jueves, 28 de julio de 2016

LA BIBLIA EN ESPAÑA. GEORGE BORROW.




  Si tuviera que contar alguna anécdota, alguna característica asombrosa de este singular libro, en una reunión de amigos por ejemplo, en una acalorada discusión sobre religión, preguntaría esto: “¿Sabéis por qué encarcelaron a e Borrow en Madrid, en una cárcel inmunda cerca de la Plaza Mayor, acusado por la cúpula eclesiástica? Por vender la Biblia, el Nuevo Testamento, 1935, en mi querida y recordada calle del Príncipe. La iglesia quería la Biblia en crudo, en latín, con notas, para poder interpretarla en todos sus términos, para seguir manipulando. Hace poco tuve una monumental bronca por decir a mis contertulios, algunos de ellos fervientes creyentes, que se podía ir perfectamente a la guerra con la Biblia en la mano, tal como hacen ahora los terroristas con el Corán. “El barbero formuló su acusación contra el preso, a saber que le había sorprendido en el acto de vender una versión de las Escrituras en lengua vulgar, y el cura interrogó a Victoriano –un empleado suyo- preguntándole su nomnre y lugar de residencia”.

  Borrow es un inglés vendedor de Biblias en la España del XIX. Supe de su existencia a través, creo (lo nombra de pasada), de las Memorias de Manuel Azaña, quien fue su traductor. Otra vergüenza: después de miles de ejemplares vendidos por todo el mundo, después de infinidad de traducciones, el libro que precisamente se desarrolla en nuestro país, tardaría cerca de ochenta años en ser traducido. Tenía razón cuando vaticiné que al pobre le iban a dar más de un disgusto nuestros recientes antepasados. En Finisterre, por ser un extranjero sospechoso y por subir a lo más alto de la montaña (por motivos militares según los más en el pueblo), estuvo a punto de ser fusilado. Le acusaban de ser el pretendiente Calros (sic). Menos mal que un vecino que había servido en la armada inglesa, que reconoció su acento, logró salvarle la vida. Aun así lo llevaron preso a ver al alcalde de Corcubión, al parecer hombre algo más cultivado, y que al escuchar las penurias del joven inglés se echó las manos a la cabeza, y maldiciendo la rebuznez de sus paisanos lo dejó libre. Viajar por Galicia en aquella época debía ser para echarse a llorar.
  El libro se lee con mucha facilidad, no obstante es un libro de viaje, lleno de anécdotas sabrosas; aparte de enseñarnos cómo éramos hace casi dos siglos. Y por extensión, cómo somos ahora.
 
Los gitanos le querían mucho (había hecho una traducción al calé que estaba teniendo mucho éxito). Para Borrow, la iglesia de Roma era un ente corrupto de intermediación entre Dios y el hombre. Era un tipo bien parecido, culto, sabía muchos idiomas y enseguida conectaba con cualquier clase de persona, preferiblemente de las clases humildes.

  Cuando estuvo preso demostró ser un ser peculiar, como si dijéramos, con dos pelotas. Después del guirigay diplomático morrocotudo enviaron a un emisario a la cárcel para que, pelillos a la mar, olvidara todo y siguiera su camino. No quiso irse de la prisión y esperó hasta que le pidieron disculpas oficialmente y le resarcieron de todos los agravios recibidos. Hace descripciones de lo que era la cárcel en el año 1838  que recuerda a una película de terror. Magnífico libro necesario para que nos avergoncemos un poco de nuestro pasado, o, según se mire, nos alegremos de nuestros avances. 

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