Pues sí; éste es el ejemplar que tan amablemente me envió la editorial
por la “demolición” de mi ejemplar Leviatán, del mismo autor. Y lo primero que
he de decir es que a éste no le ha pasado nada. Está impecable. Porque he de
decir, también, que desde que era niño cuido los libros con esmero porque un tío mío me
dio la bronca por haber doblado la esquina de una página a modo de marca página.
Nunca he vuelto a hacerlo.
Este libro de Hoare es como una continuación de Leviatán salpicado aquí
y allá por retazos de su propia biografía. Tiene que gustarle a uno mucho el
mar para que en pleno invierno, de madrugada y con niebla vaya uno a bañarse a un
puerto de Inglaterra (un mar urbano), ¡y encontrarse con una foca de frente! Se
queda embobado contemplando todo tipo de pájaros, gaviotas, mirlos, cuervos,
collalbas; y no digamos contemplando todo tipo de criaturas marinas. Sigue
hablando, cómo no, de Herman Melville; y que no decaiga. Ya hablaré de mi
reciente relectura de su Billy Bud y del Benito Cereno. De personajes fascinantes
como Terence Hanbury White, quien escribió en su diario: “porque tengo miedo de
las cosas, del dolor y de la muerte, tengo que intentarlas”. "El hombre, con respecto a los animales sólo
tiene a su favor la palabra, pues ser el que mejor hace lo que se supone que
sabes hacer mejor que nadie no confiere una superioridad absoluta sobre el
resto mundo animal” "Qué sosiego si en el mundo no quedara un solo humano. Si
existiera una orden religiosa que no sólo hubiera hecho voto de silencio sino
que también hubiera decidido irse a la cama para siempre, con qué alegría me
uniría a ella”.
Habla de los primeros contactos de europeos con aborígenes de Australia;
de animales extraños y para siempre extinguidos (pero dejando la remota
posibilidad de que todavía quede alguno vivo).
En definitiva, otra exquisita lectura para quien tenga curiosidad en
este medio tan extraño para nosotros como es el mar; un mar que fue, querámoslo
no, nuestro primer e inhóspito hogar.