Recordemos que en aquella casa de Donoso Cortes donde me habían invitado a llevarme lo que quisiera, y como no quise llevarme el coche, me llevé dos bolsones del Ikea y mi eterna mochila cargadas de libros. Elegí buenas ediciones de diarios, memorias, historia, etc. Entre todo ese tesoro estos diarios. Recordemos que quise leer antes sus Memorias por ser estas anteriores a los Diarios. ¡Cuántas horas habré pasado con este hombre en los últimos meses! Creo conocerle bien. Y no, no es ese malvado de quienes ahora los entendidos denostan. Y digo esto porque la mayoría de mis paisanos no saben quién es. Y fue, según él mismo dice hacia el final, el mejor periodista pagado de su tiempo.
Hay algo en lo que no coincido: él sostiene que un diario debe ser algo hecho a vuela pluma, donde se van anotando las cosas diarias del vivir por muy anodinas que sean. Yo estoy más de acuerdo con Trapiello quien defiende la elaboración literaria de todo ese material. Digamos que todo son apuntes y que unos los desarrollan más que otros. Por cierto, ya tengo anotados para buscar el de Amiel y el de Eugenio Noel. “Cuando me enflaquecen las ganas de seguir el Diario tomo el Diario de Amiel entre las manos, y sin necesidad de abrirlo, siento casi como si me transmitiera una fuerza física. ¡Qué paciencia tuvo este hombre! ¡Y qué seguridad de que lo más importante que él podía dejar a la Humanidad era este rascarse las tripas del alma al anticipo dulce y seguro del sol de los muertos!”.
Contiene sin embargo cantidad de anécdotas jugosas. Él mismo confiesa que tiene tanto oficio (ha escrito miles y miles de artículos) que es capaz de redactare sin ganas y casi sin ideas tan solo con la inercia del oficio. Por ejemplo una anotación sobre la figura de Poncela: Año 52. Va a visitar a Enrique Jardiel Poncela. Le encuentra jugando con tarros vacíos. Está medio muerto y le dice en voz baja a César que se vaya con el médico que ha traído, que no quiere alimento y menos medicinas. Muere de cáncer con cincuenta años. El mismo Ruano acaba de cumplir 49 y dice sentirse fatal: problemas de muelas, de visión, de asma, de cansancio… Ayer ruta con la bici de montaña por estos campos embarrados pero hermosos de una primavera adelantada. Sesenta kilómetros. Al fondo los penachos blancos de la sierra madrileña. Cerca de cumplir los 63 años. Así, claro que cualquier tiempo pasado fue peor. Él murió reventado con la edad que tengo yo ahora. En la última fotografía se ve a un hombre metido en cama, con los dedos tintados de nicotina, asomado a la muerte misma. ¡Cuánta gente va muriendo a través de sus páginas! Hoy en día los años se han estirado, como las hipotecas.
Buscando la voz de González-Ruano por la red, que encuentro sin imágenes, descubro un acto en el Café Gijón en el que aparece Miguel Pardeza, el ex del Real Madrid y Quinta del Buitre, como auténtico especialista en el periodista madrileño y editor de su obra periodística. Dice que en sus más de mil páginas de sus diarios, 1951-1965, sólo habló de Franco dos veces: una para decir que se iba de vacaciones, y otra para decir que venía de vacaciones. También aclara que no era muy dado en hacer valoraciones políticas. Normal por otro lado, y que otros tantos periodistas de izquierda, Haro Tecglen, Váquez Montalbán… también lo eran del Régimen, qué remedio. Dice de escribir libros: “Lo terrible de los libros es empezarlos. Después, cuando se acercan al fin, no los terminaría nunca. Por eso no me extrañan nada las novelas muy largas. Lo que ocurre es que no me gustan”.
Es recurrente el que aluda constantemente a sus problemas económicos pero tiene casas varias en Madrid y en Cuenca, donde va a menudo. Tiene personal de servicio, del que a veces despotrica. Qué ganas de ir a Cuenca. He estado un par de veces pero solo se conoce una ciudad después de dormir en ella, patearla y comer y cenar.
“Para una de las pocas cosas que mejor sirve el tiempo es para perderlo. Estoy lleno de problemas y creo que, afortunadamente, cargado de desdén”.
“Azorín no se ha hecho viejo literariamente viejo porque jamás fue joven”.
“Me gusta montar una casa lo mejor que puedo, llenarla de intimidad, construirme mi rincón… y luego irme a escribir a un café”.
“Hemos hablado de la soledad. De la soledad acompañada, probablemente la más triste de todas. Marinao decía que él tenía nostalgia de su juventud.
-¿Y usted?- me pregunta.
-No, yo tengo asco de mi juventud”.
Murió el 15 de diciembre de 1965 en su casa de Río Rosas. Tan débil que entró en coma para no despertar jamás.
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