DAVID RIEFF.
PRESENTAN JUAN CRUZ, JOSE ALVAREZ JUNCO, MERCEDES GALLIZO Y JOSÉ
MARÍA RIDAO.
Ayer por la tarde, 21 de marzo de 2017, fui a
la presentación del libro de David Rieff, Elogio del Olvido. Sala Berstelmann. Es
un hombre alto y delgado, vestido de traje oscuro y unas espectaculares botas
vaqueras cuyas filigranas se ven cuando cruza la pierna y se le sube el
pantalón. Gafas redondas de pasta encima de una típica nariz judía. Las manos,
huesudas, parecen sufrir de alguna clase de artritis. Cuando me firmó los dos
ejemplares que llevé, éste y el que dedicó a su madre, Susang Sontag, agarró el
bolígrafo como si no pudiera utilizar bien sus dedos. Habla bien el castellano
aunque a veces se atranca y hace un gesto constreñido, como si de súbito
sufriera un gran dolor gástrico, llevándose su escurrida mano a la cabeza o al
estómago.
Empezó, la presentación, un poco más tarde de
lo previsto: 19:30 horas. El título, está claro, es una provocación y hasta el
mismo autor, al final, lo reconoció. Es, como se dice en la contraportada, un
alegato contra nuestra pasión por el pasado. Su idea se sustenta en que, debido
a su experiencia de años como corresponsal de guerra, pudo comprobar que a
veces es contraproducente revisitar el pasado porque remueve rescoldos que
pueden volver a acabar en fuego.
Abrió el diálogo Juan Cruz, perfecto maestro
de ceremonias; un “Zalamero”, como lo llamó José Álvarez Junco, el historiador
que se sentaba a su izquierda. También estaban Mercedes Gallizo, y José María
Ridao.
En la sala, con capacidad si se quiere para
260 personas, había unas quince. De ellas unas cuantas mujeres, familiares de
ellos, unas cuantas parejas jóvenes, dos o tres hombres sueltos y una
fotógrafa. Nada más. Desangelado. Yo me enteré porque tuvieron colgado el
anuncio en el Boomerang unos días.
Interesantes reflexiones en cuanto a la
memoria. Me pareció claro y conciso Álvarez Junco al decir por ejemplo que no
existe la “Memoria histórica”. “La memoria solo es para quien ha vivido un
hecho. No podemos tener memoria de la Guerra Civil ni de la de Napoleón porque
no las vivimos”. Lo acepto.
Me gustó especialmente Ridao porque fue el
último en intervenir y ya se habían utilizado figuras e ideas. No tenía apuntes
pero expuso sus argumentos tranquilo, de manera ordenada, simpática, didáctica.
Separó la memoria como concepto en sus diversos planos: libertad individual
para revisitar lo que se quiera; institucional, que, según él, es la que quieren
forzar diferentes grupos con diferentes intereses. Ridao, un descubrimiento.
Gallizo defendía que un exceso de memoria es
perjudicial porque hace que no avancemos. No se lo compro.
Con
la frase de Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están
condenados a repetirlo” no estaban muy convencidos. El pasado, según Rieff, es
utilizado muchas veces como venganza, como arma de guerra. Álvarez Junco dijo
que a veces en la historia no es posible pedir, a la vez, Justicia, Paz y
Verdad. Nosotros, después de una dictadura elegimos la paz y él se felicitaba
por ello. Yo también, y echó pestecillas sobre los que dicen ahora, desde sus
cómodas butacas, que aquello fue una cómoda componenda.
Ridao reconoció que a veces en la vida manda
más la fuerza que la cultura o la razón: “Vale más un pelotón de soldados que
cien argumentos verdaderos”.
Al final Rieff quiso delimitar quién es
responsable de la Historia. Son las personas, no los pueblos. “Si extendemos la
figura de la víctima, extenderemos también la del verdugo y al final se
diluirán las responsabilidades”. El Verdugo, dice casi como colofón, se
convierte a los ojos de los demás en él y su entorno. Y eso es como la
Inquisición, o como los decretos nazis cuando arrasaban un pueblo si
comprobaban que de allí era un saboteador.
Yo, en todo el coloquio, muy interesante,
tenía una idea revoloteando en la cabeza: No, nunca es demasiado demasiada
memoria. Estoy acabando las casi dos mil páginas de los Diarios de Klemperer.
Anota cada detalle, el bocadillo que le dieron en tal taberna cuando reventaba
de hambre, el desprecio de un jefe de estación, la acogida desinteresada de
unos alemanes que le cedieron incluso su cama cuando volvían a su hogar después
de días y días de caminatas en junio del 45. Eso tiene que saberse. El
Holocausto nunca puede ser olvidado, aunque diga Rieff que a los jóvenes de
ahora casi no les importa y que se perderá ese recuerdo.
Concluido el evento y a pesar de que tenía un
poco de corte, conseguí esperar a que terminara de hablar con Álvarez Junco y
me acerqué a por la firma. Le dije que su libro sobre la enfermedad de su madre
me había gustado mucho. Me repitió gracias dos veces sin más. El bolígrafo
atravesaba sus dedos como si fuera sujetado por una mano artificial. La firma
le costó. Estoy seguro, segurísimo, que no escribe a mano. No puede.
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