Esta novela comienza en un tren. No sé
porqué siempre se quedan en la memoria del lector las escenas que se
desarrollan en un tren. Doctor Zivago, Ana Karenina, La Noche de los Tiempos…
En esta también se comienza en un tren. Iván Grigorievich regresa a Rusia
después de pasar treinta años en un gulag. Y ya casi toda la novela se dedica a
describir las condiciones de esos campos de la muerte. A explicar cómo
decisiones políticas hacen que se pueda llegar a ese grado de maldad humana.
“Repugnante es el lado animal, vegetal,
mineral, físico-químico del hombre. Es precisamente aquella parte mucosa y
peluda del ser humano lo que produce confidentes. Los confidentes nacen del
hombre. El ardiente vapor del terror estatal ha humedecido al género humano, y
los granitos que dormitaban se han inflado, han germinado. El Estado es la
tierra. Si en la tierra no se escondiesen los granos, no crecería ni el trigo
ni la mala hierba. El hombre no debe más que a sí mismo la abyección humana”.
Pero también hay espacio para enaltecer la
gran virtud de los hombres. Del párrafo que sigue al anterior: “¡No! Lo más
terrible en ellos son sus cosas buenas; lo más triste es que están llenos de
cualidades y virtudes”. Aunque no sé. Y es que cuando se llega a un grado
superior de abandono y sufrimiento no se recuerda a los seres queridos, no se
quiere otra cosa que dejar de pasar frío y hambre: Era como si se hubiese
acostumbrado a no saber nada de los suyos, no parecía soñar ni siquiera con una
carta, deseaba sólo un trabajo más ligero, no estar expuesta al frío, no ir más
a la taiga donde los insectos te devoran sino trabajar en la cocina, en la
enfermería”.
Se puede leer en la novela sendos retratos de
quienes fueron los artífices de aquel horror: Stalin y Lenin. “Nuestro siglo es
el siglo en que la violencia que el Estado ejerce sobre el hombre ha alcanzado
su más alta cuota”: Estos tres Stalin fueron los que crearon el sistema estatal
estalinista, un sistema en el que la ley es sólo el instrumento de la
arbitrariedad y la arbitrariedad es la ley”. Una frase milagrosa leída justo
después de que una patrulla de la policía me visitara en la playa por haber
hablado con un vigilante que me prohibía meterme un poco más del tobillo en un
mar ligeramente más agitado que una balsa. Respiremos.
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