El estupendo
relato que acabo de leer en un blog me
ha recordado enseguida a lo que nos pasó a mis hermanos y a mí cuando éramos
jovencillos. La perra de una vecina tuvo también cinco o seis cachorrillos. No
eran de raza pura pero el amor por los animales de todos nosotros hizo que a
todos les buscáramos acogida en diferentes casas. A todos menos a uno. Nació
raquítico. No podía comer nada y la perra lo apartaba. La vecina nos encargó a
mis dos hermanos y a mí que lo sacrificáramos. Era un perrillo apenas formado,
con los ojos cerrados y la tripa hinchada de algo que no era natural. Sufría. Todavía
nos reímos cuando recordamos las reuniones previas en las que discutimos cómo
lo haríamos. ¿Cortarle por la mitad con el hacha que tenía nuestra madre para
trocear el conejo o el pollo? ¿Sumergirlo en la bañera hasta que muriera
ahogado? ¿Hacerle tragar lejía hasta que dejara de respirar? Teníamos serias
dudas de qué método emplear. Sin embargo no tuve dudas de que yo sería incapaz
de hacer nada en contra del pobre animal. Mi hermano, más decidido, lo metió en
una bolsa y salió solo hacia la calle. Volvió a la media hora. Nos contó que lo
estampó con fuerza contra una pared de hormigón. Luego lo enterró. A mí me
pareció un acto cruel. Pero nunca he terminado de agradecérselo bastante.
lunes, 22 de octubre de 2012
martes, 16 de octubre de 2012
ALEJANDRA PIZARNIK
En un verso de esta poeta argentina se dice ¡con veinte años!: “para qué tanta vida”. Creo que ella se veía una anciana desde que era una niña, o una niña desde que era anciana.
“Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado”.
Alejandra nació en 1936, en Buenos Aires, donde estudió letras, filosofía y pintura. Era una muchacha tímida, que tartamudeaba al hablar, y que padecía de ataques de asma. Para aliviar en algo esos males, su padre decidió costear su primer poemario, que publicó a los 20 años. Por esa época comienza a consumir anfetaminas y su padre la cita para que la asistiera un psicoanalista a quien luego dedicaría varios poemas.
Poco tiempo después viajó a Europa y vivió cuatro años en París. En esa ciudad siguió escribiendo y publicando sus poemas, escribió artículos sobre Cortázar y Breton, y además tradujo a Artaud. Sus libros desgarradores son muy bien recibidos.
Alejandra siempre se consideró una niña o una adolescente, tanto así que en su diario personal escribe a los 30 años: "Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad". En setiembre de 1972 se interna en una clínica psiquiátrica y allí ingiere 50 pastillas de Seconal para acabar con su vida.
“Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado”.
Alejandra nació en 1936, en Buenos Aires, donde estudió letras, filosofía y pintura. Era una muchacha tímida, que tartamudeaba al hablar, y que padecía de ataques de asma. Para aliviar en algo esos males, su padre decidió costear su primer poemario, que publicó a los 20 años. Por esa época comienza a consumir anfetaminas y su padre la cita para que la asistiera un psicoanalista a quien luego dedicaría varios poemas.
Poco tiempo después viajó a Europa y vivió cuatro años en París. En esa ciudad siguió escribiendo y publicando sus poemas, escribió artículos sobre Cortázar y Breton, y además tradujo a Artaud. Sus libros desgarradores son muy bien recibidos.
Alejandra siempre se consideró una niña o una adolescente, tanto así que en su diario personal escribe a los 30 años: "Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad". En setiembre de 1972 se interna en una clínica psiquiátrica y allí ingiere 50 pastillas de Seconal para acabar con su vida.
martes, 9 de octubre de 2012
Ningún hombre se parece a otro.
"El ambiente hasta
entonces tenso de la casa de Víbora Park se tornó fúnebre. En pocos meses mis
padres se convirtieron en unos ancianos que vivían prácticamente encerrados en
su habitación. Mi casa olía a tumba y a culpa, y para escapar a aquella
atmósfera me transformé en una especie de fujitivo, que pasaba todas las horas
posibles en mi trabajo y al salir me sentaba en la Biblioteca Nacional a leer
sobre la vida y la obra de los escritores suicidas (me dio por eso, y aún sigo
sin saber de dónde me había brotado aquella necesidad casi necrófila)".
Leonardo Padura.
Sobre este gran escritor cubano: ayer fui a ver 7 días en la Habana. El guión podría haber sido un manojo de buenos cuentos pero en las manos de Benicio del Toro se han convertido en una película insoportable.
"Tengo sesenta años y
mi organismo quiere cobrarme los excesos a que lo sometí. Ojalá me regale un
fin rápido, que no me obligue a sufrir una larga agonía, como la de Lenin. Pero
si ése fuera el caso y me viera imposibilitado de llevar una vida medianamente
normal, quiero reservarme la decisión de poner fin a mi existencia: siempre he
pensado que es preferible un suicidio limpio a una muerte sucia".
León Trotski.
miércoles, 3 de octubre de 2012
VERANO DEL DOCE
He reflexionado estos días en qué es lo que
lleva a los grupos humanos al enfrentamiento. En España hemos tenido una época
de gran prosperidad. Nunca en la historia habíamos tenido tanta paz seguida. No
ha habido grandes cataclismos naturales, hemos recibido generosos fondos
europeos, hemos construido como cien mil hormigueros juntos. Mucha gente era
próspera y mucha gente de todo el mundo venía a buscarse aquí la vida. Y sin
embargo estamos otra vez en la antesala de un grave conflicto. Creo que no
hemos descubierto todavía la forma de convivencia medianamente perfecta. La
riqueza y el poder siempre tienden a concentrarse. Es mentira eso de la
democracia y eso de la soberanía del pueblo. Llega un momento en que a los
poderosos, enfrascados en sus luchas ruines, les importa un comino cómo viven
los gobernados. Entonces aparecen las revoluciones, la gente sufre y muere y
todo vuelve a empezar. Cambiarlo todo para que todo siga igual, como se decía
en el Gatopardo. ¿Dónde se halla el gobierno perfecto? Si nos imponemos un
régimen duro que evite la corrupción y el despilfarro nos seguimos convirtiendo
en monstruos. Ya se ha intentado con resultados catastróficos. Las herramientas
encargadas de las supervisiones, cada vez más y cada vez más controladas por el
mismo poder, no han servido para nada. ¿Estamos condenados a que apenas una
generación pueda vivir en paz?
El veinticinco de
septiembre empezaron las manifestaciones que quizá nos lleven a otra realidad,
a otra forma de relacionarnos. No sé si será mejor o peor pero lo que está
claro es que ésta actual, no funciona.
Se ha acabado el
verano. Lo recordaré el resto de mi vida. No siempre se cumplen cincuenta años.
He asistido a grandes conciertos. He viajado a sitios bonitos con amigos, con
la familia. Nunca olvidaré los acantilados salvajes de las Islas Cíes, los
pueblecitos encantadores de la Extremadura profunda, los apacibles días en la
costa murciana.
He leído buenos
libros. El que estoy leyendo ahora, extraordinario: El hombre que amaba a los
perros. A veces uno abre un libro y sabe que se convertirá enseguida en una
referencia. Historias de hombres reales, que recorren un camino lleno de
dificultades para encontrarse, para finalmente, matarse. Trotski y Ramón
Mercader.
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