Este libro me costó dos euros en un domingo
de principios de diciembre de 2018. Este invierno no está haciendo mucho frío,
al menos por el día, porque apenas hay nubes y el sol consigue calentar el
aire. Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando uno llega al rastro a
rastrear los puestos de libros. Cada día es distinto. Sacan de las cajas los
libros y nos lo van echando a los mirones como a las gallinas los granos de
comer.
Este libro está escrito por un profesor
español de la Universidad de Seattle, en Washington, quien, después de asistir
a diferentes charlas con el escritor, le propuso grabarlas en cintas para después
transcribirlas al papel. Debía ser este bastante ameno a la hora de contar su
vida o cualquiera de las miles de anécdotas que retenía en su privilegiada
memoria. Decía que siempre contaba las cosas de la misma manera porque sabía dónde
sabía que iba a producir un buen efecto en sus oyentes, sean estos de risa o de
espanto. Ramón aceptó y este es el resultado. El trabajo original es mucho más
amplio. Aquí solo están los diálogos. Pero dieron para mucho porque son
extensos y muy interesantes para alguien como yo al que le gustan cada vez más
sus novelas: ahora, después de leer el libros aún más.
En la primera parte el profesor Peñuelas
escribe una semblanza de la vida de su contertulio. Y la verdad es que es una
vida de película o de novela. De muy joven se marchó de casa a Madrid –era de
un pueblo de Huesca, Chalamera-, porque se llevaba mal con su padre. Era de
naturaleza sensible y espíritu revolucionario debido a un sentimiento de lo que
debería ser la justicia social, sea esta lo que sea. “Un campesino que, despreciado
por la población moría en un camastro de tablas en compañía de su mujer,
envejecida prematuramente y en un lugar donde no había ni aire, ni fuego, ni
agua, es decir, los tres elementos básicos”. “Creo que eso condicionó toda mi
vida”: “Eso enseña más que un libro de Bakunin, Marx o Engels juntos”. “pero la
humanidad seguirá siempre siendo una masa confusa de animales medio ciegos que
están tratando de superar la animalidad de un modo u otro”.
¿Por qué me gusta tanto Sender? Porque leí
hace años Iman, la novela de su experiencia en la guerra de África, en el Desastre
de Annual. Es una novela que deja al lector sin aliento, y que asiste espantado
a unos hechos violentos donde el protagonista sufre lo indecible pero donde el
narrador es capaz de sujetar con templanza la acción para que todo sea a la vez
contenido. Una maravilla de novela que fue su primera novela y su consagración
desde entonces.
Luego, mucho más tarde, leí la crónica del
crimen de Casas Viejas y ya me atrapó para siempre. Y así, siempre que veo algo
de Sender que no tenga, lo compro. Excepto que haya mucho, como hoy, y claro,
no puede uno llevarse tanto de un golpe. El tema de Casas Viejas, un reportaje
periodístico de primer orden, escrito como un cirujano, le deja a uno desolado.
¿Cómo pueden pasar estas cosas en el mundo? Y creo que la respuesta está en la
falta de educación, en una ignorancia larvada a través de las generaciones.
“Si suprimes los adjetivos y eres tan
expresivo como con ellos, el estilo cobra fuerza y energía”.
Sobre cómo cuenta las cosas un ejemplo:
recordar que es una transcripción de viva voz: “Kerenski –quien tomó el poder
en la revolución rusa- fua a ver al rey, antes de ser éste depuesto, como jefe
de una facción importante que colaboraba con el ala más o menos liberal de la
monarquía. Y le dijo al rey: se trata de aprobar una ley aboliendo la pena de
muerte. El rey contestó: ¡qué barbaridad, eso no se puede tolerar! ¿Qué se
puede esperar de la disciplina del ejército sin la pena de muerte? Entonces
Kerenski le contestó: me pone vustra majestad en el caso difícil de advertirle
que esta medida era más bien con vistas a proteger a vuestra majestad. Y el rey
le dijo: Yo sé muy bien, como cualquier otro, dar mi vida por la patria. Pocos
meses después el zar era fusilado y parece que su fusilamiento no mejoró gran
cosa la disciplina del ejército”. Es una anécdota fabulosa. E histórica. Sabe
ver bien las paradojas de la historia y sabe contarlas muy bien.
“Recuerdo haber visto a Casals en una fiesta,
en París, y el único que no parecía artista era él. Parecía un barbero de aldea
o un vendedor de ultramarinos de barrio. Pero cerca de Casals había un
individuo de dos metros de alto, con un perfil de águila, una cabellera con
rizos sobre el hombro, una sortija en el dedo índice con un camafeo de mil
ochocientos, un aire sombrío, lejano y distante, que a mí me recordó a Lizst en
los grabados de la época. Estábamos todos tan impresionados con aquel tío… Yo
le pregunté a Casals: ¿Quién es ese hombre de las melenas? Él me miró y dijo:
Un afinador de pianos.. Un buen afinador, no crea..”.
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