Este es
uno de los últimos ejemplares que me quedaban sin leer de la estupenda
colección que sacó El Mundo hace unos años. ¡Qué pocos libros se ven ahora en
los kioscos! Ésta es una edición del año 1999. Siempre me dio pereza emprender
su lectura. Una historia contada en cantos, en forma de versos… no me atraía
nada, pero siempre, si uno lee lo suficiente, se encontrará a algún autor
recomendando algo fervientemente y eso me ocurrió con algún libro leído de
Leigh Fermor. Hablaba en alguna parte que la historia recreada por Lord Byron
era curiosa, distinta, divertida y asombrosa. Así que me dije: “le daré una
oportunidad”.
Y la
verdad es que, después de acostumbrarme a su forma, a esas mayúsculas siempre a
principio de cada frase, de cada verso; cuando empecé a entrar en su historia,
me empezó a gustar más y más, porque contaba cosas tremendas.
Es un
Don Juan distinto a otros. Como dice Espedi Freire en su prólogo: “A diferencia
de otros no es deudor de una herencia católica que culpabilice el deseo, y se
olvida sin remordimientos del concepto de pecado de su época y de su religión”.
Los
comienzos de las peripecias de Don Juan se desarrollan, claro, en Sevilla.
Primer verso del primer canto: “Busco un héroe, búsqueda poco frecuente Cuando
cada año y cada mes se inventa uno Hasta que, tras saturar las revistas con su
palique La gente descubre que no era auténtico. No voy a molestarme a ensalzar
uno de éstos. Por el contrario, prefiero a Don Juan, nuestro viejo amigo. Todos
lo conocemos en la pantomima enviado Al infierno un poco antes de tiempo”.
Nuestro
héroe se va haciendo un mozalbete de mano de su madre Inés; dama ilustrada en
ciencias y en letras y enseguida viuda. Don Juan, ya en edad de merecer
coquetea con Julia, una jovencita casada con un cincuentón, ay!, “Llevaba años
casada con un cincuentón. Hay demasiados maridos así, pero Yo creo que mejor
que uno sería Tener dos de veinticinco y, sobre todo, En lugares tan próximos
al sol. Y ahora que caigo, mi bien in mente Que hasta las damas de castidad más
acrisolada Prefieren un esposo que no llegue a los treinta”. Simpático el
muchacho.
El caso
es que comienzan los amoríos, el marido se entera y tiene que irse por piernas
para no perder algo más que la vida. Y se embarca y naufraga y está a punto de
morir de hambre y de sed y tienen que comer de todo lo que había y se comen al
perrito que era de su padre y luego han de hacer cosas aún más horribles y al
final llega medio muerto a una isla pequeña de Grecia y es rescatado por una
bella del lugar y la historia sigue y sigue. A veces el relato poético deja de
lado a los protagonistas y se pierde en disquisiciones casi siempre
interesantes. “Es algo lamentable, precaria señal De fragilidad humana,
estulticia y hasta maldad, Que el amor y el matrimonio coincidan rara vez Aunque
ambos hayan nacido en idénticos parajes. El matrimonio por amor, como el
vinagre del vino, Triste, agrio y modesto brebaje, desciende A veces de su
eminente sabor celestial Al gusto más rastrero de la casa hogareña”.
A veces
también he estado deseando acabar la lectura (quinientas y pico de páginas)
pero no será que el autor no avisa al lector: “Yo no puedo obligarte, lector, a
que sigas leyendo: Ésa es tu decisión, no la mía. Un espíritu cabal No ha de adular
a la negligencia ni temer sufrirla”.
En los
grandes libros siempre hay que perseverar. Siempre se encuentran al final
buenas referencias e imágenes. Cerca del final Byron habla de Cervantes y de su
Quijote. “De todas las narraciones es ésta la más triste Porque nos hace
sonreír…”. Éste, el Don Juan de Lord Byron,
también. ¿Qué mejor motivo para emprender su lectura aunque sea tarde?
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