No me planteo para el verano ninguna lectura
especial. Tengo mis libros en casilla de salida y así van saliendo, más o menos
en orden. A veces tengo tantas ganas de comenzar uno que se salta cualquier
turno. Otras veces comienzo la lectura de uno ya veterano y que por cualquier
razón no he leído, por ejemplo el de Don Juan de Byron, que me ha dejado un
regusto bueno pero mezclado con un ”tardaré una temporada en leer algo más en verso”
(seguramente el Martín Fierro). Pero echándole un vistazo a la línea de salida,
éstos son los libros que leeré: Noli me tangere, de José Rizal; La verdadera
historia del Hombre elefante, de Peter Ford; El Reloj, de Carlo Levi y La
educación Sentimental de Flaubert.
Aparte, ayer por la
tarde, debido a un impulso repentino, estuve en la Feria. Tarde fresca
y tormentosa. Olor a plantas y a tierra mojada, temperatura agradable, poca
gente (de ahí el impulso). Al final salí muy satisfecho porque sólo compré dos
ejemplares: Johan Sebastian Bach, escrito por el erudito de la historia de la
música Ramón Andrés (gracias por la recomendación), y para mi hija un cómic de
fantasía, muy bien ilustrado y escrito por el autor de Juego de Tronos, a ver
si de una vez se envicia en esto de la lectura. Me gustan más, por norma
general, las personas que leen que las que no.
Luego, ya casi de noche, bajé por la Cuesta de Moyano para coger el
metro y vi un puesto de libros todavía abierto. El hombre ya recogía sus
mercancías así que le pedí permiso; él encantado. Charlamos un rato. No tenía
nada de lo que pedí pero encontré, por 3 euros, En Ausencia de Blanca, una de
las pocas novelas de nuestro anfitrión que aún no tenía, y un librito, ¡por un
euro!, de las Memorias de Casanova. Hablamos de Amazón y me recomendó Iberlibro
por ser más barato. Y la verdad es que tienen precios imbatibles. Ya no hay
excusa para no leer. En el centro me tomé una cerveza, solté dos euros y medio,
me pareció caro, pedí una tapa y el camarero se hizo el orejas.
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