Entre los ejemplares de la colección de quiosco que había en la librería del BookCenter estaba esta biografía de Marx. La había tenido algunas veces en mis manos pero no me decidía, hasta que un día, visto el éxito obtenido con las otras, Marañón, Azaña, Buñuel… quise saber más sobre Marx y el marxismo. Quizá ahora que termino su lectura sepa más, pero me sigue quedando el asombro de que haya sido una de las figuras más importantes del siglo XIX y del XX, donde en su nombre se mataron varios millones de personas. Pero claro, en su Manifiesto Comunista había miga: “Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que las cadenas”. El autor, pícaro él, aclara: “Las únicas cadenas que atan a las clases obreras en la actualidad son las de las imitaciones de los relojes Rólex”.
La figura histórica de Marx es un poco patética. Pasó la mayor parte de su vida aquejado de todo tipo de molestias físicas. Furúnculos, dolor de muelas, hígado, broncas tabernarias… ese es el ejemplo de gran parte de la izquierda en el mundo. Eso sí, encandiló a muchos de los que lo conocieron, quizá deslumbrados por su físico de león de pelo negro y sus dotes para hablar. Como decía su amigo Auerbach: “reúne en su persona el máximo rigor filosófico con el ingenio más mordaz”. Y lo comparaba con Voltaire, Rousseou y Heine, entre otros.
En un momento dado salió la figura de Proudhon, un anarquista libertario por el que fui crucificado al relacionarlo con el alemán. Sólo quise resaltar que ambos renegaban de la propiedad privada. Alguien me afeó el que así fuera porque después se arrepintió el francés. Pero es que su libro más famoso ¿Qué es la propiedad? deja pocas cosas a la imaginación: “la propiedad es un robo”.
Y un anhelo peligroso: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. El querer implantar las sociedades perfectas ha ocasionado al hombre todos los peores males que es capaz de soportar.
Una anotación importante. El comunismo es tratado por el autor casi como una religión. Y se pretendía enseñar como un catecismo: “Eres comunista? Sí. ¿Cuál es el objetivo del comunismo? Organizar la sociedad de tal modo que todos sus miembros puedan desarrollar y utilizar sus capacidades sin infringir por ellos las condiciones de partida de esa sociedad. Cómo quieres lograr este objetivo? Mediante la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la propiedad comunitaria”. En eso, nadie me lo negará, coincide con Proudhon.
Leyendo el libro inédito de Wenceslao Fernández Florez, El terror rojo, se ve que todas estas cosas llegaron un siglo después a las mentes de millones de ciudadanos frustrados y primarios.
No sabía nada de Proudhon, o apenas me sonaba su nombre, tampoco sabía nada de Wilhem Weitling, que se hubiera sentido a gusto entre “los predicadores milenaristas itinerantes de la clase Media o entre las sectas comunistas que florecieron en la época de la guerra civil inglesa”. Son tremendas las lagunas de conocimiento que uno comprueba cuanto más lee. Una idea de este Weitling “Los criminales son producto del orden actual de la sociedad, y bajo el comunismo dejarían de ser criminales”. Me suena de algo de nuestra actualidad política.
Todo es tremendamente contradictorio y es verdad que los humanos tendemos siempre a encasillar a los otros. Necesitamos crear cajitas para meter en cada una de ellas a sus personas por colores. Es verdad que Marx habló bien alguna vez de la burguesía (y sus propiedades) pero como un periodo ya superado de la historia. También apreciaba el cristianismo, o al menos “podemos perdonar muchas cosas del cristianismo porque nos enseñó el culto al niño”. Bonito.
Solo dos veces intentó trabajar en Londres: como vendedor de una laca milagrosa y como administrativo del Ferrocarril. En ambas no lo admitieron. Su caligrafía debía ser infernal.
Bueno, misión cumplida. Ahora se un poco más de historia de la filosofía política, un poco más de qué es la izquierda, un poco más de qué es el marxismo.