viernes, 5 de julio de 2013

LOS DESTERRADOS. HORACIO QUIROGA.




  En las dos últimas sentencias del decálogo del perfecto cuentista Quiroga dice:
IX
  No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.
   En los cuentos contenidos en este volumen, de madurez, Quiroga lo aplica a rajatabla. Hay un cuento que ya había leído antes: El Hombre muerto. Un trabajador se cae de un poste y al impactar en el suelo nota que el machete que llevaba se lo ha clavado en el costado. Es una escena llena de horror y sin embargo todo en sí se encuentra contenido.
  En otro cuyo título es Van-Houten hay un párrafo que bien pudiera ser el estilo que se ha empleado desde entonces hasta la actualidad, véase William Ospina del que estos días leo su última novela “La serpiente sin ojos”. “A tal hora de una noche lóbrega, el Alto Paraná, su bosque y su río son una sola mancha de tinta donde nada se ve. El remero se orienta por el pulso de la corriente en las palas; por la mayor densidad de las tinieblas al abordar las costas; por el cambio de temperatura del ambiente; por los remolinos y remansos; por una serie, en fin, de indicios casi indefinibles”.
  En definitiva, estos cuentos están cosidos por ser de frontera, Misiones, donde los personajes son pintorescos y muchas veces extraviados, y faltos de cualquier brizna de esperanza. Recordar que hace un par de años hablé de él por ser una de las biografías de suicidas más determinada: “Se suicidó su padre de un disparo de escopeta –pudo ser un accidente-, su padrastro, a quien estimaba mucho; su mujer, sus amigos Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, dos de sus hijos. Para colmo de males, mató a su mejor amigo de un disparo accidental”.

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