Me gusta el comienzo de este libro porque nos
abre los ojos desde nuestra aparente tranquilidad. Podría pasarnos lo
mismo ahora mismo; una calma que precede a la tormenta: “El 28 de junio de 1914
amanece radiante. En la próspera Europa, las fábricas están en plena
producción; y las cosechas, listas para la siega”. “Gracias a los avances de de
la ciencia y de la técnica nunca se ha vivido mejor”.
Siempre me ha gustado el estilo ameno y
didáctico de Eslava Galán desde que allá por el 88 leyera su divertidísima
novela “En busca del Unicornio”. O la irreverente y socarrona “El catolicismo
explicado a las ovejas”, como si quien te lo explicara fuera un viejo profesor
simpático, sabio y genial.
Se han escrito este año cientos de libros
sobre la primera guerra mundial. Un centenario no se celebra todos los días.
Estamos en agosto y justo hace un siglo millones de jóvenes se preparaban con
alegría para resultar triturados por millones de toneladas de hierro como nunca
en la historia había sucedido. ¿Cómo se puede engañar a las personas una y otra
vez a través de la historia? Los líderes mundiales declaraban la guerra a otros
como si enviaran invitaciones de boda. Viajar, navegar o volar (poco) se convirtió
de pronto en una actividad peligrosa. Nadie dudaba en hundir un barco de
pasajeros si éste infringía un férreo bloqueo. Los países ansiaban todo el mal
posible de sus países enemigos sin importar la cantidad de sufrimiento a
soportar de sus pueblos.
Todos pensaban que estarían de vuelta a casa
por Navidad pero hubo que esperar cinco años exactos. Desde el 28 de junio de
1914, día del asesinato del Archiduque, hasta el 28 de junio de 1919, fecha de
la firma del tratado de Versalles. Millones de muertes, de dramas, de esfuerzo,
de odios podría haber vacunado a la humanidad contra las guerras en un buen
periodo de tiempo pero solo veinte años después desembocaría en una guerra en
donde la exterminación pasó a ser una tarea meramente industrial.
Cuando estaba en segundo de BUP tuve un
profesor de historia muy bueno. Me acuerdo que nos llevaba muchos libros para
que viéramos por nosotros mismos los avatares de los hombres. Nos exigía que
tomáramos apuntes llenos de resúmenes o sinopsis, como lo llamaba él. Le
entusiasmaba la prehistoria, el mundo de los egipcios, los griegos, los
romanos; pero cuando llegábamos, casi a final de curso, al tema de las guerras
mundiales, simplemente cerraba el libro y nos confesaba que era incapaz de
enseñarnos todo aquel cúmulo de horrores, como si todo aquello hubiera pasado
antes de ayer y le hubiera afectado personalmente. Pasados los años, como casi
todo lo suculento que se hace en la vida, hube de emprender la lectura de todos
estos temas por mí mismo, por puro deleite. Memorias, diarios, novelas, de
todos los protagonistas que pasaron por allí.
Perfecto libro de lectura para tener una idea
precisa de lo que fue aquella carnicería y no tener que gastarse unos miles de
euros leyendo las toneladas de libros editados en esta conmemoración.
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