Mucho más se lo habrían pensado si los que obedecían órdenes perversas,
si los que masacraban a todo un pueblo, si lo que perseguían hasta dar caza, si
lo que torturaban en celdas oscuras, hubieran vislumbrado lo que les esperaba
cuando eran cazados a su vez por los servicios de inteligencia israelíes. Adolf
Eichmann, teniente coronel de las SS, escapó a Argentina después del hundimiento alemán y apresado después de
vivir varios años tranquilos.
Aunque a decir verdad no les esperaba nada que no merecieran. Sólo un
juicio justo y en la mayoría de los casos el ahorcamiento. En este libro se
narra, de manera entomológica, el juicio y las razones que llevó a uno de los
pueblos más cultos de Europa a sumergirse en una nueva forma de barbarie: la
aniquilación del ser humano a nivel industrial. Escrito por una de las mayores
pensadoras, periodistas y escritores del siglo XX: Hannah Arendt.
Aunque hay que reconocer también que la percepción que tenemos de los países
es mucho más benévola para los que ganan las guerras. “En 1943 Goebels había
dicho: pasaremos a la historia como los más grandes estadistas de todos los
tiempos, o como los mayores criminales”. Y, ¿tenían todos los responsables el
mismo grado de culpa si muchos lo hacían en nombre del cumplimiento estricto de
la ley? “Las órdenes del Führer son el centro indiscutible del presente sistema
jurídico”. Pero ¿no deberían los hombres comprender, por encima de cualquier
otra consideración, dónde se halla esencialmente el mal?
“Esto es como una fábrica automática, como un
molino conectado con una panadería. En un extremo se pone un judío que todavía posee
algo, una fábrica, una tienda, o una cuenta en el banco, y va pasando por todo
el edificio de mostrador en mostrador, de oficina en oficina, y sale por el
otro extremo sin nada de dinero, sin ninguna clase de derechos, solo con un
pasaporte que dice: usted debe abandonar el país antes de quince días. De lo
contrario irá a un campo de concentración”.
He aquí la explicación de todo mal: identificar a un grupo humano bien
definido al que se le puede despojar de sus bienes sin ningún miramiento y en
época de crisis.
A Eichmann lo juzgaron con todas las garantías procesales pero tenía una
certeza en cuanto al final: “Sabía muy bien que se encontraba en la clásica
situación difícil del soldado que corre peligro de ser fusilado por sentencia
de un consejo de guerra, si desobedece una orden; y de ser ahorcado en cumplimiento
de sentencia de un juez y un jurado, si la obedece”. Pero incluso entre
personas del tribunal surgieron algunas veces dudas: Los SS no eran todos
sádicos sedientos de sangre: “Las tropas de los Einsatzgruppen procedían de las
SS armadas, unidad militar a la que no caben atribuir más crímenes que los
cometidos por cualquier unidad del ejército alemán, y sus jefes habían sido
elegidos por Heydrich entre los mejores de las SS, todos ellos con título
universitario…” “...los asesinos no eran sádicos, ni tampoco homicidas por
naturaleza”. Muchos se veían como víctimas inocentes de la brutal inercia de la
historia. Ésta fue una de las declaraciones más esclarecedoras: “No soy el monstruo
en que pretendéis transformarme… soy la víctima de un engaño”. Quizá sea esta
la declaración más sobrecogedora y a la vez a la que más miedo hemos de sentir:
nos hace pensar que en cada uno de nosotros, personas normales, habita un monstruo.
Su final después de varios meses de apelaciones: “Pocas horas después,
el mismo día –jueves- cuando faltaba poco para la medianoche, Eichmann fue
ahorcado, su cuerpo incinerado y sus cenizas arrojadas al Mediterráneo, fuera
de las aguas jurisdiccionales israelitas”.
Sus últimos deseos fue pedir un vaso de vino, y rehusar leer la biblia
ante un ministro protestante. No era cristiano. Caminó erguido hasta el
patíbulo y rechazó que le pusieran la caperuza negra. No creía en la vida
sobrenatural tras la muerte y sin embargo sus últimas palabras fueron: “dentro
de poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los
hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! Nunca las olvidaré”.
Como dice Hannah: Cliché propio de la oratoria fúnebre.
“A pesar de los esfuerzos del fiscal. Cualquiera podía darse cuenta de
que aquel hombre no era un monstruo, pero en realidad se hizo difícil no
sospechar que fuera un payaso”.
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