lunes, 28 de septiembre de 2009

Walter Benjamin


Sostenía Walter Benjamin en 1933 que nos estamos volviendo pobres. Pobres en cuanto a la capacidad de narrar experiencia: “Las gentes volvían mudas del campo de batalla...”. Para mí ha sido un descubrimiento leer algunos ensayos de este escritor y filósofo alemán. Si tecleamos su nombre en un buscador, veremos unos cuantos de sus escritos. Casi todos traducidos magistralmente del alemán por Jesús Aguirre: otro descubrimiento. Aparte de que fue el último marido de la Duquesa de Alba y de que había sido jesuita, apenas sabía nada. Pero resulta que era un erudito de tal envergadura que era capaz de recitar un discurso de memoria; ¡¡en griego!!. En fin, una cosa lleva a la otra. Creo que como a Zweig, a Benjamin, le parecía que “su mundo” se desvanecía. Y por eso hacía el esfuerzo de mirar hacia atrás, hacia lo obsoleto y darle una nueva fuerza. Muy interesantes algunos comentarios que hace sobre el acto de narrar. Acosado por las huestes de Hitler, Benjamin se suicidó con una sobredosis de morfina en Port Bou, en la frontera franco española. En 1940. Tenía cuarenta y ocho años.

sábado, 26 de septiembre de 2009

De la biografía de Richard Burton


He recordado la lectura que me hizo feliz hace unos cuantos veranos. “El Capitán Richard F. Burton” la imprescindible biografía que escribió Edward Rice sobre el explorador. Decía aquél en su diario:
“Uno de los momentos de mayor alborozo en la vida del hombre, creo yo, es el momento de emprender un largo viaje hacia tierras ignotas. Desperezándose, despojándose con un poderoso esfuerzo de todas las trabas que nos impone el Hábito, el plúmbeo peso de la Rutina, el manto de tantas Cuitas y la esclavitud del Hogar, uno vuelve a sentirse de nuevo mucho más feliz. Fluye la sangre por las venas con el ritmo vivaz de la infancia... Un viaje, de hecho atrae a la Imaginación, a la Memoria y a la Esperanza, las Tres Gracias de nuestra esencia Moral...”
RICHARD BURTON
Definitivamente no es uno de los momentos de mayor alborozo el preparar las vacaciones de un sufrido turista. Las tierras son conocidas y están llenas de personas.

jueves, 17 de septiembre de 2009

KLAUS MANN


Cuesta mucho encontrar vástagos geniales de padres geniales. Por lo que he leído, no fue muy talentoso este escritor alemán, aunque tiene algunas novelas de cierto mérito y diarios muy esclarecedores de su época “Los años pardos”. Otra novela: “Mephisto o el volcán” También una creíble biografía de Alejandro y artículos periodísticos como reportero en la guerra civil española (posteriormente se hizo militar americano en la sección de ¡propaganda americana!). Nunca lo hubiera pensado de un hijo de Mann. Su padre, el gran Thomas Mann le ignoraba; en el mejor de los casos.

Al padre no le gustaba que tuviera esa propensión al teatro, a las máscaras y a disfrazarse; generalmente pintarrajeándose de chica junto con su hermana Erika. Encima, parece ser que también eran más traviesos de lo normal, por lo que sus padres decidieron internarlos en un colegio para elites. El sueño de ambos hermanos era ir a Berlín y montar un espectáculo de cabaret. Cumplieron su sueño cuando se exiliaron en Suiza donde fundaron El Molino de Pimienta.

Hay un critico que definió a Klaus como homosexual, drogadicto e hijo te Thomas Mann. Nunca fue valorado por su padre y eso supongo que debe hundir bastante. Que tu padre te considere un inútil toda tu vida no debe ser muy estimulante, no. Sólo se sabe que ante la noticia del suicidio de su hijo anotó en su diario “acto irresponsable” ¡qué horror!

Nació en 1906 en Munich. Se suicidó en mayo de 1949 en Cannes. Tenía 43 años.

martes, 15 de septiembre de 2009

15/09/09



Comiendo un trozo de pollo muerdo un huesecito y me fracturo una muela; otra vez. Es un deterioro lento pero continuo. El trozo es del tamaño de la uña de un meñique y por el lado interior es de color marrón. Todo termina por perder la pureza. Cuando limpio la máquina de afeitar ya no sacudo los pelos duros y negros de la juventud; ahora son del color gris de la ceniza. Al fin y al cabo, un adelanto.
Los pelos. Es curioso. Perdí la mayor parte de los pelos de la cabeza hace años pero sin embargo crecen desmesuradamente en otras partes pelos tan recalcitrantes que a pesar de pegarles tirones atrapándolos con la punta de los dedos, no se sueltan nunca de su raíz. Y si se consigue, arrancarlos, vuelven a nacer y crecer con tanta fuerza que uno va dejándolos por imposible, ya sin paciencia, como tropas de ocupación. Me crecen pelos en las orejas, nariz, cejas, espalda ¡pómulos! ¿Cuándo he tenido yo pelos en los pómulos o en el filo de la oreja? Es increíble.
Una manchita más oscura en la cara, una arruguita que nace un día y no se borra jamás, un pelo que crece y crece en la ceja, el párpado un poco más echado en la pestaña. Una porción de grasa que se gana aquí o se pierde allá... Un trabajo implacable el que hace el escultor del tiempo en las cosas vivas. Todo se muere. Todos hemos de morir. ¿Cómo no voy a estropearme yo si se estropeó el mismísimo Paul Newman? ¿Si acaba de morir Patrick Swayce?
En fin habrá que entretenerse con algo mientras uno se va pudriendo. Uno, como decía Dámaso Alonso, se va pudriendo desde que nace.
He pasado de las trincheras francesas –Chevalier- a las alemanas llevado del brazo por Remarque en “Sin Novedad en el frente”: todas las trincheras se parecen; los piojos, el hambre, el sueño, la enfermedad, el miedo, las mutilaciones, las ratas. Los soldados de los diferentes bandos se parecían más entre sí que entre sus generales. Las ratas eran las odiosas compañeras de los soldados. Se disputaban contra ellos los panes duros.
En una ocasión –cuenta el protagonista de Sin Novedad en el frente- hartos de que se comieran sus alimentos decidieron juntar los trozos roídos en el centro del puesto; luego, al rato, cuando apagaron las luces y oyeron el ajetreo de las ratas encendieron a la vez las linternas y las machacaron con sus palas. Pero siguieron intentándolo, las ratas, hasta que un día desaparecieron. Estaban todas en las alambradas dándose el gran festín.
Las ratas siempre triunfan entre la podredumbre del hombre.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Yukio Mishima


De Mishima sólo he leído Confesiones de una Máscara y algunos textos por ahí sueltos. A raíz de la lectura de un libro delicioso de Javier Marías (Vidas Escritas) hace algunos años, ahondé un poco más en la vida de este escritor japonés.
Mishima era un ser contradictorio. Por un lado abogaba por una postura en defensa de la tradición de Japón y por otro sentía atracción por la cultura occidental. Se declaró homosexual; razón de más para vivir en un mar de confusiones, viendo el lugar y la época que le tocó vivir.
A Mishima le gustaba aparecer con el torso desnudo (tenía un cuerpo musculoso debido al ejercicio) y en ocasiones se hacía clavar saetas de pega a fin de parecer un San Sebastián de oriente. Mishima era una personalidad extraña. Era exhibicionista. Se dice que era de trato agradable y en la conversación se reía con gran estridencia. En su Confesiones de una Máscara, tengo subrayados muchos párrafos aludiendo a sus ideas suicidas, asesinas e incluso, antropófagas. Yo creo que buscaba belleza en el acto último del suicidio. Mirad este párrafo:
(Quería morir entre desconocidos, sin que nadie me molestara, bajo un cielo sin nubes. Y, sin embargo mi deseo era diferente de aquellos sentimientos expresados por el antiguo griego que deseaba morir bajo un sol resplandeciente. Lo que yo quería era un suicidio natural, espontáneo...)

Se puede decir que el suyo es uno de los suicidios más espectaculares de la historia. Se sabe que lo realizó delante de muchos testigos. En su libro, Marías se explaya en los detalles morbosos de la última ceremonia. A groso modo ocurrió así:
Mishima creó una pequeña guardia seudo-militar. Con la excusa de enseñar una espada Samurai a un Coronel, entró con cuatro acompañantes a su despacho y lo secuestraron. Exigió que formara toda la guarnición en el patio principal para que escucharan una arenga. Varios oficiales desarmados intentaron detenerlos y más de uno se llevó un buen sablazo. La tropa comenzó a mofarse de él y a insultarlo. Se introdujo de nuevo en el despacho y se preparó para el harakiri. Le pidió a uno de sus soldados (probable amante) que lo decapitara una vez se hubiera abierto las tripas. Pero falló hasta tres veces rajándole los hombros, la espalda y el cuello pero sin llegar a acertarle en la cabeza. Otro de sus soldados menos nervioso, cogió la espada y decapitó limpiamente a ambos. Esa misma mañana había entregado a su editor su última novela. Dijo que el harakiri era la masturbación definitiva. Tenía cuarenta y cinco años.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

08/09/09



Salgo a dar unas vueltas en bici al bosque que hay cercano a mi casa. Comienza a llover y la tierra, las raíces, las plantas, despliegan olores subterráneos que parecían ya sepultados para siempre por la falta de agua. Pero son apenas cuatro gotas; luego todo vuelve a la sequedad y las fragancias se escabullen como pétalos sensibles.
Cuando llego me preparo un té. Un té hecho según la ceremonia del desierto. Un ramillete de hierbabuena, dos puñaditos de té de china (uno por cada vaso) y unos cuantos terrones de azúcar. Luego, con el agua a punto de ebullición se echa en la tetera y posteriormente se va vertiendo en el vaso, ganando altura para que haga espuma, repitiendo la operación cinco veces, para que se mezcle bien el azúcar. Me contaba hace años un amigo que su padre le contaba que ésa era la mejor bebida para hidratarse en el desierto. Para imitar a los tuareg, me pongo de cuclillas en el salón mientras leo el periódico. He leído que es una postura sana pero a los dos minutos no aguanto más y me tumbo en el sillón, que no será tan sano pero qué a gusto se está.

En el periódico hay una noticia sorprendente, de las que gustaría leer más y más: han descubierto un extinguido volcán en Guinea Nueva Papúa. Ratas gigantes, ranas con colmillos, gusanos peludos, murciélago con los orificios de la nariz en forma de tubo, canguros que se suben a los árboles. Uno vuelve a tener la ilusión de que mundos desconocidos existen todavía. Que hay un mundo perdido al modo de como lo describió Conan Doyle.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Gerard de Nerval




Su madre murió cuando él era un niño. Dicen que su espíritu viajero y literario pudo desarrollarse por el hecho de que sólo conocía las palabras de su madre a través de la lectura de sus cartas. Además de que recibió una importante herencia de su abuelo, que le facilitó recorrer gran parte de Europa, sobre todo Italia. Luego, conoció la bohemia parisina.
Fue un espíritu atormentado que escribió Aurelia (1955) –una mirada a la locura-, pero se dio a conocer por la traducción de Fausto.
Debía ser un tipo extraño y divertido. Paseaba langostas por los jardines de París. Si le preguntaban respondía que todo eran ventajas: “no ladra y además conoce los secretos del mar”
El cordón con el que se ahorcó de una farola en una sórdida calle de París, había sido exhibido días anteriores a sus amigos: “ha sido de la reina de Saba”.
Conoce a una actriz, Jenny Colon. Para ayudarla en su promoción, funda una revista de lujo. Se arruina. Pasea una noche por las calles de París. Se detiene, mira una estrella y se desnuda. “La imaginación humana no ha escrito nunca nada que no sea verdad. Derramamiento del sueño en la realidad”

El veinticinco de enero de 1855, escribió una carta de agradecimiento a su tía: “No me esperen. Esta noche será blanca y negra”. Tenía cuarenta y siete años.

sábado, 5 de septiembre de 2009

02 sep 2009


02/09/09

Hace años que no iba al Monasterio del Escorial. Quiero sobre todo visitar su biblioteca, la cripta y las estancias particulares del rey. Uno se siente cada vez más pequeño según se va acercando a sus fachadas.

En la biblioteca los libros están colocados del revés, con los lomos hacia dentro. Debía ser para que no fueran manchados con los ojos de la plebe.

Me entretengo como siempre contemplando los cuadros del Bosco. Tiene miles de detalles como los cuadros complicados de Dalí. ¡Quinientos años antes!

Sobrecoge contemplar la cripta, tan lujosa, con tantos reyes y reinas. Tan callados. Más todavía cuando llego a la cripta de los infantes. Una tumba colectiva en forma de tarta nupcial donde hay guardados los restos de muchos niños; casi todos menores de siete años.

En la estancia particular del rey pregunto por el recinto revestido de mármol que se adivina al fondo de su habitación. Parece un baño moderno. Le pregunto a la guía si es el baño privado del rey. ¿Baño? No, no tenían baños, sólo orinales que eran retirados por el servicio; puestos éstos de mucha confianza. “Eso que ustedes ven es un añadido que hicieron a la capilla para que pudiera asistir a misa cuando estaba enfermo en su lecho”. Vivimos mejor que cualquier rey antiguo.

03/09/09

Termino en tres horas la novelita “Cienfuegos” de Vázquez-Figueroa. Novela fácil, que engancha. Uno puede ver cómo los mozos fornican con bellas damas nada más bajarse el calzón. O cómo el mismo mozo se carga a unos cuantos caribes a base de bastonazos en equilibrio; además de tirarse a todo lo que se mueve por las primeras playas conquistadas. Más que una novelita debería haber sido un cómic de unas cuentas viñetas porque la obra, la verdad, no da ni para una espera aeroportuaria, ni para un capítulo de dibujos animados. Si esto pudiera leerlo Colón, los mismos reyes católicos o cualquiera de los Pinzón, por ejemplo, le daban una buena somanta de palos. Pero bueno, tiene que haber de todo. Caricaturistas.

Forro, en cambio con mucha ilusión, “El Miedo” de Gabriel Chevalier. Será un complemento perfecto a mis recuerdos de lecturas sobre la primera guerra mundial: Hemingway, Dalton Trumbo, Robert Graves, Ernst Jünger, T.E. Lawrence. Sé que voy a despegar rápido, con mucho contento, hacia el horror.

Después de haber leído 100 páginas siento que vuelvo a leer un libro importante; que estará entre lo más trascendental que haya leído nunca. Chevalier es un maestro describiendo. Sí, es también un insolente, un prematuro descreído, pero también un fino observador.

En la primera parte del libro, después de contarnos la atmósfera que imperaba en la Francia de la preguerra, y la instrucción nos describe el campo de batalla y a los muertos. Los muertos. Un buen libro de guerra se calibra por la rica descripción de los muertos. Ese es el campo de batalla de la primera guerra mundial: una ciénaga removida con una colección de millones de hombres muertos.

“De lejos percibí el perfil de un hombrecillo barbudo y calvo, sentado en el banquillo de tiro, que parecía reírse. Era el primer rostro distendido, reconfortante, que nos encontrábamos, y fui hacia él con agradecimiento, preguntándome: “Qué motivos tiene para reírse así?”. ¡Se reía de estar muerto! Tenía la cabeza cortada muy limpiamente por la mitad. Al adelantarlo, descubrí, en un impulso de retroceso, que le faltaba la mitad de aquel rostro risueño, el otro perfil”.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Gastón Deligne


Gastón Fernando Deligne y Figueroa, nació en Santo Domingo en 1861. Su madre era criolla y su padre francés, oficial de marina. Siendo niño quedó huérfano de padre, quedando la familia en situación desamparada. Un sacerdote lo acogió en un internado hasta que terminó el bachiller.

Una vez concluido éste, comenzó a trabajar en lo que para mí sería el trabajo más perfecto y estimulante, si no fuera por las escasas remuneraciones: en un almacén de libros. Él debió pensar lo mismo y se embarcó en diferentes negocios. Todos fracasaron y debió volver a su almacén de libros. Allí lo imagino feliz y pobre. O sea, infeliz.

Su obra poética está marcada por un ferviente patriotismo y por una inquietud hacia los temas sociales, dotando a toda su temática de un estilo brillante y personal. También tenía interés por el existencialismo y los ritos populares.

Fue un autor solitario y fuera de las corrientes literarias de su época, a pesar de que recibió multitud de alabanzas.
Los galaripsos

En la liana vistosa y empinada
funden los galaripsos su esbelteza,
como una aspiración que se anonada
-temblando de pasión- en la belleza.
Tejiéndose al imán de sus amores,
su follaje nervioso, se estremece;
y presume quizás, al echar flores,
que es el árbol amado el que florece.
Teclado son de vientos vagarosos
y cual la mirra de sagrado rito
en espiral remóntanse, ganosos
de holgar entre el planeta y lo infinito.

La agonía de su hermano por la enfermedad de la lepra, le dejó tan trastornado, que a las primeras manifestaciones de la enfermedad en él mismo, le llevaron a pegarse un tiro en la cabeza. En 1913. Tenía 51 años.