02/09/09
Hace años que no iba al Monasterio del Escorial. Quiero sobre todo visitar su biblioteca, la cripta y las estancias particulares del rey. Uno se siente cada vez más pequeño según se va acercando a sus fachadas.
En la biblioteca los libros están colocados del revés, con los lomos hacia dentro. Debía ser para que no fueran manchados con los ojos de la plebe.
Me entretengo como siempre contemplando los cuadros del Bosco. Tiene miles de detalles como los cuadros complicados de Dalí. ¡Quinientos años antes!
Sobrecoge contemplar la cripta, tan lujosa, con tantos reyes y reinas. Tan callados. Más todavía cuando llego a la cripta de los infantes. Una tumba colectiva en forma de tarta nupcial donde hay guardados los restos de muchos niños; casi todos menores de siete años.
En la estancia particular del rey pregunto por el recinto revestido de mármol que se adivina al fondo de su habitación. Parece un baño moderno. Le pregunto a la guía si es el baño privado del rey. ¿Baño? No, no tenían baños, sólo orinales que eran retirados por el servicio; puestos éstos de mucha confianza. “Eso que ustedes ven es un añadido que hicieron a la capilla para que pudiera asistir a misa cuando estaba enfermo en su lecho”. Vivimos mejor que cualquier rey antiguo.
03/09/09
Termino en tres horas la novelita “Cienfuegos” de Vázquez-Figueroa. Novela fácil, que engancha. Uno puede ver cómo los mozos fornican con bellas damas nada más bajarse el calzón. O cómo el mismo mozo se carga a unos cuantos caribes a base de bastonazos en equilibrio; además de tirarse a todo lo que se mueve por las primeras playas conquistadas. Más que una novelita debería haber sido un cómic de unas cuentas viñetas porque la obra, la verdad, no da ni para una espera aeroportuaria, ni para un capítulo de dibujos animados. Si esto pudiera leerlo Colón, los mismos reyes católicos o cualquiera de los Pinzón, por ejemplo, le daban una buena somanta de palos. Pero bueno, tiene que haber de todo. Caricaturistas.
Forro, en cambio con mucha ilusión, “El Miedo” de Gabriel Chevalier. Será un complemento perfecto a mis recuerdos de lecturas sobre la primera guerra mundial: Hemingway, Dalton Trumbo, Robert Graves, Ernst Jünger, T.E. Lawrence. Sé que voy a despegar rápido, con mucho contento, hacia el horror.
Después de haber leído 100 páginas siento que vuelvo a leer un libro importante; que estará entre lo más trascendental que haya leído nunca. Chevalier es un maestro describiendo. Sí, es también un insolente, un prematuro descreído, pero también un fino observador.
En la primera parte del libro, después de contarnos la atmósfera que imperaba en la Francia de la preguerra, y la instrucción nos describe el campo de batalla y a los muertos. Los muertos. Un buen libro de guerra se calibra por la rica descripción de los muertos. Ese es el campo de batalla de la primera guerra mundial: una ciénaga removida con una colección de millones de hombres muertos.
“De lejos percibí el perfil de un hombrecillo barbudo y calvo, sentado en el banquillo de tiro, que parecía reírse. Era el primer rostro distendido, reconfortante, que nos encontrábamos, y fui hacia él con agradecimiento, preguntándome: “Qué motivos tiene para reírse así?”. ¡Se reía de estar muerto! Tenía la cabeza cortada muy limpiamente por la mitad. Al adelantarlo, descubrí, en un impulso de retroceso, que le faltaba la mitad de aquel rostro risueño, el otro perfil”.
2 comentarios:
¿los reyes antiguos no tenian crisis ni gripes gorrinas?
saluditos!
Era para distinguirlos de los actuales; que viven como Reyes.
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