El veinte de julio fue uno de mis primeros días de vacaciones. Siempre
me gusta ir al centro de Madrid y perderme por sus calles sin un rumbo
determinado. A veces acabo en el Bellas Artes, en el Prado o en cualquiera de
los numerosos museos o exposiciones que tanto abundan. Y cómo no, como un imán también
acabo en alguna de las mejor surtidas librerías del centro. En los barrios
sencillamente han desaparecido.
Es una luminosa mañana de verano. Después de una buena caminata desde el
barrio de Embajadores donde he ido a recoger mis gafas de sol graduadas me
dirijo rápido al barrio de las letras pasando por La Latina y Lavapiés. En la calle Huertas encuentro una cafetería
que hace esquina y que invita a entrar a tomar un café. Tiene grandes
ventanales abiertos, buena música de jazz fusión y los camareros son amables.
Estoy allí un buen rato saboreando el café, mirando a los transeúntes y leyendo
la novela de Muñoz Molina que leía esos días. Después los pasos me llevaron
hacia la Plaza de Santa Ana y tuve que pasar, cómo no, por la librería
Desnivel. Allí estuve mucho rato echando un vistazo al gran surtido de libros
de viaje. Separados los estantes por todas las zonas geográficas del mundo. La
librería, muy antigua, tiene la forma de dos esferas unidas por un estrecho
pasillo. En la primera, la entrada, tiene las novedades y diversos utensilios
de montaña. En el pasillo los libros de fondo y al final, en la otra esfera, un
sitio para la presentación de libros y conferencias.
Casi me iba sin comprar nada cuando me llamó la atención este libro. Una
nueva edición de la crónica de la primera ascensión de un ser humano a un ocho mil.
Fue una expedición francesa quien lo logró en 1950, capitaneados por Maurice
Herzog. Uno, no muy versado en estos temas, se imagina que subir una montaña
así es plantarse en la base y con mucho esfuerzo llegar a la cima. Pero no es
así. Hay que planearlo como una verdadera acción militar. Elegir a las personas
adecuadas, el material, las vacunas, el transporte, los permisos, el dinero,
los porteadores una vez en destino, semanas y semanas de aproximación por un
terreno aislado y apenas explorado “Los
perfumes parecen gozar de en esta parte del mundo de un increíble prestigio. La
niña no se muestra ya nada huraña. ¡Qué raros deben ser los momentos de
felicidad para esta chiquilla que vive en una miseria de la que, por fortuna,
no se da cuenta!”, llegar cerca del Annapurna, establecer por dónde subir
(nadie lo había hecho jamás), decidir quiénes atacar el último y más peligroso
tramo, montar dónde y cuántos campos base, tener suerte con el tiempo, etc,
etc. Después de varios años de intentos
fallidos estos hombres lo lograron. Pero les costó una buena porción de dedos
(Maurice perdió todos los dedos de los pies y de las manos pero vivió muchos
años más y llegó a tener importantes cargos en el gobierno de Francia, su país)
y muchísimo sufrimiento. Éste libro no
lo escribió, lo dictó.
El prólogo está escrito por Sebastián Álvaro, la voz y la escritura del
irrepetible programa de televisión, Al filo de lo imposible: “Gocemos de la inspiración más rica que podamos imaginar:
las huellas de estos aventureros que nos dejaron una historia real de valor y
camaradería. De exploración y pasión por la aventura”.
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