger la copa de cicuta, debió de haber estado medio convencido de que se trataba sólo de un gesto. Debió de haberse sentido como un falso actor, y tuvo que haberle sorprendido la seriedad con la que sus discípulos se lo tomaban. Está claro que sabía en principio que apurar la copa sería fatal, pero seguramente tenía la sensación de que todo era muy distinto a la manera en la que se lo imaginaban sus pupilos, fervorosos y sin sentido del humor; de que detrás de todo había un hábil juego que sólo él conocía.

Naturalmente, todo el mundo sabe que algún día morirá. Pero saberlo es una cosa y creer en ello, otra”.

Sobre Gérard de Nerval

Dice este G.N.: “Cuando recobras lo que la gente llama la razón, apenas te parece que valga la pena perderla”.

“A los treinta y cinco años de edad se ahorcó. Me gustaría saber si se ahorcó porque, en el momento en el que anudó la cuerda, se volvió loco, o bien porque recobró la lucidez.

El Mundo exterior me parece cada vez más irreal.

Algunas veces llego a pensar que yo era feliz antes. Te creas ilusiones no solamente del futuro, sino también del pasado”.




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