viernes, 7 de febrero de 2025

ODISEO. DANIEL DILLA.


 

    El día 30 de enero, la tarde de la presentación de la novela de Dani, llegué con tiempo de sobra. Decidí bajarme una estación antes para deambular un rato por el barrio, casi nunca transitado por mí. Madrid tenía ese cielo puro, carioca, de las tardes noches  frías de invierno. Edificios extraños, perspectivas no vistas antes, colegios mayores, jóvenes deambulando de aquí para allá. La Complutense está cerca. Bares con poca gente. Son las siete de la tarde y aún no han llegado los noctámbulos.

  Cuando llego al Chaminade veo a poca gente. Decido tomarme un café en la cafetería y veo sentado a Carlos Gallego, un Ilustre conocido. Abogado pucelano de voz radiofónica y conversación libresca. Nos dimos un abrazo y nos pusimos al día. Estaba ya ojeando el libro de Dani. Que yo sepa es el único de los Muñozmolinianos que ha estado en mi casa. Vino hace años con una mujer simpática, alta y elegante (tenían una cena cerca de mi casa) y nos tomamos unas cervezas mientras les llegaba la hora. Me encantan esas visitas improvisadas que se interesan y preguntan por los libros de las  estanterías.

  Cuando llegamos al salón de actos me sorprendió la cantidad  de gente: casi todas las butacas ocupadas y público de todas las edades, como en un teatro infantil donde van niños, padres y abuelos. Presentaba Juan Gómez Bárcena y nuestro autor. Antes y por si acaso salí y compré un ejemplar. Pocos quedaron al final del mogollón que había al principio. La joven vendedora ambulante de la librería Alberti estaba contenta. Me dijo que estaban vendiendo más que en la Telefónica cuando tenían otras presentaciones allí de escritores con más fama. La charla-presentación fue de lo más perimetral  a lo más concreto, de la vida de alguien que escribe, qué significa hacer una novela, aspectos biográficos, la construcción de un texto o de ese texto en particular. Qué autores o autoras le han influido más. Mencionó a Proust, Virginia Woolf, Kafka e Ítalo Calvino entre otros. Se ve que Dani tiene oficio y ha frecuentado talleres literarios. Nos informó que siempre lleva una libreta donde va apuntando cosas sin parar. Tiene una letra preciosa. Se ve que no tiene nada que ver con lo “facultativo”. Carlos me dejó asombrado por saber la marca y el modelo de la pluma de Dani al firmar. Puede ser un novelista primerizo pero no es la primera vez que escribe. Recordemos que ya atesora varios premios literarios. Ambos hablaban con soltura. Se ve que Juan (y Dani) se dedica entre otras cosas a hablar en público, cosa tan ajena a mi personalidad y que por eso admiro tanto. El caso es que el tiempo se fue enseguida y comenzó el turno de preguntas. Un niño levantó la mano y se dirigió a Dani como “tío”. La gente se rio y Dani se disculpó “¡no me llames tío!”. No hacía falta, enseguida nos dimos cuenta que aquel salón estaba lleno de familiares, de amigos y de admiradores como nosotros. Después de contestar a una docena de preguntas del público en torno a su novela, estilo, longitud, idea principal, trama, personajes, voces… levanté la mano y pregunté a Dani sobre lo material, sobre el aspecto materialista del libro: si le había gustado el libro como objeto. Confesó su sorpresa al darse cuenta que días antes esas palabras circularan por su ordenador y ahora estuvieran en ese libro, con el aspecto imperecedero, incorregible,  de lo allí escrito. Quise recordar lo que dice insistentemente Trapiello: que un mismo libro dice cosas distintas en ediciones distintas. El dibujo de la portada es muy bonito, el tamaño es perfecto y el papel, ligeramente amarillento, agradable. Bonita tipografía. La editora allí presente, de la editorial Plasson y Bartleboom, le advirtió a Dani que a ver qué iba a decir. El libro está muy bien editado y les felicité a ambos por ello.

