sábado, 28 de febrero de 2009

Declaración de intenciones.


Este fue el primer post que escribí sobre este tema en algunos foros. Mi intención es reunir todos aquellos desperdigados por aquí y por allá, así como intentar llevar una especie de diario.

No sabría nada de Gabriel Ferrater si no hubiera leído una entrevista al escritor Justo Navarro con motivo de la publicación de su libro F. hace algunos años. El libro no me proporcionó lo que esperaba, pero descubrí una biografía interesante.
Ferrater era un poeta catalán, traductor, crítico y comentarista literario. Amante y exitoso con las mujeres. Excelente conversador y bebedor; al final de su vida quizá demasiado. Amigo entre otros, de Gil de Biedma, de los hermanos Goytisolo y de Carlos Barral. Fue en su juventud irregular con sus estudios y a pesar de codearse con la intelectualidad excéntrica de su época, sentía cierta envidia hacia ese círculo, pues no dejaba de ser algo provinciano y sin recursos económicos.
¿Y por qué os hablo de este poeta medio desconocido? Bueno, si teníais alguna duda sobre mi pensamiento inquietante, aquí se resolverá definitivamente.
Me llamó la atención un hecho clave en su biografía: su muerte. El poeta nació en 1922 y se suicidó en 1972. ¿Y?, os preguntaréis. Bueno, lo sorprendente de su suicidio es que en 1957, les confesó a sus amigos más íntimos que no llegaría a cumplir los cincuenta años. Dijo que no quería nunca llegar a oler como un anciano. No quería crecer, envejecer, como una suerte de Peter Pan ya maduro. Ese acto, premeditado y esperado, conformó a su biografía de un término redondo; como una obra enteramente de ficción. Planificó su final como una novela.
Os preguntaréis que vaya tema, pero de siempre me ha resultado interesante el vínculo entre escritura y suicidio. ¿Quién no ha pensado alguna vez en el suicidio? Herodoto, el padre de la historia, ya decía que no hay hombre en el mundo que no haya deseado más de una vez no despertar al día siguiente. Y añadía que lo mejor de la existencia es su brevedad, tan lamentada con frecuencia. En fin, eran otros tiempos. Creo recordar que hacia el 96 o 97, se hizo un simposio sobre la cuestión en Madrid y hablaron muchos entendidos entre psicólogos, médicos, escritores... Me llama muchísimo la atención que artistas que han dedicado su vida a crear vida –aun siendo de ficción- sean capaces de acabar con la suya. Os sorprendería saber la cantidad de ellos que existen.
Me gusta pensar en el suicidio. No como un acto real en el que pudiera incurrir algún día, (a pesar de todo, amo la vida) sino como un acto humano de elección trascendental; sublime. Es como tener una puerta disponible para salir. Ya lo dijo una vez Albert Camus: que el problema filosófico más importante era si la vida merece la pena o no vivirla, y escribió el Mito de Sísifo para explicarse.
Sabemos que en las reglas de la vida está implícita la pérdida, la renuncia. En algún momento de la vida las cosas empiezan a ir realmente mal. Sabemos que se van a ir allegados queridos sin los que no concebimos igual el mundo. Que pueden producirse desgracias irreparables, y aun así firmamos vivir hasta el final. Pero hay algunos que agarran el rábano por las hojas y cometen un acto que es el final; la última acción y voluntad en el mundo.
Un libro apasionante sobre el tema es el de Al Alvarez: El Dios Salvaje. Hace un repaso histórico sobre el suicidio. Profundiza sobre escritores como Silvia Plath, Sexton, Pavese... y comenta otros estudios sobre ensayistas del tema como Durkheim, Jhon Donne....
El libro contiene elementos fabulosos como el caso del escritor Robert Burton que se suicidó en una fecha determinada para cumplir con una predicción suya astronómica. O la de un distinguido profesor francés que después de realizar un tratado sobre lo mierdosa que era la vida, donó sus bienes y acabó con la suya. O William Cowper que decía que el suicidio ofrece la ventaja obvia de huir de las agotadoras responsabilidades cotidianas.

Aquí escribimos, y alguien nos contesta o no; y seguimos con nuestros quehaceres y nuestra vida y nuestra rutina. Pero imaginémonos un escritor que consagra su vida a escribir y no encuentra un triste eco a sus letras. Escritores que apuestan su vida a crear y viven en perpetua impotencia. Y vive en la pobreza y amargura más extrema. Thomas Chatterton se envenenó por no poder ganarse la vida escribiendo. O Maiakovski, héroe de la Revolución Rusa, quien dejó una nota (no se lo recomiendo a nadie). O Tadeusz Borowski, quien se gaseó en su casa después de librarse en Auschwitz del Zyklon B. O. Al igual que Primo Levi, que se lanzó por el hueco de una escalera incapaz de olvidar el sufrimiento y la incomprensión humana después de su paso por los campos de concentración y de vagar en un tren por toda Europa después de ser liberado.
El caso de Horacio Quiroga es de los más dramáticos, si cabe: se suicidó su padre, su padrasto, su esposa, su hijo, su hija, y sus grandes amigos Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni.

2 comentarios:

Iacomus dijo...

No sé hasta qué punto Ferrater planeó concienzudamente su muerte. Su médico ya le había pronosticado su temprana muerte por sus problemas con el alcohol... él sólo se asestó su propio golpe de gracia.

Saludos,

Jaume

Hermi dijo...

Bueno, lo que sorprende es que sus íntimos asistieran a reuniones con él y supieran de sus planes: suicidarse antes de cumplir los cincuenta. Decía que no soportaría ser testigo de su decandencia física.
Saludos.