domingo, 6 de enero de 2019

CONVERSACIONES CON R.J. SENDER. MARCELINO C.PEÑUELAS.




  Este libro me costó dos euros en un domingo de principios de diciembre de 2018. Este invierno no está haciendo mucho frío, al menos por el día, porque apenas hay nubes y el sol consigue calentar el aire. Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando uno llega al rastro a rastrear los puestos de libros. Cada día es distinto. Sacan de las cajas los libros y nos lo van echando a los mirones como a las gallinas los granos de comer.
  Este libro está escrito por un profesor español de la Universidad de Seattle, en Washington, quien, después de asistir a diferentes charlas con el escritor, le propuso grabarlas en cintas para después transcribirlas al papel. Debía ser este bastante ameno a la hora de contar su vida o cualquiera de las miles de anécdotas que retenía en su privilegiada memoria. Decía que siempre contaba las cosas de la misma manera porque sabía dónde sabía que iba a producir un buen efecto en sus oyentes, sean estos de risa o de espanto. Ramón aceptó y este es el resultado. El trabajo original es mucho más amplio. Aquí solo están los diálogos. Pero dieron para mucho porque son extensos y muy interesantes para alguien como yo al que le gustan cada vez más sus novelas: ahora, después de leer el libros aún más.
  En la primera parte el profesor Peñuelas escribe una semblanza de la vida de su contertulio. Y la verdad es que es una vida de película o de novela. De muy joven se marchó de casa a Madrid –era de un pueblo de Huesca, Chalamera-, porque se llevaba mal con su padre. Era de naturaleza sensible y espíritu revolucionario debido a un sentimiento de lo que debería ser la justicia social, sea esta lo que sea. “Un campesino que, despreciado por la población moría en un camastro de tablas en compañía de su mujer, envejecida prematuramente y en un lugar donde no había ni aire, ni fuego, ni agua, es decir, los tres elementos básicos”. “Creo que eso condicionó toda mi vida”: “Eso enseña más que un libro de Bakunin, Marx o Engels juntos”. “pero la humanidad seguirá siempre siendo una masa confusa de animales medio ciegos que están tratando de superar la animalidad de un modo u otro”.
  ¿Por qué me gusta tanto Sender? Porque leí hace años Iman, la novela de su experiencia en la guerra de África, en el Desastre de Annual. Es una novela que deja al lector sin aliento, y que asiste espantado a unos hechos violentos donde el protagonista sufre lo indecible pero donde el narrador es capaz de sujetar con templanza la acción para que todo sea a la vez contenido. Una maravilla de novela que fue su primera novela y su consagración desde entonces.
  Luego, mucho más tarde, leí la crónica del crimen de Casas Viejas y ya me atrapó para siempre. Y así, siempre que veo algo de Sender que no tenga, lo compro. Excepto que haya mucho, como hoy, y claro, no puede uno llevarse tanto de un golpe. El tema de Casas Viejas, un reportaje periodístico de primer orden, escrito como un cirujano, le deja a uno desolado. ¿Cómo pueden pasar estas cosas en el mundo? Y creo que la respuesta está en la falta de educación, en una ignorancia larvada a través de las generaciones.
  “Si suprimes los adjetivos y eres tan expresivo como con ellos, el estilo cobra fuerza y energía”.
  Sobre cómo cuenta las cosas un ejemplo: recordar que es una transcripción de viva voz: “Kerenski –quien tomó el poder en la revolución rusa- fua a ver al rey, antes de ser éste depuesto, como jefe de una facción importante que colaboraba con el ala más o menos liberal de la monarquía. Y le dijo al rey: se trata de aprobar una ley aboliendo la pena de muerte. El rey contestó: ¡qué barbaridad, eso no se puede tolerar! ¿Qué se puede esperar de la disciplina del ejército sin la pena de muerte? Entonces Kerenski le contestó: me pone vustra majestad en el caso difícil de advertirle que esta medida era más bien con vistas a proteger a vuestra majestad. Y el rey le dijo: Yo sé muy bien, como cualquier otro, dar mi vida por la patria. Pocos meses después el zar era fusilado y parece que su fusilamiento no mejoró gran cosa la disciplina del ejército”. Es una anécdota fabulosa. E histórica. Sabe ver bien las paradojas de la historia y sabe contarlas muy bien.
  “Recuerdo haber visto a Casals en una fiesta, en París, y el único que no parecía artista era él. Parecía un barbero de aldea o un vendedor de ultramarinos de barrio. Pero cerca de Casals había un individuo de dos metros de alto, con un perfil de águila, una cabellera con rizos sobre el hombro, una sortija en el dedo índice con un camafeo de mil ochocientos, un aire sombrío, lejano y distante, que a mí me recordó a Lizst en los grabados de la época. Estábamos todos tan impresionados con aquel tío… Yo le pregunté a Casals: ¿Quién es ese hombre de las melenas? Él me miró y dijo: Un afinador de pianos.. Un buen afinador, no crea..”.
 

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