En mayo de 1953 culminaba una de las mayores
gestas que ha dado el hombre en el mundo de la aventura, la exploración y el
desafío: la conquista del tercer polo: La montaña del Everest. 8848 metros
sobre el nivel del mar. Jan Morris, entonces James Morris formaba parte de la
expedición como corresponsal de prensa. John Hunt era el jefe de la expedición:
un antiguo oficial durante la II Guerra Mundial y aficionado al montañismo
desde niño.
El reportaje de Morris es austero como el
equipo que llevaban; directo y carente de florituras. Estamos en 1953 y hay que
entender cómo eran las comunicaciones, el equipamiento. Se necesitaban seis
días (con sherpas motivados a base de dinero extra) para llegar al primer sitio
desde el que transmitir por radio cualquier noticia. También era necesario que
fueran mensajes cifrados para que nadie se adelantara.
La historia de
James Morris, contada en una película, en un relato, en una novela, sería
sencillamente imposible de creer. Pocos años antes de su gesta, se casó con Elizabeth
Tuckniss y tuvo cinco hijos. En 1970 se operó de cambio de sexo en Casa Blanca,
se divorció porque era indispensable jurídicamente, pero siguió viviendo con su
mujer. Hasta la actualidad. Almodóvar lo habría tenido difícil para encajar su
historia en cualquiera de sus películas.
Hay
que entender que cualquier hazaña humana, cualquier viaje, cualquier batalla,
requiere de algún testigo que pueda luego contarlo. Y la primera expedición que
logró alcanzar la cima del mundo (después de décadas de intentos frustrados)
tuvo la suerte de contar con un narrador extraordinario. Y he sabido que tiene
libros de viajes. Y uno que ya tengo en el disparadero es uno de sus viajes por
España.
Todo
fue tan difícil que “No hacía falta recurrir a mis códigos catastróficos, ni a
mis obituarios ya preparados”.
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