sábado, 28 de febrero de 2009


Un peso molesto en la parte baja del vientre. Me estoy meando y me encuentro en la sala gigante de una estación de tren plagada de viajeros que van y vienen. Recorro pasillos buscando algún letrero que me anticipe el alivio pero todos son direcciones a ninguna parte que me interese. Entro en un comercio minúsculo y la dependienta, mayor, me mira con la esperanza de haber encontrado por fin un cliente. A pesar de todo me orienta con amabilidad: “al fondo del todo los encontrará usted”.
Ya no puedo más. Voy lo más rápido posible sin que parezca que huyo de algo o de alguien. Entro y una vaharada de olor caliente y húmedo me corta la respiración. Procuro no tocar a nada ni a nadie pero algo me dice que no podré levitar por el piso pegajoso. Hay un montón de tipos esperando en cada urinario y las cabinas de los cagaderos están con las puertas cerradas. Decido esperar y me concentro para poder soportarlo. Me agacho para ver si hay alguna vacía. Miro algunas caras y me asusto por dentro. Más si pienso que puedo asustar a alguien que también espera. Sobran pares de pies por debajo de alguna puerta. Por fin se abre una y orino. Observo que en el suelo, al lado de la taza, hay unos calzoncillos mezclados con meados y con restos de papeles sucios. Miro al frente, a la pared y hay, escrita muy clarita, una nota: “todo” y un número de móvil. Salgo asqueado y evito las miradas de los otros, como si sólo yo tuviera motivos para avergonzarme de ser un hombre, un ser humano.
Salgo hacia el Retiro y me espera justo donde hemos quedado: apoyada en la figura entrañable de Don Pío. Caminamos por las veredas perfumadas y en sombra mientras nos dirigimos al fabuloso tumulto de la feria.

2 comentarios:

unatalmaari. dijo...

me gusta tu blog:) un besiito♥;

Hermi dijo...

gracias. Y por ser la primera persona en visitarme.