Este es uno de los libros que encontré a punto de ser tirados al
contenedor de papel de un punto limpio. Según las cuentas fue escrito hace 1846
años. Solo hay que pensar en las cosas que le ha ocurrido desde entonces a la
humanidad. Dice el prólogo, y estoy de acuerdo, que hasta el mismo Cervantes se
inspiró en este libro para escribir su Quijote. T.E. Lawrence lo llevaba
siempre en su mochila en la época de la rebelión árabe. Tiene un estilo
moderno. Los clásicos son clásicos porque siempre son modernos. Y no es fácil
traspasar el filtro de dieciocho siglos. Del prólogo de Jose María Royo: “Lo
último que sabemos de su vida es que hacia el año 170 d. C., en tiempos de
Marco Aurelio, escribió la obra de Las Metamorfosis que ahora nos ocupa”.
“-Compadécete de mí y alíviame lo más pronto posible, pues, como
ves, anda ya cerca la batalla que habías declarado sin cumplir el oficio
fecial, y yo tan subido en mi violencia que, desde la primera flecha recibida
del cruel Cupido –que vino a clavarse en lo más hondo del corazón- tengo armado
el arco con tal temple, que temo que se le rompa el fleje de tanta tensión como
acumula. Pero antes, para satisfacerme plenamente, desátate el cabello y vuelve
a abrazarme amorosamente con la melena suelta”.
Un sevillano o gaditano
de pro, compararía este párrafo, esta figura, con el cuello de un cantaor
flamenco muy enamorado.
Apuleyo nació en
Madaura, cerca de Cartago, norte de África.
En sus viajes por
Grecia, Roma y Alejandría se vio envuelto en varios pleitos por el tema de la
magia negra, lo que a buen seguro proporcionó material para todas estas
aventuras. Lucio, el protagonista y narrador, es convertido en un asno debido a
un sortilegio de una bruja. Tiene el cuerpo de un burro pero la mente de una
persona inteligente y observadora (está muy orgulloso de su nuevo y aumentado
sexo). Por cierto, hay alguna escena que no desentonaría en una prohibida y
secreta escena de porno duro con el bestialismo como tema central. “Ay de mí! Si
llegara a desgarrar a una tan noble dama, habría de verme entre las fieras que
tenía preparadas el amo… Me abracé a su abrazo con fuerza, y ella dio buena
cuenta de mi totalidad, absolutamente. Cada vez que intentaba salirme para no
hacerle daño, ella se apretaba contra mí con encarnizamiento frenético, fuera
de sí, y se pegaba en anudamiento tan apretado, abrazándose a mi espalda, que
¡por Hércules! Llegué a pensar que me faltaba algo para satisfacer sus ansias…”.
En fin, que al hombre y a
la mujer, en cualquier tiempo y circunstancia, les ha gustado esto de la
coyunda, esté ésta hecha como sea y donde sea. Y a lo que parece, con lo que
sea.