Cuánto tiempo buscando este libro y lo encuentro, barato, en el wallapop. Curioso. Le di a buscar sin muchas esperanzas y entonces descubro a un tipo chileno que tiene un montón de libros de temática militar, trabajando por unos años en Madrid. También le compré Gallipoli, del gran cronista Moorehead. Y estuvimos conversando más de una hora en una deliciosa tarde de invierno templado en la plaza de la Ópera.
El libro del recientemente desaparecido historiador del que había leído sus relatos de las batallas de la Guerra Civil, La Batalla del Ebro, La Batalla de Madrid, está muy documentado y es ameno pero adolece de un tono algo irónico y sarcástico. Todos los historiadores tienen su ideología pero bajo mi punto de vista se debe notar lo menos posible.
En 1941 miles de españoles se alistaron en esta unidad militar para combatir y defender lo que defendía Hitler. Entonces se percibía como una causa noble e imprescindible. Luego Franco ante el hundimiento supo despegarse para salvar los muebles, muebles que estaban ya de por sí rotos y viejos. 47.000 soldados pasaron por los campos helados donde ahora se combate contra otro monstruo de la historia: Putin. Quién sabe.
Fueron a luchar bajo la consigna de que Rusia era culpable. Veremos a ver bajo qué lemas tendremos o no que volver a luchar.
Tremenda historia leída en el libro, entre los niños de la guerra que marchan a Rusia van dos críos: Andrés, de quince años, y su hermano menor Miguel. Año 37. Salen de Bilbao sin fecha de regreso. Queda su familia. A los pocos años estalla la guerra mundial. Andrés se apunta de miliciano ruso y es lanzado como paracaidista detrás de las tropas alemanas, las españolas entre ellas. Cuando van cayendo les espera la muerte. Los van fusilando apenas tocan el suelo pues los estaban esperando. A todos menos a Andrés. Tiene pinta de crío y un teniente coronel español le adivina lo de ser paisano. Le perdona la vida y lo toma bajo su protección. Se lo lleva a España, pasa la frontera en Irún y llega a San Sebastián, a su casa. Su familia no lo reconoce. Está demacrado y escuálido. Y aquí viene lo bueno: muchos años después viene su hermano Miguel; se juntarán los hermanos y le hará un regalo: la comunicación oficial de su muerte en acción de guerra. Para una peli o una novela.
Otra de las historias increíbles fue la de la los hermanos García Noblejas. Digna de una película como la de Spilberg y su soldado Ryan. “Primero cayó su padre, Salvador, asesinado en Paracuellos en noviembre de 1936. Luego, tres de sus hermanos, Jesús, Salvador y José, luchando en la guerra. Le ha tocado el turno a Javier, que apenas ha tenido tiempo de luchar. Un proyectil de artillería soviética ha reventado la isba donde se encontraba refugiado. De la saga sólo queda con vida el quinto hermano, Ramón, que también está en la División”.
Historias ya sabidas y vueltas a leer con fruición como el suicidio en Riga de Ángel Ganivet en el río Daugava: “se arrojó al agua desde el transbordador que unía las dos orillas cuando se dirigía a ocupar su puesto. Le rescataron algunos compañeros de viaje. Pero él insistió, se volvió a tirar al agua y consiguió su propósito”.
Dato curioso: “Las enfermeras estaban comandadas por Mercedes Milá, una voluntaria barcelonesa de carácter fuerte”.
Recuerdo la lectura de hace unos años de Los cuadernos de Rusia de Dionisio Ridruejo, muchas historias humanas de sufrimiento, desapariciones y muerte. Ayer aparecían dos soldados ucranianos en una trinchera en un documental de hace unos pocos años. Bisoños, aburridos, en apretados búnkeres. Decían que se aburrían mucho, que deseaban entrar en acción. Quizá sea ese el motivo de todos los males: como decía Pascal, no saber estar tranquilamente en tu habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario