Volumen número veinte de los Diarios de
Trapiello. Recordemos que los leo hacia atrás en el tiempo. Un párrafo
subrayable y subrayado: “Los españoles se han pasado la historia preguntándose
adónde irán a parar; los vascos, en cambio, sólo les preocupa de dónde vienen.
Los catalanes lo tienen peor, porque descendiendo de Calatayud, por no saber no
saben ni quién es la Dolores. Los mejores, los gallegos, que ni ellos mismos
saben si suben o bajan, si van o vienen, y eso que se pasan la vida en la
emigración. Yo si pudiera ser algo sería gallego, aunque cuando se ha sido de
León, no hay mucho que hacer. Ser andaluz también tiene que ser bonito, es lo
más cerca que podemos estar de Italia”.
EPICURO puesto al día: Si no esperas nada,
todo es un don.
Es de esos pocos ejemplares en los que cuando
te acuerdas de mirar la página, el número de la página por la que vas, te
sorprende haber avanzado tanto sin darse uno cuenta. Es narración pura. Asuntos
domésticos, sinsabores de la vida cotidiana, conferencias, viajes, libros,
editores, cenas, comidas, conversaciones, pesadillas, siempre narrado de una
manera extraordinariamente divertida. Las cosas oídas en el Rastro, los
encontronazos en Monesterio y su dificultad para comprar jamón cortado allí,
nada menos, los trucos de Gunter Grass para vender más libros. Acordarse de su
follón de que si había pertenecido voluntariamente o no en las juventudes
hitlerianas: cada vez que se alzaba el vuelo de la polémica vendía miles de
libros más.
“Tendrían que venir a vivir con sus novias
–se refiere a sus hijos-. Se ve que tiene uno el alma de los gitanos. Cuando
pasaban todo el tiempo en casa, cada uno de nosotros dos buscaba un rincón en
el que estar solo. Ahora que se han ido, sin saber cómo, por instinto
sentimental, nos vamos aproximando y acabamos uno al lado del otro, con un
libro en la mano, pero sin demasiada concentración”. Yo al menos me reconozco.
“… ni querré ni tendré ocasión de utilizarla
nunca. Pues mira por dónde, sí. A nuestro cuñado E. le pasó lo mismo con la
palabra “conticinio”. Cuando era juez en Málaga pudo colarla en una sentencia,
para admiración del abogado, quien, pese a que servía para señalar un agravante
en el delito del que se acusaba a su defendido, quedó muy admirado y más
conforme con la sentencia condenatoria”.
Ya tengo el siguiente en casa, Seré Duda. Es
una alegría saber que me quedan miles de páginas de gozosa lectura.
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