El Diario no me ha gustado mucho. Demasiado íntimo. Encerrado en su propio mundo sin darnos apenas referencias de lo que pasa fuera de sus paredes. Pero he entendido que no le interesaba mucho el mundo de fuera. Con decir que a los treinta era aún virgen sin aclarar que lo siguiera siendo en la hora de su muerte a los sesenta. “Siempre estoy en espera de la mujer y de la obra capaces de apoderarse de mi alma y llegar a ser el fin que yo persigo”.
“No apetezco las pasiones de paja que deslumbran, consumen o secan”. No hacía falta que lo jurara. A él le hubiera gustado ser una piedra que piensa y ve.
El libro, de casi 800 páginas, lo he leído casi todo él en la playa mientras curaba las penas por la muerte de mi padre. Y veía enfrente el mar y a mujeres hermosas caminando por la arena y me preguntaba por qué la gente no es feliz.
Una premonición histórica. 1856: “¡Qué temibles amos serían los rusos, si pudieran alguna vez espesar la noche de su dominación sobre los países del ¡Mediodía! Sería el despotismo polar, una tiranía que el mundo no ha conocido aún, muda como las tinieblas, cortante como el hielo, insensible como el bronce, con apariencias amables y el frío esplendor de la nieve, la esclavitud sin compensación ni blandura”.
“Los principios abstractos (como el de la igualdad) danun resultado inverso a aquel a que aspiran. Así, la fraternidad termina en el terror y en la guillotina”.
Los conocía bien. Y acertó.
Buena crítica sintética de Los Miserables: “La sociedad engendra tristes y espantosas miserias (la prostitución, la vagancia, la clase de los pícaros, los facinerosos, los ladrones, los galeotes, y también la guerra, los clubs revolucionarios y las barricadas)”.
Proverbio: “Cuando llega a viejo, el diablo se hace fraile”.
“Y quizá ese mal, que germina por todas partes, y que no es otra cosa que la guerra terrible de los pobres contra los ricos, terminará por incendiar Europa”.
Curiosa la forma que tenían los hombres de su época en ver a las mujeres: “Lejos de ponerse en guardia contra su propia pasión, las mujeres se glorifican de ella; su antipatía va directamente contra la imparcialidad… ¿Qué serían los tribunales si las mujeres vistieran la toga del juzgador?”. Si supiera que ahora son mayoría.
El pobre no llegó a mi edad. Se fue consumiendo y ahogando en sus propios mocos. “Yo temo la dependencia, temo ser molesto, ser desagradable, repugnante o fatigante”. Todos queremos eso querido Henry. Pero no te quejes, no te faltaron hasta el final unas entregadas manos femeninas para ayudarte.
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