Después de un barrido por diferentes páginas
de internet buscando estos libros de Trapiello, más que nada para ahorrarme unos
eurillos, encontré en esta librería de Salamanca, La Nave, dos ejemplares. La
cosa en sí, y El Jardín de la pólvora. Curiosamente ambos tienen parecido
número de páginas pero este último es bastante más grueso. Con su papel se podrían
hacer acuarelas perdurables. El ejemplar corresponde al año dos mil, comienza
por tanto en el año dos mil desde el 99. Número redondo en el que durante años
se fantaseó con que llegaría el fin del mundo. Que los aviones se caerían desde
el cielo, que las computadoras se rebelarían, que estallaría otra Mundial. No
pasó nada aunque sí hubo miedo. Mucha gente estuvo de guardia la noche vieja
por si pasaba algo gordo.
Se sigue hablando en este tomo de las mismas
cosas. No importa. Lo diré las veces que haga falta. No me canso. Un viaje, Las
Viñas, El Rastro. Él mismo lo menciona como una letanía en algún poema de los
suyos. Y sin embargo pocas veces subraya el lector algún párrafo a tener en
cuenta para la colección de recordables. Quizá porque sería demasiada la
destrucción. Me da apuro manchar sus páginas porque imagina que cada vez
tendrán más valor. Cuando yo muera. Cuando él muera.
Y se sigue emocionando con las cosas que
cuenta y sobre todo sobre cómo las cuenta. El “compacto” al que sin querer
rompe la portezuela de entrada de los CD,s y el intento de meterse a técnico y
cómo, a modo de los cirujanos que al abrir se encuentran todo invadido, deciden
cerrar sin tocar. La mirada de los hijos, suspicaces, recordándole cómo tiene
el valor de intentarlo siquiera.
Esos rayos de reflexiones cuando conectan con
uno mismo, y se siente el lector como si se mirara en el espejo: “Esa ilusión
de comprar se va desvaneciendo con la edad, cuando comprende uno que no
necesita nada, que tiene todo lo preciso”.
El retrato exacto de los personajes reales
que aparecen por sus páginas: “Él asegura que ha vencido su timidez congénita
porque hay un mostrador de por medio, y eso le ayuda a situarse de modo
satisfactorio en una conversación. Asegura que si le quitaran el mostrador o
batea de los libros, sería un hombre anulado para el trato social. Eso tiene
que ser verdad, siendo lector de estos diarios. El mostrador en él es como un
disfraz. No lo hubiera visto uno nunca de esa manera. Está bien”. Qué bien
conoce a sus lectores. Pocos pero fieles.
Trapiello sabe de lo que habla porque le ha
dado las vueltas muchas veces a las mismas cosas. En cierta página habla de que
fue a dar una conferencia sobre la hipocondría. Año 2000. En el verano del año
pasado, 2018, asistió uno muy contento al mismo sitio y a la misma conferencia,
es decir, sobre el mismo tema. La enfermedad y la literatura. Cómica,
divertida. Ahí lo conocí en persona mientras me dedicaba el libro que estaba
leyendo de él.
“Las
palabras son muy importantes porque tienen un gran poder contaminante, aunque
no en el mismo grado. Fascista, reaccionario y rancio, por ejemplo, son hoy en
día más eficaces que estalinista, abstracto o memo. ¿Por qué? Porque la
historia es cíclica. ¿2019? No, escrito en el año 2000”.
Ahora a leer otras cosas hasta que me pueda
la añoranza de nuevo y no pueda resistirme a volver a este autor que tanto me
gusta. Ahí está mirándome desde su grueso lomo El jardín de la pólvora,
esperando.
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