Después de la lectura del último número de Jot Down, comprado sobre todo para la lectura de la entrevista a Iñaqui Uriarte, “¿Veis todos esos libros de ahí? No me acuerdo de nada” termino el segundo de los dos tomos que Acantilado publicó sobre los viajes de Paddy por el Peloponeso y el norte de Grecia. Éste me ha gustado más que Mani, casi más un trabajo de antropólogo o de etnógrafo o de estudioso de las curiosidades humanas. Porque Paddy debió ser como esos fotógrafos que primero seducen al retratado, los llena de confianza para que se abran y luego en la foto les arranca toda el alma que llevan dentro. Y es que este escritor de viajes debía ser el tipo más seductor del mundo. Su apariencia, alto de cabello rubio y rizado, su sonrisa, su simpatía, sus saberes enormes de erudito, le abrían las puertas más cerradas, ya fueran de labriegos o de princesas. Qué gusto llevar tus pocas pertenencias por tierras extrañas, por tierras llenas de historias antiguas y poder hablar de ellas con cualquier tipo de personas y encima en su difícil lengua, siempre curioso por encontrar y descubrir nuevas palabras, nuevas expresiones. Y disfrutón: su narración sobre la ingesta de una pierna de cordero lechal con hierbas y ajos incrustados es toda una delicia que hace despertar el apetito a un muerto.
“La vida, si no fuera por las guerras y los problemas económicos, sería espléndida y no necesitaría del consuelo de la religión (excepto como un símbolo nacional de pueblos y ciudades) o de la filosofía”.
Cuenta de manera alucinógena su estancia en los monasterios voladores de Meteora, esas construcciones imponentes e imposibles que parecen estar suspendidas en el aire los días de niebla.
Inolvidables sus descripciones sobre el pueblo de Kravara donde los mendigos lo son de profesión, y muy competentes. Donde un hombre sano era capaz de transformarse en lo que se tarda un parpadeo en convertirse en un ser lisiado mudo, manco, cojo y de ojos metálicos. Paddy, en la conversación había leído que incluso en el pasado padres, para que sus vástagos pudieran ganarse mejor la vida, les deformaban las extremidades. Sus contertulios no lo creían y preguntaron de dónde había sacado eso. De una enciclopedia. El chico de la casa abrió un armario y de él sacó el volumen correspondiente y efectivamente allí estaba. Para Paddy fue muy extraño encontrar en un pueblo tan pobre esa enciclopedia.
Hasta pronto Patrick Leigh Fermor; otra vez me subieron las ganas de ir a ver tu casa en la orilla del mar, Kardamili.
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