Es el tercer libro de Paddy que leo. Me ha
ganado este hombre, qué se le va a hacer. Y seguiré buscando cada libro suyo.
En este caso se trata de un libro que cuenta su experiencia en diferentes
abadías y monasterios europeos a finales de los años cuarenta. Lo hizo para
escribir su primer libro, The Traveller´s Tree sobre sus viajes a sudamérica. Está
magníficamente traducido y prologado por Dolores Payás. Por cierto que buscando
sobre esta mujer he descubierto que ha publicado un librito en Acantilado, Drink
Time, (En compañía de Patrick Leigh Fermor) al cual conoció por verdadera
insistencia. Lo buscaré.
El libro se articula en los capítulos: 1.- Introducción
2.- La abadía de Saint Wandrille de Fontanelle 3.- De Solesmes a la Gran Trapa 4.-
Los Monasterios rocosos de Capadocia y 5.- Epílogo.
1.- En la introducción cuenta algo sobre el
carácter de los monjes, sobre qué pensaban éstos del libro una vez publicado, y
sobre su adaptación a los rigores de aquella vida austera y silenciosa. El
libro tuvo buena acogida cuando se publicó a pesar de que algún monje le
enmendara la plana. Más que nada por revelar detalles íntimos. Pero tras un
intercambio de cartas todo volvió a su cauce. “En la reclusión de una celda las
turbulentas aguas de la mente se apaciguan y clarifican, las ocultas impurezas
que la oscurecen flotan hasta la superficie donde pueden ser retiradas; y
después de un tiempo se alcanza un estado de paz inconcebible en el mundo
ordinario”.
2.- Ante el temor de que su primera incursión
fuera un fracaso Paddy pasa la noche de antes de una manera horrible, rodeado
de pesadillas. Pero los monjes lo acogen con simpatía y se introduce sin más en
aquel mundo tan… diferente. “Había venido en busca de quietud, soledad y paz, y
aquí las tenía; todo lo que tenía que hacer era escribir. Pero transcurrió una
hora y nada sucedió”. Me ha recordado estas cuantas hojas de adaptación a esas
películas en las que alguien debe pasar por un proceso terrorífico para al
final pasar la prueba y renacer “en otra parte”. Sea como ejemplo este párrafo
contundente sobre sus primeras impresiones: “Estos hombres vivían realmente
como si cada día fuera el último, en paz con el mundo, confesos, fortificados
por los sacramentos, siempre preparados para dejar de existir cualquier medianoche
sin dolor alguno. La muerte, cuando llegara, sería el más fácil de los tránsitos.
Tenían ya la apariencia, el silencio, el aspecto y los andares de los
espíritus; el último paso sería tan sólo una cuestión de detalle”.
Uno de sus últimos moradores, cuenta Paddy,
fue un autor para mí muy querido por sus libros de naturaleza: Maurice
Maeterlinck.
Siguen una serie de páginas deliciosas en
cuanto a la transformación, el elogio del pensamiento y el rezo, el silencio,
la ausencia de toda la superficialidad que anida en la vida cotidiana de la
mayoría de seres humanos. “Durante siglos fueron los únicos guardianes de la
literatura, los clásicos, de la erudición y las humanidades en un mundo en el
que la confusión era solo comparable a la de nuestra era atómica”. Ningún
monasterio de Francia recibía dinero del estado así que debían ser
autosuficientes, y eso conlleva mucho trabajo. “Cada día es semejante al
anterior, cada año igual al precedente, y así hasta la muerte…”
3.- Estricta observancia de la Regla de San
Benito. La orden trapense fue el resultado de revoluciones sociales y religiosas
y llegó a una readaptación de aquellas reglas haciéndolas más estrictas. La vida
con los benedictinos le pareció en comparación una delicia. “Un claustro
cisterciense es un taller de trabajo donde se intercede por el prójimo, y una
dura y espinosa tierra de expiación por las montañas de pecados que hemos
acumulado desde el pecado original”.
En una ocasión Paddy se hace amigo de un antiguo
trapense y le soltó una pregunta que siempre me habría gustado hacerle yo a
ellos. “¿Qué sucede cuando un amigo es asaltado por la tentación?”. Le contestó
que eran verdaderas luchas que llegaban a durar días. Todo eso en una vida
llena de esfuerzo físico. Pero… ya lo decía Camus en el Extranjero, de todas
las carencias de los presos, la falta de mujer es la más cruel de soportar.
4.- Quiso que los pasos le llevaran
a visitar los monasterios escavados en el terreno poroso de la Capadocia.
Verdaderas iglesias labradas en roca por monjes de no se sabe qué siglo. Se
cree que eran antiguos viajeros huidos de la corrupción de Bizancio y
Antioquía.
5.- En el epílogo nos habla, tres años
después de todos estos viajes, de diferentes órdenes repartidas por el Reino
Unido. A pesar del retroceso de vocaciones dice que aún habrá unos mil que
protegen lo mejor de la tradición.
Me ha encantado el libro.
Y lo mejor de todo, y admirable: Nunca le
preguntaron por su fe.