   A la salida nos fuimos a esperar a la cola de las dedicatorias. Qué emocionante ha debido ser para él. Le pedimos a una señorita que nos hiciera una foto a los tres. “Y también para Hermi, lector babilírico (o ¿babilístico?) que cada enero me abruma felizmente con su itinerario de lecturas. Gracias por venir”. Qué majete que es. Si alguna vez hemos cuestionado si una obra debe sufrir por cómo de cabrón o no es el autor, con Dani hemos de decir que su obra debe ganar por cómo es él.

  No nos quisimos quedar a su invitación a tomar algo. Era tarde. De vuelta al metro fuimos Carlos y yo charlando de lo más animados. Tarde más que agradable. Él se cogió el Circular para un lado y yo para el contrario, prometiéndonos ver en Valladolid no tardando mucho. Le pregunté por su nieto de quien nos envió unas fotos hace unos pocos años. “Debe tener seis o siete años, ¿no?”, pregunté. Doce ¡doce años! tiene el nieto. Nos hacemos viejos sobre todo en los demás.

  Ayer tarde terminé la lectura de la novela. Recordé que el mismo Juan Gómez Bárcena había confesado que en algunos tramos se hacía confusa pero que según se iba avanzando todo iba encajando. Yo, torpe toda la vida en aprobar acertijos, me ha costado más. El estilo está asentado a base de lo que puede llamarse digresión. A veces al lector, a este lector, le resulta llamativo que continuamente vaya introduciendo elementos que poco parecen tener que ver con lo que se va contando, al menos aparentemente. ¿Prosaico? ¿Poético? Dice Dani que contaba las sílabas de cada frase para que le sonaran bien, como en un poema ¿Circunvaladero? Da igual, y no, no me he saltado ni una página.

  A veces he echado de menos un respiro, más respiros, como una nota de referencia literaria, algún chiste. Un ejemplo: “Pidió un agua con gas y una ensalada de rúcula, me acordé del cometario de Borges a Sábato cuando afirmó que Stevenson, que nunca había comido una ensalada, murió mientras preparaba una y concluí que era imposible ser feliz con esa alimentación”.

  Tiene una rara habilidad en hacer comparaciones literarias bien traídas. “Igual que hay volcanes que entran en erupción tras años de aparente tranquilidad, hay episodios del pasado que, tiempo después, el presente alumbra y convierte en magma, y si eso ocurre en el presente hay un vínculo profundo, una misma raíz y un mismo temblor”. Últimamente se inflama de manera explosiva mi magma familiar.

  En el futuro alguien encontrará en un almacén de papel una agenda donde alguien escribió una frase de esta novela de Dani Dilla: Por ejemplo: “Supongo que, al final, todo es literatura: se ocupa de la verdad, pero, como la literatura es vida, está hecha de sus mismos materiales. Es decir, de tergiversación y falsedad. También de ocultaciones, así que lo repetiré: amo la ducha”. Por ejemplo.

  A veces me ha recordado en sus circunloquios, en sus repeticiones obsesivas, a Thomas Bernhard o a Joyce, palabras mayores.

  La novela está llena de frases para enmarcar: “El alcohol era la alfombra que yo desenrollaba para cubrir un vacío”. O hallazgos, como nombrar a una residencia de ancianos “El Porvenir”.

  Dice Dani que le gusta la literatura poco dada a concesiones, que el lector participe, que tenga que trabajar. Pero para mí, trabajar, como decía el poeta, cansa. Soy un anciano de residencia que quiere el puré bien pasado, no un trozo matérico que masticar.  Siempre repito que amo el ciclismo y la literatura y nunca me hubiera gustado dedicarme profesionalmente a ninguna de las dos cosas. De los Diarios de González-Ruano que he empezado esta mañana anoto la frase:

 “…hacer que las cosas sean un poco más complicadas a fuerza de claridad y más excitantemente difíciles a causa de su sencillez”.

  Es su obra y su apuesta. Creo que es lo que debe de hacer. Ayer le compré a una mujer por Wallapop cinco libros, uno de ellos La Subasta del lote 49, de Thomas Pynchon. Me dijo que le había costado dios y ayuda terminarlo pero que estaba segura de que era una obra admirable. Yo pienso lo mismo de esta primera novela de Dani. Y compraré la siguiente sin duda. Enhorabuena Dani. Espero que las ventas sigan su buen camino, te lo mereces.

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