sábado, 12 de abril de 2014

EMMANNUEL CARRÈRE. LIMÓNOV.


    Pasa algunas veces en la vida. Tienes que ponerte de un bando o de otro. Cuando fuimos a Lanzarote nos dijeron: cuando te vas de la isla o la amas o la odias. También se dice de personajes famosos y poderosos: Merkel, Putin, Rajoy, etc. Bien es verdad que uno no comprende cómo se puede amar a esos personajes que no son de carne y hueso y no comprendo cómo no se puede amar a esa isla encantadora que es como un infierno idílico y benévolo. Leyendo la espectacular vida de este disidente extraño a uno no le ocurre nada de esto; lo que le ocurre es que lo admira, lo odia y lo ama; todo al mismo tiempo.
  Dos o tres veces tuve entre mis manos este libro hasta que me decidí a comprarlo. Las dos o tres veces leí el comienzo de la contraportada: “Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco”. Y me atrapó y no me equivoqué en la intuición. Nació el protagonista en el año 1943 y fue pronto un joven poeta disidente. Se marchó a Nueva York con una modelo y después de codearse con gente famosa y rica pasó calamidades económicas: “Está bien, está bien, así se debe empezar. Hay que luchar y pasar hambre cuando eres joven, de lo contrario no llegas a nada”.  Comenzó a escribir libros autobiográficos en Hyde Park. Libros sinceros, duros, rompedores, escandalosos. Pero se tuvo que seguir ganando la vida de maneras extrañas, como mayordomo de un millonario.
  Carrère hace una novela de esas que se pusieron de moda hace ya algunos años: mete mucho de biografía y realidad. Por supuesto que el personaje existe, ahora se puede ver en internet. Se le ve en distintas fases de su vida: jovencísimo, medio punki, medio desnudo al lado de una mujer desnuda, agitando a las masas en contra de Putin, etc. Y esta clase de libros son los que más me interesan. Cada vez me cuesta más meterme en una obra de ficción sin más. Me da igual la trama que proponga un escritor para desentrañar quién ha sido el asesino de alguien: cada vez me da más igual. Esto es distinto.
  Se habla mucho de la Unión Soviética y de su derrumbamiento. A él le dolió mucho que todo se viniera abajo: “Fue la liberación de la historia lo que provocó el derrumbamiento de los regímenes comunistas de la Europa del Este. Desde el día que se conoció el protocolo secreto Ribbentrop-Mólotov, por el cual la Alemania nazi cedió en 1939 a la URSS, como regalo secreto, los Estados bálticos, éstos disponían de un argumento irrefutable para reclamar su independencia”.
  Se ve que el escritor admira a su biografiado. A pesar de que uno se entera de que ha seducido a niñas, que ha justificado violencias injustificables, que ha disparado contra Sarajevo en la guerra, que se puso del lado de los que nadie estaba, los serbios. Y ocurre lo que ocurre tantas veces: cuando se conoce en persona a quien crees que es un ser muy especial suele ocurrir que te decepciona. Ha pasado muchas veces. Le está entrevistando: “Eduard se mira sus anillos, se atusa la perilla de mosquetero: ya no es veinte años después, es el vizconde de Bragelonne. He agotado mis preguntas y a él no se le ocurre hacerme ninguna…”, “-Es extraño, de todos modos. ¿por qué quiere escribir un libro sobre mí? Me pilla desprevenido pero le respondo sinceramente: porque tiene –o ha tenido, ya no me acuerdo del tiempo de verbo que empleé- una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia. Y entonces él dice algo que me deja de una pieza. Con su risita seca, sin mirarme: -Sí, una vida de mierda”.
  Una vida que, pasada por la maestría de un buen escritor, se convierte sencillamente en una obra de arte.


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