El historiador metido a político de
circunstancias, Torra, ha dicho que su labor será para avanzar hacia la
república. En esta novela, Premio Planeta del 73, se cuenta también que el presidente
de la misma, Azaña en la 2ª República, estaba un poco harto ya de los egoísmos,
deslealtades y los rifirrafes que hubo de comerse en la “cuestión” catalana.
“No estoy haciendo la guerra para que retoñe
en Barcelona un separatismo publerino. Lucho por la República y por el País;
por su grandeza y para su grandeza. Yerran de medio a medio quienes suponen
otra cosa. Aquí no hay más que una nación. ¡Nadie se llame a engaño! Esta sorda
y persistente campaña separatista es intolerable. Debe cortarse de raíz, si
pretenden que yo siga al frente del Gobierno, pues la mía es una política
nacional”.
Sigue en la página 191: “La Generalidad, cuyo
Presidente es el representante de la República en Cataluña, como ahora recuerda
Companys, ha permanecido durante mucho tiempo en estado de casi abierta
insurrección”.
A vece es casi un calco de los tiempos
actuales: “… Añádese al balance de cargos el tono propio de periódicos, arengas
y soflamas catalanes, del todo inaceptable en el federalismo más amplio.
Pasando a los hechos, recuerden las delegaciones de la Generalidad en el
extranjero, como si fuese poder soberano; el eje Barcelona-Bilbao; la emisión
de billetes por parte de ustedes, pura moneda falsa al parecer de Nicolau d´Olwer,
sin consultar, sin prevenir al gobierno”.
La novela está muy bien porque –lo confiesa
el autor al final- se alimenta esencialmente y abundantemente de los Diarios y
memorias de Azaña; algunas veces de manera literal.
Me gusta porque es otra forma de ahondar en
la intimidad de uno de los personajes más fascinantes de la historia reciente
de España: por ejemplo qué libros tenía de cabecera en determinado momento. “…
comprendo el destino que me puso por viático en las huidas estos tres libros:
la rebelión de las masas, La Vie des Termites y Caín. De masas de clase media,
negación de toda exigencia propia, será el reino de la Tierra, proclama Ortega.
El hombre carece de identidad, asiente Maeterlick: su esencia, como la del
universo, confúndese en la de Dios. Déjame morir –implora Caín a Lucifer-, pues
concebir a quienes sólo sufren largos años y parecen no es dar la vida sino la
muerte”.
La novela está narrada desde los días finales
del presidente, cuando ya todo estaba perdido. La huida, el paso de los
Pirineos, la búsqueda de un lugar seguro. Se recuerdan frecuentemente extractos
de sus discursos, páginas de sus escritos y eso enriquece el libro aunque le
resta originalidad.
Se describen de nuevo los líos entre las
facciones que allí solo en Cataluña se enfrentaron en lucha fratricida: POUM,
CNT, PSUC, Esquerra, etc. Apellidos que se repiten después de ochenta años:
Maragall, Bosch, junto a otros imborrables: Maciá, Companys, etc.
Hoy día es otro para subrayar en el
almanaque: Se ha vuelto a nombrar un Presidente del gobierno catalán. Su nombre
es Quim Torra. Le ha recordado la líder de la oposición, Inés Arrimadas, los
twits, los artículos y conferencias ofensivos hacia el resto de los españoles y
de los catalanes que, sintiéndose catalanes, se sienten también españoles. La
historia continúa y se repite. Si se avanza como dicen en hacer república al
margen de las leyes, el choque violento será inevitable. Hoy, FJL, ha dicho en
la radio que “claro que se puede volver a bombardear Barcelona, y su edificio y
su despacho desde la fuerza de miles de servidores públicos, miembros de las
fuerzas de seguridad del Estado que juraron dar su vida por España.Cuando se juega en los extremos surjen por todos lados extremistas.
Esperemos que dentro de unas décadas los
historiadores no se hagan la pregunta de cómo no fueron capaces de evitar lo que
se les venía encima.
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