Este libro lo tengo en
mis estanterías desde hace 34 años. Cuando lo compré tenía veinte pocos y
lo leí sin mucha atención. Ahora sé porqué. El motivo por el que he decidido
leerlo otra vez, después de tantos años, es porque no hace mucho tuve una
charla con un conocido. Nos preguntábamos en qué época hubiéramos querido
vivir. Él me decía, convencido, que en la Edad Media. Yo no estaba tan seguro.
Es más, estoy absolutamente seguro de que de vivir en esa época, de tener la edad
que ahora ostento, estaría muerto. Ya lo contaba hace pocas semanas en su libro
Steven Pinker: la Edad Media era catastrófica en todos los sentidos: crueldad,
oscuridad, sinrazón, miedos racionales e irracionales, supersticiones, torturas, locuras.
Ante esto él me decía que los señores feudales se preocupaban por sus tierras y
por los pocos que vivían en ellas. Y que el pensamiento era corto pero recto. La
discusión, claro, duró un minuto.
El libro de Asimov, el estilo, la forma de
contar las cosas, creo que está ya superado. No es atractivo. Poner una
sucesión de nombres y fechas y lugares sin un relato, digamos, dramático, hace
que la lectura resulte soporífera.
En un momento dado, cuando llegamos a España
y su invasión árabe lo despacha más o menos de la siguiente forma: “España
entró en un periodo de oscuridad con los moros durante los siguientes siglos y
no merece la pena detenerse más en ello”. Gran error. Los árabes nos dieron
gran parte de lo bueno que tenemos, y no voy a enumerar aquí qué cosas son
esas.
Asimov, estoy seguro, irá desapareciendo
debajo de las décadas y pocas personas recurrirán a él como no sea para
recordar sus relatos de ciencia ficción (también arenosos para mí).
“La expresión Edad Media no se usó en la Edad
Media, por supuesto. Los hombres de la época pensaban que su época constituía
los “tiempos modernos”. Pero siglos después de Gregorio, se redescubrieron los
clásicos de Grecia y Roma, y los sabios empezaron a pensar que había un
renacimiento, o reanudación, del saber”. Perfecto. Estoy de acuerdo.
No obstante a lo dicho, tiene algunas cosas
interesantes. Algunas anécdotas que es bueno señalar, pero son las menos. A la
Papa Juana, personaje en el que siempre hay que detenerse, le ocupa apenas un
parrafito.
Éste sí es recomendable: “Según la historia
asociada a él (Hatto, el arzobispo de Maguncia), durante un preiodo de hambre,
reunió a muchos pobres en un granero con el pretexto de darles alimento, y
luego incendió el granero, declarando que los pobres no servían para nada,
excepto, como los ratones, para devorar cereales”.
“Poco después, sigue el relato, el malvado arzobispo
fue acosado por una plaga de ratones que lo obligaron a huir a una torre de
Bingen, a orillas del Rin. Los ratones lo siguieron allí en número incontable,
lo rodearon y se lo comieron vivo”.
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