El autor (autores) de este libro fue un
matrimonio que acometió la ingente tarea de continuar Los Episodios Nacionales
de Benito Pérez Galdós, se llamaron Los Episodios Nacionales contemporáneos y
trataba de los tristes sucesos de Filipinas, Cuba, etc. Sólo he leído éste
porque no he encontrado otros, y porque siempre me ha interesado el tema por
haber nacido en Melilla tan solo cuarenta años después de los hechos: varios
miles de soldados españoles murieron en julio de 1921 masacrados por miles de rifeños
armados con una “fusila”, una gumia, y un higo seco en la chilaba.
La novela contiene reflexiones certeras en
cuanto a los motivos y consecuencias de la guerra pero peca un poco, a mi
entender de novelería. Hay cosas que me cuesta tragar como ver a un soldado
saludar marcialmente porque su sargento se acaba de saltar la tapa de los sesos
para que no puedan hacerlo prisionero. No sé, no lo veo. Pero no obstante se
lee con entretenimiento y con horror.
La democracia, el progreso, la
modernidad si se quiere, es imposible de exportar con la fuerza.
Un ejemplo histórico de otra
tragedia; esta vez leída en una biografía del explorador Richard F. Burton: en
1842, después de tres años de ocupación británica en Afganistán, dieciséis mil
personas entre soldados, familiares y nativos simpatizantes, intentaron cruzar
las montañas nevadas hacia las llanuras de la India. Tal fue la matanza, que
sólo hubo un superviviente: el Capitán médico William Brydon. Cuyo nombre
llegaría a ser sinónimo de valor en la era victoriana.
La democracia no se puede imponer. Los franceses vinieron a principios
del siglo XIX a imponer unas ideas, vamos a decir ilustradas, en un país
atrasado, supersticioso y analfabeto, donde una cosa llamada inquisición hacía
y deshacía en unos juicios crueles y arbitrarios. Los echamos a pesar de todo y
lo conmemoramos con orgullo como una de las mayores fiestas.
El libro es una edición de Planeta de 1985 encontrado en La Cuesta de
Moyano por 3 euros.
Nada más comenzar el libro: Un
parlamentario español se dirige a un moro para sacarle información sobre el
papel de España en el protectorado. Para ver su grado de satisfacción:
“-¿Os gusta esta paz que os ha traído España?-
-No, no nos gusta –contestó el moro-. Vivíamos más satisfechos con nuestras
luchas, con ser el más fuerte, el primero.
-Pero ahora podéis cultivar vuestras tierras, sin que nadie os quite lo que
ganáis trabajando.
-Al moro no le gusta trabajar.
-Sin embargo os gusta ir en tren, tenéis carreteras.
-No queremos gastar en tren y tampoco tenemos carros. Moro andar mucho.
-Cuando estáis enfermos, os curan nuestros doctores. Esto os tiene que
gustar.
-Nada puede hacerse contra la voluntad de Alah. Si Alah grande quiere, nos
curamos con los ungüentos de nuestros tebibs (magos).
-¿No os gusta tampoco ir a Melilla y ver nuestras calles, nuestros
espectáculos?
--No. Melilla es buena; pero cuando volvemos al aduar, la mujer nos parece
peor y nuestra casa, mala”.
Si los rifeños hubieran tenido un poco más de inteligencia, información,
posiblemente hubieran tomado la plaza casi indefensa de la ciudad donde nací. O
quién sabe, quizá igualmente hubieran llegado el Comandante Franco y Millán-Astray
y se hubieran batido en los mimos jardines del parque Hernández donde pasé mi
infancia. En cualquier caso: vaya desastre!!
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