El sábado pasado venía conduciendo y escuché una entrevista muy interesante de este joven divulgador en RNE. Venía de pasar unos días en la costa en casa de mis padres. Él, el entrevistado, se llama Miguel Pita y es doctor en genética en la Autónoma; participa en diferentes proyectos, radio y ha escrito varios libros. Al día siguiente compré el libro. Lo he leído en lo que se tarda en tomar dos o tres cafés. Es cortito. Responde a preguntas que tantos nos hacemos durante estos meses: qué es un virus, cómo se comporta, qué incidencia tiene en el ser humano. Contado de manera fresca, didáctica, sencilla. La verdad es que la entrevista me entretuvo una parte del viaje. Da gusto oír hablar así, tan bien, tan didáctico, tan comprensible, temas tan complejos. Y como al día siguiente tenía que buscar sí o sí la autobiografía de Amos Oz, y como en la Antonio Machado, una de mis librerías favoritas, casi siempre encuentro lo que busco, no como otras, pues ahí lo tenían. Me ha parecido demasiado pequeño. Habré de ponerlo en la estantería de los enanos para que no se hunda en el mar proceloso de sus mayores. Pero lo recordaré; recordaré su lectura. Aunque sea solo por el párrafo hacia el final del libro. Muchas veces de un libro apenas recordamos una atmósfera, una anécdota, un gesto. Es el único que he subrayado, el más poético. Es de esas veces que al leer una cosa la imaginación vuela y se estampa contra una pared de infinitas dimensiones: “Los átomos entran y salen de la vida al compás del ADN. Un átomo de hidrógeno de más de trece mil años de edad, que formó parte de una estrella hasta que estalló, puede haber sido reclutado por el ADN para formar parte del dedo gordo de tu pie, y algún día podrá abandonarlo para formar la pata de un cangrejo o una molécula de agua en el mar”.
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