domingo, 20 de abril de 2014

16_19 de abril de 2014.

  He estado unos días fuera en una playa de Alicante. Una zona, la alicantina, que como en tantas otras, la gente es muy dada a ponerse en filas o formaciones más o menos ordenadas detrás de imágenes más o menos artísticas, a golpes de tambores, cornetas y cantos quejumbrosos. Imagen tenebrosa y terrorífica. Como dice Montano en su página, ya he pasado de denostarla, a la Semana Santa, a ignorarla, simplemente. Me tomo estos días como un tiempo de descanso, de disfrute y de lectura. Y creo que con esta postura, además de ser la más cómoda,  que es lo que busco, es la más anti iglesia que pueda hacerse. Las procesiones de ateos o los que cada año se lamentan de ella en la prensa, como Javier Marías,  es otra forma de hacerle el juego.
  Lo más jugoso de estos días ha sido la lectura de “En casa”, de Bill Bryson, los paseos y carreras por el paseo marítimo, los deliciosos y reposados desayunos en la plaza, las cervezas en los bares viendo el mar y la pareja de la habitación vecina que cada mañana hací_an el am_or de forma entregada y un poco escandalosa mientras hacía mis abluciones. Qué manera de quejarse. Eso sí que eran quejíos sinceros (ojo, que no digo que los otros no lo sean). En la última mañana estuve a punto de marcarles el ritmo con las palmas, pero me lo desaconsejaron. Este tipo de contaminación acústica nunca me ha molestado y me ha servido para amenizar las cenas con amigos. La que más, aquella casa rural en la que dos señoras se disputaban los favores de un señor, a dos palmos de la cabecera donde dormía. Donde intentaba dormir. Tremendo.
  Se ha muerto García Márquez. Según mi base de datos he leído doce libros de García Márquez. Fue una pasión lectora en una época de mi vida y puedo decir que tuve suerte porque creo que yo sí leí sus libros en una edad adecuada. Leí Cien años de soledad en el 84, yo tenía 22 y me deslumbró. Pude penetrar en su magia y vivir durante un montón de días en una historia que parecía mentira pero que estaba tan bien escrita que hacía que todo pareciera verdad. Al año siguiente se publicó El amor en los tiempos del cólera y compré la primera edición, todavía calentita de la imprenta. Y ya fui fiel lector hasta que se fueron acabando muchos de los títulos. Algunos permanecen en la zona gris de la memoria, otros la estarán siempre alumbrando como el brillo de la navaja que esperaba bajo la luna hundirse en el cuerpo de Santiado Nasar en la Crónica de una muerte anunciada.
  Y, ahora que tomo entre mis manos su autobiografía, Vivir para contarla, veo que no tiene ni un subrayado. Eso me pasa con los libros que no me han gustado nada o con los libros que me han gustado mucho. Éste es, obviamente, de los últimos.

No hay comentarios: