Dentro del libro sobre viajeros por Grecia e
Italia, el exquisito libro de viajes de María Belmonte, la historia de este
médico sueco fue una de las que más me gustó. Un hombre que dejó fama y dinero
y también penurias y penas (estuvo en la gran epidemia de cólera de Nápoles)
para instalarse en la isla de Capri reconstruyendo la villa del que fuera
emperador Tiberio y donde se hizo un paraíso sobre la tierra, rodeado de sus
perros queridos, de libros y de ilustres, y también humildes, visitantes.
Porque hay que amar la vida para apartarse de ella “Leopardi, el más grande
poeta de la Italia moderna, que deseaba la muerte en exquisitas rimas desde que
era muchacho, fue el primero en huir cuando el cólera apareció en Nápoles”.
El libro que tengo entre las manos y que fue
un Best Sellers en su época es de la editorial Juventud del año 1954. En algún
sitio he leído que existe una edición sin censuras, por lo que he de colegir
que esta lo está. Aparte de que también me parece un poco pobre su traducción.
El libro comienza cuando llega a Italia y de
cómo todo le va sorprendiendo. Es un enamoramiento a primera vista. Las flores,
las esculturas, la luz y el clima, el “vino de color rosa”, el queso, el mejor
del mundo. Pero enseguida, en el capítulo II, nos cuenta sus cuitas con la dura
labor de hacerse médico.
En el capítulo III, rápido su apertura de
consulta, ya nos va contando que la gente se siente atraído por su figura para
sentirse protegidos, escuchados, reconfortados. Y llega uno a la conclusión si
no será esa la auténtica categoría que ha de tener un buen médico; insuflar
confianza y esperanza en el enfermo, y sea este real o imaginario. “El doctor
que tiene ese don, casi puede resucitar a los muertos”. Cierto es que esto
también tiene sus inconvenientes: atraer a los desocupados, a los solitarios
crónicos que lo visitan, más para conversar que para otra cosa.
Amaba a los perros y no suele dejar pasar un
capítulo sin referirse a ellos. Cuántas buenas páginas y cuánta congoja han
suscitado los perros. “Hay también canes tontos, aunque la proporción es mucho
menor que en los hombres”. “Si queréis comprender qué colección de bárbaros realmente
somos, no tenéis más que entrar en la tienda de un circo ambulante. La cruel
bestia feroz no está detrás de los barrotes de la jaula, sino ante ellos”. Por
cierto, he aquí un ejemplo de algo mal traducido. No me suena bien.
“Mi cuñada se había vuelto glacial. Con las
personas que no quieren a los perros no se puede hacer más que compadecerlas y
alejarse de ellas, zurrón a la espalda, con vuestro cachorro”.
En el capítulo VIII se narra su estancia en
Nápoles y la plaga del cólera que hubo de sufrir la ciudad. Narra también la
invasión de las ratas, un capítulo que merecería estar entre las historias que
se cuentan en ese libro del mundo de esos fascinantes roedores como en Nuestras
hermanas las ratas, de Michel Dansel. “En su mayoría las ratas eran inofensivas
y corteses, al menos con los vivos, ocupadas en su trabajo de recoger la basura
abandonada exclusivamente a ellas desde el tiempo de los romanos”.
El libro cuenta también historias tristísimas
de enfermos que mueren, niños por los que no se puede hacer nada excepto verlos
morir y consolarlos. De tosferina, esa enfermedad que a punto estuvo de
costarle la vida a un primo mío.
El libro acaba contando los trabajos que le
costó hacer lo que hoy es una de las atracciones turísticas de Capri, su villa.
Un libro que, gustándome, no ha terminado de convencerme. Quizá me haya pasado
lo que dice tantas veces Trapiello sobre las ediciones y las tipografías: Cada
libro en cada editorial es distinto. En cualquier caso, una maravilla.
Lo que no conté… no es en realidad una
continuación ni una profundización, es más bien una colección de relatos sobre
algunos personajes que ya salieron en el original. Nada importante y
ciertamente peor traducido aún. Sin interés. Leído en diagonal. Una edición
raquítica del 59, a 15 pesetas. Su final: “Cae sobre Roma al atardecer de los sueños
y el resplandor crepuscular de la antigüedad enciende las solemnes ruinas. Como
bajorrelieve de un viejo sarcófago, el verano de Italia guarda en su relicario
el descanso de los extranjeros”.
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