He estado unos días fuera en una playa de Alicante. Una zona, la alicantina,
que como en tantas otras, la gente es muy dada a ponerse en filas o formaciones
más o menos ordenadas detrás de imágenes más o menos artísticas, a golpes de
tambores, cornetas y cantos quejumbrosos. Imagen tenebrosa y terrorífica. Como
dice Montano en su página, ya he pasado de denostarla, a la Semana Santa, a
ignorarla, simplemente. Me tomo estos días como un tiempo de descanso, de
disfrute y de lectura. Y creo que con esta postura, además de ser la más
cómoda, que es lo que busco, es la más
anti iglesia que pueda hacerse. Las procesiones de ateos o los que cada año se
lamentan de ella en la prensa, como Javier Marías, es otra forma de hacerle el juego.
Lo más jugoso de estos días ha sido la lectura de “En casa”, de Bill
Bryson, los paseos y carreras por el paseo marítimo, los deliciosos y reposados
desayunos en la plaza, las cervezas en los bares viendo el mar y la pareja de
la habitación vecina que cada mañana hací_an el am_or de forma entregada y un poco
escandalosa mientras hacía mis abluciones. Qué manera de quejarse. Eso sí que
eran quejíos sinceros (ojo, que no digo que los otros no lo sean). En la última
mañana estuve a punto de marcarles el ritmo con las palmas, pero me lo
desaconsejaron. Este tipo de contaminación acústica nunca me ha molestado y me
ha servido para amenizar las cenas con amigos. La que más, aquella casa rural
en la que dos señoras se disputaban los favores de un señor, a dos palmos de la
cabecera donde dormía. Donde intentaba dormir. Tremendo.
Se ha muerto García Márquez. Según mi base de datos he leído doce libros
de García Márquez. Fue una pasión lectora en una época de mi vida y puedo decir
que tuve suerte porque creo que yo sí leí sus libros en una edad adecuada. Leí
Cien años de soledad en el 84, yo tenía 22 y me deslumbró. Pude penetrar en su
magia y vivir durante un montón de días en una historia que parecía mentira
pero que estaba tan bien escrita que hacía que todo pareciera verdad. Al año
siguiente se publicó El amor en los tiempos del cólera y compré la primera
edición, todavía calentita de la imprenta. Y ya fui fiel lector hasta que se
fueron acabando muchos de los títulos. Algunos permanecen en la zona gris de la
memoria, otros la estarán siempre alumbrando como el brillo de la navaja que
esperaba bajo la luna hundirse en el cuerpo de Santiado Nasar en la Crónica de
una muerte anunciada.
Y, ahora que tomo entre mis manos su autobiografía, Vivir para contarla,
veo que no tiene ni un subrayado. Eso me pasa con los libros que no me han
gustado nada o con los libros que me han gustado mucho. Éste es, obviamente, de
los últimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario