lunes, 24 de agosto de 2009

24 de agosto de 2009

Me despierto y encuentro escritas en el forro del libro que estoy leyendo las letras: “hab, fam, vac”. Las he escrito de madrugada nada más despertar de la pesadilla para no olvidarla.

Yo estaba en una cabaña de madera en medio de un bosque solitario. Iba pasando, como en una exposición, de una habitación a otra sin entrar. En cada una de ellas - habitaciones cuadradas sin más adornos que las sillas- veía a diferentes miembros de mi familia; tanto a vivos como a muertos.

Todos estaban sentados y me observaban sin ninguna expresión en sus rostros; ni de pena ni de alegría. Pero cada vez que me asomaba a una nueva habitación las posturas de los cuerpos y la atmósfera que se respiraba era más y más incierta. En una habitación todos permanecían acurrucados en un rincón, asustados, pero no parecían querer nada, implorar nada. En otra estaban tumbados y miraban hacia el techo, todos vestidos con ropas negras.

En uno de los cuartos –entonces ya mi angustia estaba llegando a su límite- vi a mis hijas atravesadas por alambres; éstos pasaban a través del cráneo y el cuello en una especie de terapia infernal. Ahora sí me miraban con ojos abiertos y asombrados. Pero me limité a pasar al siguiente. (Entonces he recordado que un familiar tuvo hace muchos años un accidente de coche y que cuando lo visité en el hospital tenía clavadas en las sienes sendos tornillos conectados a una pesa para estirar unas cervicales machacadas).

La siguiente era la habitación más sobrecogedora: estaba completamente vacía.

Entonces me sacudieron unos brazos y desperté. Me estaba ahogando y quizá me salvó de la contemplación de la habitación siguiente: un cuarto profundamente oscuro en la eternidad.





No hay comentarios: